Entregar el misterio: Los custodios mayas de la Cruz Parlante
Las reglas de los guardianes son sencillas, pero implacables: a los centros ceremoniales no se puede entrar con zapatos ni con sombrero y no se puede escupir en el suelo.
Por Daniela Armijo
Felipe Carrillo Puerto, Quintana Roo, 20 de diciembre de 2020.-
—¿Qué hacen aquí?
La voz de Mario toma a los dos niños por sorpresa. Con uniforme de escuela, se miran. Ninguno se atreve a responder.
—Aquíno pueden estar con zapatos.
Las palabras de Mario no suenan a regaño. Sólo estáhaciendo su trabajo.
—¡Te dije que algo se nos olvidaba! —le dice un niño al otro, y se van los dos corriendo.
En el piso hay montones de escombro. La iglesia estáen reparación. El techo de guano se volveráde cemento. Mario levanta la lona que cubre el altar para mostrar una cruz vestida con hipil: una cruz que mantiene vigente la Guerra de Castas y su Cruz Parlante, aquella que hace poco más de 150 años le hablaba a los mayas rebeldes de la península de Yucatán, aquella que les daba aliento para seguir en pie de lucha y les indicaba dónde esconderse de sus perseguidores mestizos. Actualmente existen en Quintana Roo cinco centros ceremoniales mayas donde se venera a la Cruz Parlante: Tixcacal Guardia, Tulum, Chumpón, Chancah y Felipe Carrillo Puerto, donde Mario presta servicio.
Los centros están custodiados día y noche por fieles guardias que vienen en grupo desde diferentes poblados. Cada grupo se queda una semana, después de la cual es relevado por otro grupo, y asícíclicamente. Las reglas cuyo seguimiento los guardianes deben vigilar son sencillas, pero implacables: no se puede entrar con zapatos ni con sombrero y no se puede escupir en el suelo. La prohibición de las fotografías es relativa: Mario no tiene problemas con el fotógrafo presente hoy, aunque eso sería impensable en un santuario como el de Tixcacal Guardia, famoso por el celo de sus vigilantes.
Mario, al igual que la mayoría de los guardianes, se dedica a la milpa. Como no tiene acta de nacimiento no pudo continuar sus estudios más alláde la primaria, por lo que su papáse lo llevóa trabajar al campo. Pero el campo no deja dinero, y Mario tuvo que irse de Kampocolché, su pueblo natal, a ganarse la vida como ayudante de albañil en Playa del Carmen y Cozumel. Fue ahídonde aprendióespañol. Han pasado años de eso. Ahora Mario tiene cuarenta y cinco y vive nuevamente en Kampocolché, dedicado a la milpa y a las abejas. Es el turno de sus hijos para salir a trabajar como electricistas y plomeros en Playa, Mahahual, Cozumel. “Ellos traen el dinero y nosotros la comida. Si todos los jóvenes se dedicaran a la milpa, el dinero no llegaría al pueblo”.
Un señor de cabello entrecano entra a la iglesia caminando con dificultad. La hinchazón y el enrojecimiento de sus ojos evidencian un problema de la vista. El hombre le dice algo en maya a Mario y se sienta junto a él.
—Él es diferente —dice Mario a modo de presentación. Sonríe y sus ojos se rasgan por encima de los pómulos afilados—. Él es men.
Los men (X’men) son los curanderos, los sabios que trabajan con hierbas, los que quitan el mal aire y hablan con los dioses. Hacen limpias en terrenos, comidas de ofrenda para la milpa, sacan la suerte con la baraja. Mario ahora se convierte en intérprete. Cualquier pregunta que quiera hacérsele al men debe ser traducida al maya. Pero el men es de pocas palabras. Escucha en silencio. A veces dice cosas mientras otros hablan, pero no como si participara en el diálogo, sino como si estuviera por encima de él, comentándolo para sí.
Llueve, y las flores de balchédesprendidas por el viento han formado una alfombra morada en el patio del santuario. Refugiados en una palapa, los guardianes conversan. Además de Mario y el men está ahora el rezador, el sacerdote maya, Natalio Pat Chi. La religión de los mayas es, como en muchas culturas, sincrética. Natalio cuenta cómo se convirtió en sacerdote: aprendió el rezo de su abuelo materno, cuando tenía diez u once años. Siempre que regresaba de la milpa, el abuelo lo llamaba para enseñarle el rezo por partes. Y Natalio lo grabó todo en su mente.
En palabras de Mario: “El rezo es como ir a la escuela a estudiar. Cuando sales de la primaria te entregan un certificado, ¿no? Con el rezo es casi igual, pues la enseñanza va por partes: si por ejemplo aprendes el rezo del Señor mío Jesucristo, se hace una comida, una celebración, y te entregan el misterio. Si aprendes el rezo para los fieles difuntos, igual. Es como estudiar en una escuela, sólo que no se entrega papel. Se entrega la fe, la voluntad, se entrega el misterio”.
¿Cualquiera, entonces, puede ser sacerdote? Mario contesta que sí. Es cuestión de aprender. Por eso, insiste, es como la escuela. “En la iglesia del centro hacen la misa al revés. El padre le da la espalda a la imagen de nuestro Señor. Él está frente a los fieles, como si fuera santo. Se está haciendo pasar por nuestro Señor. Pero no es así. Él tiene que pedir a la imagen. Nosotros inclinamos la frente hacia Dios para pedir”.
La “iglesia del centro” es alguna iglesia en el centro de Carrillo Puerto, cualquier iglesia católica en cualquier país en la que el padre actúa como si en su persona estuviera Dios.
A la pregunta de si ya no veneran a los dioses mayas antiguos, Mario responde que sí, pero de otra forma. Eso es trabajo de los menes. El men cuenta que ha traído sus hierbas y medicamentos en caso de que alguien quiera consultarse durante los días que estará de guardia, pero nadie viene.
—¿Quién quiere ser men hoy en día? —cuestiona Mario. Y se ríe—. Ya están casi extintos.
El men parece coincidir con lo que dice su compañero, pues al despedirnos, nos dice desde su hamaca:
—Cuando llegues a tu pueblo vas a poder decir que viste a un men.
(Fotos de Lorenzo Hernández)