Ser mujer y periodista, ante las bajezas misóginas y otras linduras
Las mujeres que se dedican al periodismo en Yucatán han sido acosadas por populares reporteros, distinguidos voceros, respetables fotógrafos e incluso dignos funcionarios.
A eso se le suma la brecha salarial, que las han ignorado en sus propuestas de temas, no les permiten trabajar reportajes complejos, no les asignan eventos de mayor relevancia o simplemente no las ascienden.
Por Lilia Balam
Mérida, Yucatán, 4 de marzo de 2020.- “Lilia, ¿alguna vez has tenido obstáculos para desenvolverte como periodista por ser mujer?” Eso me preguntó un colega en el primer foro de periodismo en el que participé como panelista, al inicio de mi corta carrera. No lo dudé, respondí que no.
En concreto, confesé mi amor a este oficio. Dije que no veía los obstáculos, pues solo eran pequeños retos y esos están presentes en la vida profesional de todas las personas, por lo que librarlos me hacía sentir realizada, inteligente, capaz, hábil: que era chingona, pues.
Fue tal mi ímpetu que me dedicaron comentarios –masculinos, por supuesto-, en el vídeo de la transmisión realizada por redes sociales. Todos aplaudían mi actitud por la vida. Mi punto de vista era el correcto, no hay obstáculos para las mujeres hoy en día, decían. Sentí la aprobación, terminó el evento y fui feliz.
Y desde entonces no dejo de abofetearme mentalmente cada vez que lo recuerdo. Claro, han pasado muchas lunas, pleitos, iras y decepciones.
¿Qué iba a saber la pequeña e ingenua Lilia, si en ese momento no escuchaba a cada minuto que era “demasiado agresiva” al entrevistar a los funcionarios (aunque lo hiciera igual que sus compañeros)?
En ese entonces no llovían los comentarios sobre su “inadecuada” apariencia física para trabajar en un medio de comunicación, ni sabía que un exrector de orgullo pumista la tomaría violentamente del brazo y se burlaría de ella delante de destacados sujetos para evitar darle una entrevista y, luego ofrecerle una selfie como reparación del daño.
¿Cómo podría saber esa joven que algún día uno de sus entonces superiores le diría, a pocos días de haberla ascendido, que “más valiera que no se empoderara demasiado”?
Tal vez la respuesta hubiera cambiado si antes del foro hubiera platicado con Cirenia Celestino Ortega, coordinadora del Observatorio de Medios y Estrategias de la asociación Comunicación e Información de la Mujer (Cimac).
Apenas hace un par de días me dijo de manera muy puntual que las periodistas enfrentan no uno, no dos, sino tres niveles de violencia: por desempeñarse en el periodismo en uno de los países donde es más peligroso hacerlo; por ser defensoras de los derechos humanos, al ejercer el derecho a la libertad de expresión y acompañar el derecho a la información de grupos cuyos derechos han sido violados; y por vivir en un contexto feminicida, en el cual asesinan a diez mujeres diariamente.
Entonces, una mujer que se dedica al periodismo en México no solo es vulnerable a la violencia en su casa o en las calles, también enfrenta violencia como profesionista dentro y fuera de su sitio de trabajo.
“Hay violencia en las redacciones, que se expresa en jornadas laborales desiguales, brecha salarial de género, ausencia de prestaciones laborales, acoso y hostigamiento sexual. Pero también hay violencia al exterior, esa que tiene por objetivo atacar, inhibir y causar daño a la libre expresión de las mujeres y al acceso a la información de las mismas”, detalló Celestino Ortega.
Yo sé que para ustedes las palabras no son suficientes, porque como escribió Antoine de Santi-Exupéry, “a los mayores les encantan las cifras”. Entonces demos un vistazo a los datos duros, siempre fríos y concretos.
De acuerdo con el informe “Condiciones laborales de las y los periodistas de México” de Cimac, publicado en el 2015, la violencia laboral contra las reporteras, camarógrafas, fotógrafas o editoras por parte de los directivos de los medios de comunicación es alta: a nivel nacional se registró un promedio de 2.4 casos de discriminación de género por parte de miembros de la directiva.
El estudio señala que el 77.8 por ciento de cada cien mujeres encuestadas consideraron que el trato no era igualitario y advirtieron discriminación, obstáculos o desventajas laborales en sus espacios de trabajo. Esto significa que a siete de cada 10 mujeres entrevistadas las ignoraron vilmente al proponer temas, no las dejaban participar en los procesos de toma de decisiones, no les permitían trabajar temas complejos o los de mayor relevancia se los asignaban a hombres en sus narices, trabajaban en sitios en los que las direcciones y puestos principales eran ocupados por varones o no les daban ascensos si no eran “amables”.
El 63.2 por ciento de las mujeres que participaron en el estudio carecían de Seguridad Social, mientras que los hombres en esta condición eran menos: 41.9 por ciento de los encuestados no contaban con esa prestación.
En el tema de los salarios, se observó que a mayor ingreso laboral, menor es la participación femenina. Por ejemplo, su participación en el nivel inferior de ingresos mensuales, de aproximadamente 4 mil pesos, es del 13.8 por ciento, mientras que la de los varones es de 12.7 por ciento. Ah, pero los salarios de 10 mil a 15 mil pesos mensuales los perciben en su mayoría hombres: 18.5 por ciento contra 13.2 por ciento de las periodistas, es decir, una brecha de 5.3 por ciento
Celestino Ortega me comentó que 41 por ciento de las notas diarias están firmadas por mujeres, en las jefaturas hay pocas periodistas (solo 25.9 por ciento de las que participaron en el informe mencionado ocupaban algún puesto de dirección), y la presencia de mujeres se reduce más cuando se trata de tenencia o propiedad de medios de comunicación.
Otro de los hallazgos del informe es que es mayor el número de mujeres con múltiples funciones y además, suelen tener una carga de trabajo doméstico no remunerado más alta: 7.5 por ciento de las periodistas declararon dedicar más de 20 horas semanales a limpiar la casa, cocinar, hacer las compras, cuidar a niñas y niños o realizar pagos. En contraste, 0.6 por ciento de los hombres destinaron el mismo lapso a hacer esas tareas.
Por supuesto, todo esto sin contar los casos de acoso y hostigamiento sexual. Para eso basta recordar el movimiento #MeTooPeriodistas que surgió en marzo del 2019. Cómo olvidar cuando Leonardo Valero, director de Operación Editorial de Grupo Reforma, fue removido de su cargo tras ser acusado de acoso sexual. También fueron suspendidos colaboradores de Chilango y Máspormás, y se denunció públicamente a trabajadores de La Jornada, Milenio, entre otros medios.
Por cierto, según el informe de Cimac, el principal efecto del hostigamiento y el acoso laboral es la desvalorización del trabajo, algo que la asociación considera “connatural a la condición de género de las periodistas en la cultura patriarcal”.
Las cifras me han aburrido y entonces reflexiono. Realmente no era necesaria la numeralia, ni las investigaciones, ni nada. Solo necesitaba escuchar y observar un poco lo que ocurría alrededor para cambiar esa maldita respuesta que expuse en la mesa panel de hace unos años.
Tal vez la historia sería diferente si me hubiera dado cuenta que mientras cubría la fuente de política o la de seguridad y justicia, me la pasaba trabajando con hombres todo el día. O si hubiera contado a las pocas jefas de información que han tenido el disgusto de soportarme y a los innumerables jefes que han forzado la sonrisa cuando les explico por qué no es divertido que atribuyan los logros de una funcionaria a su desempeño sexual.
Aquí entre nos, la culpa y la curiosidad me impulsaron a consultar a trece todólogas de la comunicación yucateca sobre esta situación. Les digo todólogas porque literalmente han cubierto cada uno de los frentes de batalla: desde manejar las redes sociales de un medio de comunicación, reportear, fotografiar, hasta dirigir su propio espacio informativo. A todas ellas les hice las mismas preguntas.
Mi vesícula biliar fue la más castigada cuando escuché que de los labios –y manos- de populares periodistas, distinguidos voceros, respetables fotógrafos e incluso dignos funcionarios, salieron las más bajas asquerosidades.
Y no me refiero solo al hecho de que, por ejemplo, a reporteras cuya labor ha sido reconocida por organismos internacionales las sigan tratando “como niñas”. Ni tampoco estoy incluyendo en esta observación a la jefa de edición cuyo sueldo era menor que el de uno de sus colegas, ni a la jefa de información a quien no permitían participar en las juntas del equipo noticioso.
Tampoco hablo de la redactora web a quien le impidieron realizar notas sobre los movimientos feministas porque estaba “imponiendo sus intereses en la información”, ni de la reportera a quien le dijeron que no debía cubrir una manifestación por ser algo “peligroso” para ella.
Me refiero a las locutoras a quienes reporteros y voceros las asediaban todos los días, pese a sus negativas. De las reporteras noveles a las que sus entrevistados se sintieron en la libertad de manosear o de besar sin su consentimiento.
Hablo de las periodistas que, en su mayoría sin prestaciones, con un sueldo groseramente bajo y con miles de responsabilidades, tenían que soportar comentarios como “deberías vestirte más sexy”, o pelear por sus temas o tolerar la inseguridad de sus jefes cuando éstos desconocían un tema que ellas dominaban.
A lo mejor hablo un poco de mí, cuando no supe qué contestar ante ese “más vale que no te empoderes demasiado”. ¿Qué es demasiado para una mujer periodista? ¿Bajar la cabeza y decir que sí a todo, en nombre de nuestra pasión, carrera y nombre?
De todas las entrevistadas, ninguna consideró recibir un salario justo para todas las responsabilidades que tienen. La mayoría se siente insegura al laborar, ya sea en la redacción o cuando salen a la calle a buscar la nota del día. Pero eso sí, todas se han sentido agredidas al menos una vez en la vida. Al menos cinco de ellas, violentadas sexualmente.
¿Algo bonito para no terminar de leer esto con dolor de cabeza, como su servidora en estos momentos?
Todas están interesadas en tratar temas de violencia de género y consideraron que esos asuntos deben ser abordados con una visión más objetiva, veraz y cercana a los derechos humanos, contrario a lo que está ocurriendo en los medios de comunicación actualmente. Algunas incluso aseguraron estar intentándolo todos los días, pese a la censura, al machismo y pese al jefe que les dice que “esa agenda no pega” y por lo tanto no se va a publicar.
A excepción de una –quien teme perder su trabajo-, todas participarán en el Paro Nacional del 9M porque consideran urgente tomar medidas para combatir la violencia de género, de la cual han sido víctimas también. Honestamente no sé si tomaban en cuenta todo lo descrito aquí para sumarse al movimiento.
Yo me voy a sumar. A mi manera, pero lo haré. Entre mis razones quizá la más simple y egoísta es que quisiera que me preguntaran de nuevo si han existido obstáculos para desenvolverme en el periodismo por mi género.
Toda la vida he sabido que en México, hay una peor combinación que la diarrea y la tos: ser periodista y mujer. Aunque no lo quería ver, la respuesta siempre ha sido sí.
Y no solo para mí, para todas las periodistas.