Y tú, ¿trabajarías con un agresor?
A los hombres nos resulta muy cómodo hablar de agresores, siempre y cuando los percibamos lejanos, pero cuando son nuestros familiares, amigos, jefes, o compañeros, se suele caer en el pacto patriarcal que dicta que debemos solaparnos.
Por Luis Ángel Fuente
Mérida, Yucatán, 13 de julio de 2020.- En semanas anteriores, el Club América se ha visto envuelto en la polémica pues todo parece indicar que mantendrá entre sus filas al jugador ecuatoriano Renato Ibarra, quien el pasado mes de marzo fuera detenido por agredir físicamente a su expareja, quien incluso tuvo que pasar algunos días en el hospital.
El extremo americanista pisó un reclusorio de la Ciudad de México al ser acusado por tentativa de feminicidio, pero logró salir mediante un arreglo con la víctima. Se rumoró sobre su probable despido y exilio de la Liga MX, sin embargo, hasta la fecha, Ibarra conserva su trabajo. Hoy está tranquilo en el Atlas.
El hecho causó indignación en medios especializados, los cuales consideraron poco ético e injusto que un golpeador de mujeres resultara sin ninguna consecuencia por su delito. De las voces que se hicieron escuchar, resaltó la del periodista Álvaro Morales, quien lanzó una pregunta a la comunidad deportiva del país, misma que debido a la gravedad de la violencia de género es fácilmente aplicable a otros ámbitos: ¿has trabajado o trabajarías con un agresor de mujeres?
Estas situaciones ocurren a diario ya que, de acuerdo con el último reporte publicado en el Boletín Epidemiológico Nacional, con fecha de corte del 27 de junio, tan solo en Yucatán, 313 personas han sido atendidas en centros de salud por lesiones provocadas por violencia intrafamiliar y, de estas incidencias, el 95.8 por ciento fueron mujeres. La tendencia se mantiene a nivel nacional, pues de los 21 mil 590 casos reportados, 19 mil 859 corresponden a ese mismo sector.
Dadas esas cifras y la profundidad de la problemática, es altamente probable que en nuestros círculos cercanos haya quienes, así como Renato Ibarra, se sientan con el derecho de violentar mujeres sin que necesariamente tengan repercusiones en ningún aspecto de su vida por ello. Y esto se debe a que se saben protegidos por un sistema patriarcal que les incentiva a comportarse de esa forma.
A los hombres nos resulta muy cómodo hablar de agresores siempre y cuando los percibamos lejanos, es decir, los condenamos si son figuras públicas o personajes que nada tienen que ver con nosotros o nuestro entorno inmediato. Pero cuando resultan ser familiares, amigos, jefes o compañeros, se suele caer en el pacto patriarcal que dicta que debemos solaparnos, que hay que guardar silencio ante la violencia de género y no tomar una firme postura que permita hacerle frente.
Hay que recordar que para reconocer las violencias de otros primero debemos reconocer y trabajar las propias, afrontando que en un mundo donde hemos sido socializados con estereotipos que fomentan la insensibilidad y agresividad en los hombres, lo más probable es que en algún punto de nuestra vida hayamos ejercido violencia contra las mujeres.
Mientras más pronto aceptemos lo anterior, más pronto podremos comenzar a organizarnos para encontrar formas no agresivas de relacionarnos con ellas y entre nosotros. Hay que dejar de solaparnos y comenzar a ponerle límites al pariente que piensa que el lugar de las mujeres es la cocina, al amigo que filtra fotos íntimas de sus parejas, al jefe que hace bromas misóginas, al compañero que hostiga a sus colegas, al conocido que se aprovecha de las que están en una situación vulnerable y a toda esa diversidad de machos que se sienten intocables.
Es cierto que #NoTodosLosHombres golpean, violan y matan, pero sí lo hacen los suficientes para perpetuar el machismo y la violencia feminicida en la sociedad, para que las mujeres tengan miedo al salir a la calle, para que lo piensen dos veces antes de irse de fiesta con tal o cual vestido y para que todos los días haya golpes, violaciones y asesinatos por razón de género en el país.
Habrá quienes se preguntan si existen las mujeres que agreden a hombres u otras mujeres. Claro, pero es muy importante recalcar que esta violencia tiene orígenes y alcances distintos, pues no se trata de comportamientos sistémicos presentes históricamente y que cuentan con aval social y cultural para ser ejercidos. No hay que justificar ni minimizar, violencia es violencia venga de donde venga, pero el abordaje de estos casos es distinto.
En tiempos recientes han surgido movimientos como MeToo, en el cual las mujeres se han organizado para visibilizar a sus agresores y demostrar que existen en prácticamente todos los ámbitos, desde lo académico, cultural, deportivo, político y familiar, entre otros. Ellas están haciendo su parte.
Ahora nos toca a nosotros y podemos empezar por no defender a quienes sean señalados. Hay que dejar de mirar para el otro lado y romper con el pacto patriarcal que alimenta la desigualdad y que está matando mujeres, confrontándonos en todos los ámbitos, compartiendo desde la sensibilidad otras formas de ser hombre y no tolerando a quienes sean conscientes del problema y no quieran hacerse responsables de sus violencias.