Carmen, prisionera y violentada en casa
Actualmente, con 24 años de edad, logró sobrevivir de la violencia de género junto con su hija e hijos. Durante 10 años sufrió todo tipo de agresiones por parte de su expareja Iván, quien estuvo a punto de quitarle la vida.
Por Claudia Arriaga.
Mérida, Yucatán, 24 de noviembre de 2020.-Carmen tenía 14 años de edad cuando se salió de la casa familiar para irse con Iván. Estaba enamorada y nunca notó que en los pocos meses que fueron novios vivió violencia de género. Para ella era normal que le prohibiera usar cierta ropa, hablar con hombres y por supuesto, que la celara.
Una vez instalados en su nuevo hogar, pensó que viviría una historia de amor como en las novelas. En cambio, Iván le tiró los libros y le prohibió ir a la escuela. Y con tan solo 15 años, Carmen se embarazó de su primer hijo. Al poco tiempo, la violencia escaló de psicológica a física. La alejó de su familia, la encerraba bajo candado y llave.
“Comenzó con una cachetada y dijo que yo tenía la culpa, después de golpearme me abrazó para decirme que no me hubiera golpeado si obedecía. Y casi casi me tenía secuestrada, le ponía seguro a la puerta, solo él salía de casa y regresaba para traerme mi comida”, relató.
Actualmente, con 24 años de edad, la joven logró sobrevivir de la violencia de género y con ayuda de Apis Sureste: Fundación para la Equidad A.C. se resguardó para evitar formar parte de la lista de mujeres que perdieron la vida víctimas de feminicidio en Yucatán. De acuerdo con el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional Seguridad Pública, van seis de estos crímenes en el año.
Carmen vivió junto con sus dos hijos e hija en el refugio de Apis, en donde reciben a mujeres víctimas de violencia extrema, cuyas vidas corren peligro.
Ella decidió compartir su historia para que quienes conozcan a mujeres que viven en una situación parecida, tengan las herramientas para apoyarlas. «Díganles que no están solas”, apuntó.
La violencia nunca se detiene, siempre aumenta.
A tan solo días de haber dado a luz a su primer bebé, Iván la obligó a tener relaciones sexuales. Cuatro meses después, ya estaba embarazada por segunda ocasión. La idea de irse lejos siempre rondaba por su cabeza, pero el miedo la mantuvo prisionera en su casa.
“Muchas veces somos cuestionadas en la Policía cuando vamos a denunciar, te preguntan por qué no te saliste antes, si era muy fácil. Pero no es así, es muy difícil cortar de raíz la violencia, tienes tantos miedos, golpes que no son físicos, que son psicológicos, en el corazón. Cosas que te duelen y que dejan muchas cicatrices”, detalló Carmen.
Uno de los ataques que más recuerda ocurrió cuando tenía 22 años, le había confesado a Iván que quería irse y cuando lo intentó, la golpeó en el rostro. Ese día, él le prometió que iba a cambiar. “Las vecinas y tías de Iván me decían que así son todos los hombres, que así empiezan y después asientan cabeza, yo les creía”, lamentó Carmen.
Al poco tiempo decidió escapar de casa, pues Iván la había golpeado e intentó asfixiarla para obligarla a tener relaciones sexuales. Fue el castigo por tardar en regresar del centro a la casa. “Me dejó la cara morada, esperé a que se durmiera, agarré mi cartera y celular y salí descalza con mis hijos, tomé un taxi y fui a casa de mi mamá”, recordó.
Ella buscó ayuda y empezó a ir a las terapias que ofrece el Sistema Nacional para el Desarrollo Integral de la Familia (DIF) en casos de violencia familiar, pero ahí solo le dieron “esperanzas” de que Iván podría cambiar.
Para ese entonces, él ya había iniciado sesiones psicológicas, empezó a acudir al templo y de nuevo le juró que era un hombre nuevo. Ella le creyó y aceptó salir una noche a cenar con sus hijos e Iván. En el restaurante, le exigió que encargara a los niños con su familia para que pudieran tener relaciones sexuales y al no acceder, la dejó con la cuenta.
Además, la esperó afuera del lugar y empezó a seguirla. La joven temió lo peor, por lo que pidió ayuda a una patrulla y aunque fue ignorada por los policías, al menos las luces espantaron a Iván.
Sin embargo, cuatro meses después, Carmen regresó con él porque se dio cuenta de que estaba embarazada de su hija, la más pequeña. También consideraba que su mamá y papá la limitaban demasiado, pues aún no se dimensionaba el peligro que corría junto a su expareja.
El límite de Carmen: ¡Con mi hija no!
Con tres hijos, la situación económica era cada vez más difícil. Carmen empezó a trabajar en un restaurante y a pesar de hacerlo para mejorar su situación, las cosas se tornaron más violentas.
Iván le quitaba su sueldo y a veces la golpeaba en la puerta del trabajo. Además, amenazó a sus compañeros. La situación era tan difícil, que la joven llegó a pensar en suicidarse.
“Me hacía tomar fotos a mis compañeros para ver qué tan lejos estaban de mí y que dejara las llamadas para escuchar las conversaciones o se paraba enfrente del trabajo para ver qué hacía. Ya no tenía control sobre mí, de mi cuerpo, emociones, decisiones, se hacía solo lo que él quería, tuve muchos episodios donde quería suicidarme, pero me mantenía de pie por mis hijos”, relató Carmen.
Se dio cuenta de que la violencia había sobrepasado sus límites, cuando Iván dijo que le haría daño a su hija de cinco años. Para el mes de junio pasado, con ayuda de su mamá y papá, la joven ideó un plan para escapar por segunda vez. “Yo no conocía Apis, pero un familiar le dio el teléfono del lugar a mi mamá y le dijo que ahí podían ayudarnos”, contó.
La huida y el refugio
Vía telefónica, una abogada de Apis orientó a Carmen y a su mamá durante todo el proceso. Primero acudieron al Juzgado Mixto de lo Civil y Familiar en donde le realizaron una valoración psicológica. Luego, a la Fiscalía General del Estado (FGE) a interponer la denuncia por la violencia que vivió y, agotada, se trasladó a Mérida para ir a la Secretaría de las Mujeres (Semujeres).
Finalmente, llegó al Centro de Justicia para las Mujeres, ahí permaneció 15 días en el refugio temporal. El objetivo era descartar que presentara síntomas de Covid-19.
“Ahí me preguntaban si no sentía feo de estar sola con mis hijos y si no prefería irme, pero claro que sí quería irme. Solo que iba decidida y pensaba que afuera había más riesgo que estando ahí”, enfatizó.
Tras el periodo de cuarentena, la joven ingresó al refugio de Apis. A diferencia del primer sitio, el recibimiento fue cálido.
Tuvo apoyo psicológico y aunque a veces le costaba reconocer que por diez años fue víctima de violencia psicológica, física, sexual y económica, ahora puede hablar del tema sin sentir miedo. «Me sentía muy vacía por dentro y ahora siento un gran cambio y amor por mí misma”, argumentó.
Sabe que no puede cambiar su pasado, pero trabajará para forjarse un mejor presente y futuro. Lo que más lamenta, es que sus hijos tienen secuelas del ambiente violento en el que crecieron. “Mis hijos estaban muy tristes y mal emocionalmente, le tenían coraje a su papá al ver que me golpeaba y amenazaba, los tres tienen problemas de lenguaje por todo lo que vivieron”, puntualizó.
No está dispuesta a olvidar, pero sí a avanzar y romper el ciclo de violencia. Ella cree que la única forma de hacerlo es acabando con los estereotipos. Carmen ahora tiene claras sus metas, quiere salir adelante para darle a sus hijos e hija la mejor vida dentro de sus posibilidades.
El camino a reconocerse víctimas de violencia
Cuando una mujer ingresa al refugio, no solo debe asimilar el confinamiento y estar desconectada del exterior, también inicia un proceso para reconocer que vivió y huyó de una situación de violencia extrema.
María Casanova, psicóloga grupal de refugio de Apis, explicó que la bienvenida para las usuarias debe ser cálida, pues se trata del inicio de un cambio en sus vidas.
“La gran mayoría desconoce que estaba viviendo violencias como tal. En muchos de los casos, no llegan golpeadas y no saben que hay otro tipo de violencia que no es física; cuando hablamos de todo esto y le empiezan a poner nombres y van haciendo su historia propia, reconocen que son víctimas junto con sus hijas e hijos”, declaró.
Las usuarias de nuevo ingreso inician un proceso de contención psicológica y terapias grupales. A la par, las y los niños que fueron testigos de episodios de violencia intrafamiliar también son atendidos por una psicóloga infantil y una psicopedagoga.
Como todo principio no es fácil, muchas llegan culpándose por lo que vivieron. Es lo más difícil porque vienen llenas de miedo y pensando que es algo normal porque lo han vivido años atrás, desde la niñez incluso, comentó María.
Posteriormente, inician con un proceso individual donde trabajan en alcanzar objetivos y metas. El camino para salir de la violencia de género y todo lo que esto implica es largo, pero al menos las mujeres que llegan a Apis no solo lograron salvar sus vidas, sino que tienen la oportunidad de reconstruir su futuro.