La violencia psicológica estuvo a punto de matar a Ana
La escalada de violencia que ejerció su exesposo fue sutil, no era necesario que la golpeara o insultara. A veces le pedía enviarle fotos o videos para comprobar que se encontraba en la escuela. La presión a la que fue sometida la llevó a niveles extremos de estrés y depresión que ponían en riesgo su vida.
Por Claudia Arriaga
Mérida, Yucatán, 26 de noviembre del 2020.- Ana era una joven que se sentía plena. Estudiaba, trabajaba, realizaba un apostolado y, además, ayudaba a un grupo de psicólogas a concientizar sobre la violencia de género en su municipio. Nunca imaginó que en cinco meses, ella misma enfrentaría a una de las formas de violencia más difíciles de identificar, la psicológica.
En abril del 2019 conoció a Rafael, quien tras un breve noviazgo de cuatro meses la convenció de casarse. Durante las semanas previas a la boda, él nunca respetó su espacio personal, pero le hacía creer que todo estaba en su cabeza.
“Le había explicado que en mis trabajos no estoy disponible todo el tiempo y nunca respetó mis horarios, me hablaba todo el tiempo y eso me empezó a estresar. Traté de poner límites, pero buscó como voltearla, decía que me llamaba porque le interesa saber de mí”, relató Ana.
Rafael logró enamorar a Ana haciéndole pensar que tenían los mismos intereses. “Me mandaba mensajes con oraciones y yo pensaba que realmente compartíamos los mismos gustos”, detalló.
La escalada de violencia fue sutil, no era necesario que la golpeara o insultara. A veces le pedía enviarle fotos o videos para comprobar que se encontraba en la escuela. La presión a la que fue sometida Ana, la llevó a niveles extremos de estrés y depresión que ponían en riesgo su vida.
Fue gracias a que una psicóloga del grupo donde participaba que la joven logró escapar y con ayuda del refugio de la asociación APIS Sureste, Fundación para la Equidad, en donde apoyan a mujeres víctimas de violencia, pudo comprender que lo que vivía no era su culpa. Se trataba de violencia psicológica que se caracteriza por ser silenciosa y por despersonalizar a las mujeres en un breve periodo de tiempo.
“Incluso cuando trabajamos en ella es complicada porque muchas veces no la alcanzamos a mirar y puede suceder en tiempos tan cortos. Llegamos a sentir que es irreal porque el agresor nos dice que no es cierto”, explicó la psicóloga del Centro de Atención Externa del Refugio (CAER), Alejandra Carolina García González,
En el caso de Ana, la violencia aumentó después de la boda por lo civil, la cual incluso fue planeada sin su consentimiento, ya que Rafael agendó la fecha y habló con su familia antes de que ella lo presentará como su novio.
Ya casados, la pareja había acordado que no vivirían juntos hasta después de la boda religiosa, pero una vez más, él no respetó lo pactado y se presentó a exigir que lo dejara dormir junto a ella. “Le expliqué las razones y me dijo que quería estar conmigo, que parece que no lo amo y al final yo soy su esposa. De hecho, se tiró al suelo haciendo creer que yo soy mala”, narró.
La señal de alerta que le hizo a Ana replantearse su situación, ocurrió una noche en la que Rafael se quedó a dormir. Tal como en las películas de terror, el sujeto se levantó le tapó la nariz y luego fingió que no pasó nada. Esta no fue la primera ocasión que intentó hacerle pensar a la joven que ella imaginaba las cosas:
“Él decía con mi mamá cosas que supuestamente yo le contaba y que en la vida pronuncié, él se volteaba delante de ella y me decía ´amor se te olvidó que tú lo dijiste´, o de repente en mis cosas faltaba algo o se movían. Los primeros días pensé que era porque estaba distraída, pero no”, recordó.
Preocupada, realizó un plan para alejarse de su agresor y le avisó a su mamá, a quien, en alguna ocasión, antes de seguir con los planes de su boda le pidió apoyo para cancelar todo. Sin embargo, lejos de encontrar ayuda, le dijo que tendría que seguir adelante o sería una vergüenza para la familia.
La huida no fue fácil, Rafael había intervenido el teléfono celular de Ana y podía localizarla con facilidad; por fortuna, días antes se percató de esta situación.
A pesar de lo complicado que es denunciar e identificar la violencia psicológica, el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) la ubica como una de las tres más frecuentes en México, y estima que seis de cada diez mujeres manifestaron haberla vivido.
Ana logró salir de esta situación y al principio, aunque sabía que irse era lo correcto, le costó asimilar que tenía que divorciarse. «Rechazaba inconscientemente la ayuda, ponía una distancia a la gente del refugio de APIS”, señaló.
La primera vez que llamó a casa para avisarle a su familia que estaba a salvo, su mamá le pidió que regresara a resolver sus problemas y le recriminó que destruyó su matrimonio y a su esposo.
Pese a esto, ella ya había iniciado un nuevo camino y estaba trabajando en el proceso de sanar sus heridas. “Recuerdo muy bien el momento cuando llegué al refugio y me dijeron que me estaban esperando, para mí fue una palabra muy positiva porque me sentí aceptada; al ver sus rostros y la actitud fue un apapacho para mí en ese momento”, abundó la joven.
Rafael no solo manipulo a su familia, también en sus intentos por encontrar a Ana les contó a todas sus amistades que estaba embarazada. Invadió su privacidad e ingresó a su cuenta de Facebook para escribirle a sus contactos. Luego publicó que la secuestraron.
Como otras mujeres, Ana es una sobreviviente de la violencia de género y logró salvar su vida para reconstruirse una nueva llena de oportunidades. Hoy ya no está dispuesta a dar un paso hacia atrás. En el proceso y con ayuda de APIS, firmó el divorcio y denunció a Rafael por las agresiones. (Foto de archivo de Lorenzo Hernández)