Lucía lucha contra el cáncer y un pasado de abuso sexual
“Yo quisiera denunciarlo, si pudiera meterlo a la cárcel lo haría, pero es abogado y el delito ya prescribió. Lo quisiera en la cárcel por todo lo que quiero olvidar y recuerdo que me hizo”, declaró.
Por Claudia Arriaga
Mérida, Yucatán, 18 de enero del 2021.- “¿Qué hubiera sido de mi? Esa pregunta me trajo de vuelta al abuso sexual ¿Cómo sé que no hubiera sido una gran doctora o que tuviera grandes amigos? O una gran economista con la solvencia para pagar tratamientos y no pedir ayuda”, son las palabras con las que Lucía del Carmen López Caamal recordó su pasado.
Con 37 años de edad, lleva 13 en la lucha por ganar un poco más de tiempo contra el cáncer de huesos y de cerebro. Padece osteosarcoma de Ewing y un tumor en el polígono de Willis. A finales de año le informaron que inició la metástasis en su cuerpo.
Aunque la esperanza es poca, sus ánimos por continuar son muchos. Además, Lucía necesitaba contar su historia como parte del proceso para sanar emocionalmente, un área en donde la medicina no garantiza una cura ni un paliativo para que deje de doler el alma.
“Yo quisiera que me pidiera perdón, que lo aceptara, porque yo no estaba loca, porque tenía todo para ser grande. Yo quisiera denunciarlo, si pudiera meterlo a la cárcel lo haría, pero es abogado y el delito ya prescribió. Vivimos en México, a veces es un país de mierda. Lo quisiera en la cárcel por todo lo que quiero olvidar y recuerdo que me hizo”, acotó.
A Lucía, su madre la dejó encargada bajo el cuidado de una tía abuela y su hermana, quien después de unos años se casó con Jesús I.U.L., quien se convirtió en su abusador sexual. Como en muchos casos, el delito ocurrió dentro del hogar y fue cometido por un familiar.
De los 10 a los 16 años no importaban sus esfuerzos, que ganara concursos de oratoria, diplomas de primer lugar, siempre se sintió mediocre. Las señales fueron muchas y los llamados de auxilio aún más, pero nadie lo notó. Al final del día tenía que regresar a casa.
Lucía empezó a causar problemas, pensó que sería una forma de conseguir ayuda. En el área de zapatos del mercado arrancaba los moños para que la Policía se acercara. “Pero no sabía que tenía que hablar y al contrario me metía en problemas, regresábamos a casa y me ponían estropeadas frente a los santos”, comentó.
Tampoco podía darle nombre a lo que vivía en casa, no sabía si era o no correcto, pero se sentía mal cada vez que pasaba.
“En algún momento aunque sea una agarrada de nalga, pero algo me hacía. Recuerdo que no vivía con mi mamá y papá, no sabía qué era normal o qué sí y qué no. Veía normal que te acostaras en la hamaca con esta persona, si te metías a bañar que se metiera contigo para verte”, apuntó.
Sin embargo, en una ocasión su tía abuela encontró a Jesús acosándola en el baño, le contó a la mamá de Lucía y a su tía, pero no le creyeron. Ese día, ella cambió por dentro, empezó a mentir, a robar e incluso intentó suicidarse tomando raticida a los 15 años.
“Nada servía, me sacaban y me llevaban a la iglesia, nadie me creía. Por eso ahora puedo decir que tienes que creerle a un niño, no es conflictivo por serlo o por no tener papá, lo es porque hay algo más fuerte. Sí tuve una infancia buena, pero el precio era altísimo”, lamentó.
A los 16 huyó de casa y vivió en la calle por un tiempo, a veces sus amigas de la escuela le daban posada. También buscó a la familia de su padre, pero no la recibieron. Si se sentía muy agotada, regresaba algún tiempo al hogar del que huyó.
Fue hasta que dio a luz a su primera hija que su familia volvió a verla, los contactaron por las complicaciones del parto.
Aunque Lucía hubiera deseado quedarse con Ana, su hija, no le fue posible. El hombre con el que vivía para ese momento, que no era el padre de la pequeña, le pidió que la deje con su familia o de lo contrario violaría a la menor con la que compartían techo. Ella accedió y únicamente se quedó con el certificado de nacimiento. Años después denunció a dicho sujeto, pero huyó del estado y nunca supo más de él.
Un corto periodo de paz para Lucía.
Tiempo después conoció al papá de sus otras dos hijas, María y Leonor, quien la apoyó con terapia psicológica para conllevar el abuso y maltrato que vivió. Con él tuvo una etapa de calma, al grado que tuvo valor para acercarse a su hija mayor, Sofía, y lograr que la aceptara, ya que ella nunca la abandonó.
“Para esto mi madre me hizo que firme un papel donde le doy la custodia a cambio de que pueda estar cerca de ella y que conociera a las hermanas… el abogado que hizo los papeles era mi violador”, explicó.
Tristemente, la misma persona que le ayudó a salir del bache, la abandonó mientras luchaba contra el cáncer. Fue entonces que Lucía permaneció en el hogar del que había huido, pero esta vez era diferente. Se convirtió en la proveedora de la casa y estaba a lado de sus hijas.
Con cáncer y una vez más sin hogar
El 14 de febrero del 2020, su mamá y prima (hija de su tía abuela) Rosario la sacaron de la casa a golpes. El motivo fue una publicación en redes sociales, Lucía hizo un comentario que enojó a su familia y con el pretexto de que regañó a Leonor, le exigieron que se marchara, eso sí, sin sus hijas.
“Me agarró del brazo izquierdo, me reventó el catéter y empezó a golpear, solo alcancé a tirar dos bastonazos. Tristemente mi mamá pensó que inyectándome diez miligramos de morfina me calmaría, yo nada más estaba deprimida llorando. Rosario pensaba que sentía celos de que mi hija estuviera todo el tiempo ahí. Pero era todo lo contrario, a mi mamá le había dicho que sentía alegría de que mi hija se quedaría con una familia que la quiere, si yo no lograba sobrevivir”, abundó.
Al día siguiente, Lucía se sintió mal y fue sola al hospital a ingresarse. Salió el domingo y acudió a una kermés que le organizaron los vecinos de Villas Oriente para ayudarla con su tratamiento médico. “Voltee a ver y dije ´ve cuanta gente no tiene mi sangre y está luchando por mí´, y ese día empecé a luchar”, expresó.
Gracias a esta actividad pudo pagar una cirugía en el hospital Juárez en la Ciudad de México (CDMX), la cual la ayudó para mejorar un poco su calidad de vida.
Durante todo el 2020, se hizo conocida en redes sociales por el cáncer tan agresivo que padece y muchas personas se sumaron para ayudarla, a quienes describe como ángeles. Pero también hay otra cara de revictimización detrás de estas acciones, pues algunas personas no consideran los daños emocionales y psicológicos de vivir con la enfermedad.
Incluso, le tocó conocer de cerca un caso en el que una asociación acusó a una mamá y papá de lucrar con la enfermedad de su hijo por pedir ayuda.
“¿Quién lucra con esta enfermedad? Por Dios, créeme es el infierno como adulto, imagínate como padre o niño. Es una estupidez que piensen eso, es horrible, no hay dinero que alcance y los castigan. La gente no siempre piensa que vives un infierno económico, psicológico, moral, se acaban las familias y en vez de darte la mano, aunque sea con la paz que te pueden brindar, es lo contrario. Aquí es Esparta”, enfatizó.
Para Lucía, conseguir los medicamentos tampoco es fácil, le tocó vivir la escasez de las quimioterapias y la desatención con el pretexto del Covid-19. En varias ocasiones acudió al Hospital Regional de Alta Especialidad (HRAEPY) con hemorragias, pero la enviaban a su casa y sin medicamentos.
“Si hay medicamentos, pero más caros, esa es la parte más triste. Hay pocos y cuesta lo triple, y con terceras personas, si es que tienes un conocido, casi siempre son enfermeros. Es injusto, pero sin ellos no podríamos lograrlo”, aseguró.
Actualmente, Lucía vive con su hija María de 16 años, la adolescente ayuda a su madre a sobrellevar la enfermedad. Su hija Silvana continúa viviendo con su abuela, quien se ha negado a entregarla a su padre, pues se la llevó sin consentimiento a unas vacaciones. Espera que esta semana la regrese como prometió.
Las cifras no siempre cuentan.
La denuncia de Lucía no forma parte de las registradas en el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, en el que según el informe, hasta el 30 de noviembre del 2020, en Yucatán 70 personas fueron víctimas de abuso sexual y 33 de violación simple.
Y tal vez como ella, son cientos las historias que se esconden detrás de los muros, pero que hoy sale a la luz pública con el deseo de sanar mientras lucha contra el cáncer.