Sobre la esperanza, la información como consigna y el 25N
Cuando salimos a gritar, cuando reclamamos y sostenemos el coraje en la voz o en una cartulina, ¿de verdad tenemos la esperanza de que nos escuchen?
Me gusta pensar que la información es la mejor consigna. Que la lucha no se hace solo poniendo el cuerpo, sino también el cerebro. Coordinar ambas cosas es una batalla todavía más complicada, pero eternamente necesaria.
Por Katia Rejón*
Mérida, Yucatán, 24 de noviembre de 2020.-Hace falta recordarnos que nada ha sido en vano, porque es cierto: en tiempos de cataclismos, es difícil imaginar que el mundo tal y como lo queremos es probable. Enumerar los avances parecería un esfuerzo por esconder la hondísima infelicidad de algunos días. Pero hay que saber cómo ha sucedido lo bueno para repetirlo: es falsa la sensación de que hemos sido arrastradas a la orilla para comenzar de nuevo.
“Lo que soñamos ya está presente en el mundo”, dice la crítica cultural feminista Rebecca Solnit. Hay que volver sobre nuestros pasos para ver que, en efecto, conseguimos algunas cosas, al menos en esqueleto. Son máquinas que no han aprendido a funcionar porque quien las activa no sabe cómo hacerlo o no tiene todas las herramientas para echarlas andar. Depende.
Hay casos, como el de la Policía Cibernética, que está capacitada para detener a saqueadores, pero no a quienes amenazan de muerte a activistas. Hay protocolos de atención a la violencia que no se siguen, personal que debe atender con perspectiva de género, pero no lo hace.
Un gobernador que en campaña decía que en su gobierno “no se tocaría a una mujer ni con el pétalo de una rosa”, pero sí con macanas de sus policías que detuvieron a una menor y provocaron a una embarazada una amenaza de aborto, en plena manifestación contra la violencia de género. Que considera que sus pobres policías “se distraen” de atender el coronavirus por tener que acudir al llamado de violencia doméstica.
Todo un aparato de justicia para la mujer que no puede resolver -de una vez por todas- el caso de, por ejemplo, Greta, para nombrar solamente uno, de los miles que existen y no lo sabemos.
Les dimos personal, recursos, oficinas, armas, leyes. Las organizaciones civiles les dieron manuales, informes, recomendaciones, hicieron ya parte de su trabajo para que no tengan tantas molestias. ¿Qué les hace falta? ¿Qué necesitan para funcionar? ¿Qué más podemos hacer por ustedes?
El otro día, la Secretaría de las Mujeres de Yucatán (Semujeres) publicó en Facebook el inicio de una “Capacitación a Estudiantes Jóvenes como Multiplicadoras y Multiplicadores de Información en Derechos Sexuales Reproductivos”. Pregunté si estaban promoviendo los derechos de interrupción legal del embarazo, incluida la Norma 046. No me contestaron que sí ni que no, sino todo lo contrario. Recibí una carta abierta de una colaboradora de esa dependencia reclamando que “expusiera” el titubeo de la institución.
Me mandó a aliarme con la misma Secretaría que hizo firmar a dos víctimas una carta de rechazo de la asesoría legal a la que tienen derecho. Con la misma Secretaría que feminicidio tras feminicidio ha guardado silencio y que, como todas las demás Secretarías de Estado, no tiene autonomía para transparentar y ejercer, sin miedo, el trabajo para el que está destinada. Porque, aparentemente, hace falta ir a decirle personalmente a la institución pública cuál es su obligación y los marcos de la ley.
Empiezo a creer que la sensación de que las cosas están cada vez peores acrecienta nuestro miedo a imaginar vidas mejores y hacerles frente. Ya no esperamos nada de nadie. ¿Qué nos queda si ni siquiera estamos dispuestas a exigir lo que ya es legal? si todavía se necesitan caminos nuevos. Cuando salimos a gritar, cuando reclamamos y sostenemos el coraje en la voz o en una cartulina, ¿de verdad tenemos la esperanza de que nos escuchen? Lo pregunto con ingenua honestidad. Porque empiezo a creer que bajo el argumento de que las cosas podrían ser peores, retrocedemos.
Si mañana nos dijeran que sí, que tenemos una cita para atender la violencia de género desde la perspectiva feminista en el escritorio de la Secretaría de Gobierno, ¿iríamos? ¿estaríamos preparadas? ¿cuáles serían las exigencias específicas para Yucatán?
Necesitamos diseñar, sin fobias ni filias, una política que no parta de la pregunta y el temor de qué va a decir el Frente Nacional por la Familia. Hablemos claro: el FNF está compuesto de personas que basan sus argumentos en creencias religiosas que no tienen ninguna validez legal. Es un gran monstruo de papel que se deshace con los argumentos más obvios y que tiene la sinvergüenza de ocupar puestos de poder. Con permiso, pero paso de largo. Ya no voy a permitir que mis derechos tengan que ser validados por gente desinformada ni por gente miedosa.
Yo tampoco tengo vergüenza de decir que el rey va desnudo.
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Me gusta pensar que la información es la mejor consigna. Que la lucha no se hace solo poniendo el cuerpo, sino también el cerebro. Coordinar ambas cosas es una batalla todavía más complicada, pero eternamente necesaria.
Rebecca Solnit escribe en su libro Esperanza en la oscuridad que para ser efectivo, el activismo debe hacer exigencias urgentes, simples y poderosas. Cosas que pueden recordarse fácilmente y concentrarse en frases para gritar en las calles… al menos por un tiempo.
Después de la última manifestación, el 8 de marzo 2020, cuando más de tres mil mujeres salieron a exigir un Día de la Mujer sin rosas rojas ni violencia, podría decirse que estamos listas para el paso siguiente. Porque aunque salimos de ese encuentro conmovidas y animadas de ver tantas niñas y mujeres de todas las edades, después lloramos la muerte de otras.
La insatisfacción, dice Rebecca Solnit, más que aparcarnos en el estacionamiento, nos impulsa.
Con esto no quiero decir que no haya mujeres increíbles que, respaldadas y motivadas por otras, imaginaron e hicieron real lo que querían. La legislación ha ido avanzando a pasos decididos en favor de nosotras, es el desmantelamiento de lo anterior lo que hace falta. Arrasar con quienes, aún con la ley en su contra, siguen sosteniendo -lo tenía que decir antes o después- al patriarcado.
Hay que cambiar el discurso del miedo: los infractores, los alborotadores del orden, no son quienes salen a manifestarse tal y como lo plantea su derecho, sino quienes obstaculizan o esconden los derechos ya reconocidos.
Al final de cuentas, todo lo que se tiene que decir del Día contra la Violencia de Género está dicho. Pero eso no ha sido suficiente, ¿entonces qué falta? Las activistas de Campeche lo dicen muy bien: organizar la rabia. Detener la lluvia de improvisaciones y reacciones automáticas, hacer lo que los misóginos, provida y la ultraderecha no hacen, porque lo automático les funciona: pensar, dudar, planear.
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La contingenta Siempreviva comenzó a hacer tendederos con información en las manifestaciones. En la primera, el 28 de septiembre del 2019, sirvió como cerco a las personas curiosas que se acercaban preguntando qué era eso y por qué no se podía pasar.
Me tocó explicarle a un señor y a su hijo de unos diez años por qué la legislación del aborto en México, y en Yucatán, era un grave atropello a los derechos de las mujeres. El hombre pareció entenderlo, hizo preguntas que respondí lo mejor que pude con datos y hechos, nombres de víctimas e historias. Dijo que no sabía nada de eso y dio las gracias. Tuvo que irse, pero después de un rato volvió para terminar de leer y le gritamos que sólo mujeres. Se fue, respetuoso, mientras en la banqueta había otros hombres amenazando con la mirada burlona.
Nos encerramos en un círculo verde, anónimas, virtual y fugazmente seguras, para volver a desdoblar el miedo camino a casa. Al día siguiente, tuvimos que salir a defendernos de los ataques por la pinta a la estatua, porque nadie entendía, nadie sabía lo que queríamos.
Sé que no es nuestra obligación explicar, pero yo decido hacerlo. Y a veces, sólo a veces, compartir una reflexión es igual de vulnerable que compartir un cuerpo. Nos exponemos lo mismo al llevar una idea al grupo, al escribir, que al acuerparnos con una cartulina. Doy mi nombre porque no hay de otra, esto soy. Al contrario del rey, yo misma les digo: voy desnuda. No sé qué sigue, pero sé que no pienso volver a la orilla.
Hacer una herida visible y pública, dice Rebecca para las cuatas, es muchas veces el primer paso para subsanarla. Ya estamos ardiendo pública y privadamente. ¿Cuál es el segundo paso para subsanarla? Rebecca no lo dice, nos toca imaginar.