El señor de las tumbas de colores
Las ánimas de los albañiles le enseñaron a don Queleto cómo construir los mausoleos del cementerio de Hoctún.
Por Herbeth Escalante
Hoctún, Yucatán, 15 de noviembre de 2018.- Los maestros alarifes difuntos que descansan en el cementerio de Hoctún le enseñaron el oficio, sus ánimas le explicaron cómo es el trabajo de sepulturero y le pidieron que dedicará toda su vida a convertir ese pequeño panteón en el más bonito de Yucatán.
Don Anacleto Cobá Moo aceptó la encomienda de sus muertos y durante más de 50 años se encargó de construir la mayoría de los mausoleos, tumbas y nichos de diferentes diseños de ese colorido camposanto.
“Sólo era un simple cortador de henequén y campesino, nunca había trabajado de albañil, pero tenían razón mis compañeros, los maestros que aquí están enterrados me enseñaron el oficio y con el paso del tiempo aprendí”, declaró con voz baja mientras pintaba una bóveda.
Cuando era joven, la pobreza del campo lo obligó a abandonar su milpa. Eran tiempos difíciles, el “oro verde” dejó de ser provechoso y no alcanzaba para la comida en la casa ni para sacar adelante a la familia.
La invitación de un amigo suyo para “chambear” como enterrador en ese cementerio mejoraría un poco la situación económica. Pero dudó en aceptar porque entre sus tareas tenía que construir los mausoleos que las familias dolientes pidan.
“No te preocupes, los albañiles difuntos de tu pueblo que aquí están te van a enseñar, ya verás”, le revelaron, y así fue. Los consejos llegaron del más allá, quienes se han adelantado en el camino fueron generosos con su discípulo, con el que se encargaría de renovar la vieja morada.
Ha pasado mucho tiempo desde entonces pero, a pesar de su avanzada edad, 89 años, don Queleto, como le conocen, no para de trabajar. Se le ve caminando de un lado a otro, recorriendo los pasillos del camposanto con una brocha en la mano, o cargando cubetas de agua.
Se pierde entre las tumbas a las que aún retoca con pintura, conoce cada una y sabe a quiénes pertenecen los restos que albergan. “Todo lo que ves aquí yo lo hice”, presume con una sonrisa arrugada. Los diseños de las criptas son su orgullo, es el artista del pueblo, el guardián de los sepulcros coloridos, demostró que fue el mejor alumno de las ánimas de Hoctún.
Las figuras de los ángeles que adornan las tumbas se mezclan con las réplicas de la Pirámide de Kukulcán de Chichén Itzá, quizás para recalcar que aunque las y los habitantes son devotos, no se pueden olvidar de su pasado maya.
Y es que don Anacleto levantó casi todos mausoleos de ese panteón, los esbozó tal cual se lo pidieron las y los deudos. El más complicado, reconoció, fue la copia casi exacta de la Torre Latinoamérica, aquel rascacielos que durante muchos años fue el más elevado de la capital del país.
“Me lo pidió un paisano cuando regresó de Estados Unidos. Pasó por la Ciudad de México y creo que se asombró mucho cuando vio ese edificio”, comentó al recordar que primero tuvo que armar un andamio de madera para que pudiera tener el soporte suficiente que le permitiera cuidar cada detalle de esa obra.
Esa réplica, que casualmente es la escultura más alta del lugar, llama la atención de turistas que constantemente llegan al sitio a tomar fotografías. El lugar se ha vuelto una parada obligatoria de algunos autobuses que transportan excursionistas a Cancún.
Cobá Moo se siente satisfecho por lo logrado, ese panteón que data de 1866 es el principal atractivo de su pueblo y, sobre todo, existe una fuerte vocación de sus pobladoras y pobladores de mantenerlo vivo, colorido, siempre limpio y cuidado, que no falten flores.
A don Queleto, la gente lo sigue buscando para pintar las tumbas. Le piden los mejores diseños de dibujos, que se dedique a mantenerlas bellas, pues como él mismo reconoce, “sólo eso puedo hacer ahora, mi cuerpo ya no tiene fuerzas para construir mausoleos”.
Antes, recuerda, podía levantar sin ningún problema las bóvedas de un metro de largo, las placas de varios kilogramos de peso. Pero ahora que se acerca a los 90 años de edad, ya no es lo mismo, no puede cargarlas, no tiene la misma agilidad ni fortaleza.
“A mi no me pueden jubilar, aunque no puedo construir más tumbas yo seguiré viniendo a pintar el cementerio, que es el más bonito de todos”, enfatizó como reafirmando el pacto que hizo con sus maestros finados, los que le enseñaron el oficio, los que viven ahí desde hace tiempo.
Está tan comprometido con su labor, recalcó, que no tiene tiempo de pensar en la muerte. Es más, ni siquiera le ha pasado por la cabeza cómo quiere que sea su tumba, aún no es momento de decidir cómo será su última casa, pues lo más importante es seguir manteniendo vivo el hogar de sus futuras vecinas y vecinos.