¿Quién cuida a las que nos cuidan?
El aislamiento representa un riesgo para las niñas y mujeres debido a que la carga de trabajo impide su acceso pleno a la educación, a un ingreso propio, a la seguridad social y a la participación en la vida pública.
Las actividades domésticas han sido devaluadas e invisibilizadas a tal grado que quienes las realizan no reciben remuneración u obtienen una compensación económica mínima.
Por Redacción
Mérida, Yucatán, 22 de julio de 2020.- La mayor defensa contra el Covid-19 no es el cubrebocas ni las vacunas que aún están en fase de prueba, para detener el contagio basta lavarse las manos con agua y jabón. El virus que ha hecho temblar a las economías más poderosas del mundo es destruido con una técnica que mamás, abuelas, tías y hermanas nos enseñaron en la infancia.
Hablamos de mujeres porque son las que, en una forma desproporcionada, se dedican a la crianza de niñas y niños. Ellas, ya sean madres o figuras que cumplen con este rol, nos educan mientras cocinan, lavan, planchan, limpian, administran y atienden a personas adultas mayores, enfermas o con discapacidad. Algunas, incluso, laboran fuera de casa.
Tradicionalmente se nos ha dicho que estas tareas se llevan a cabo por amor y que servir a otros es parte de la “naturaleza” femenina. Así, todas estas actividades han sido devaluadas e invisibilizadas a tal grado que quienes las realizan no reciben remuneración u obtienen una compensación económica mínima.
Es más, el hecho de que las mujeres hayan cultivado estas experiencias y saberes dentro de los hogares contribuye a que se les identifique con la esfera privada. Por el contrario, lo masculino se asocia con lo público y lo trascendente para la comunidad, por lo tanto, tiene un mayor reconocimiento social.
Y sin embargo, el trabajo de cuidados es lo que regenera, a diario y por generaciones, el bienestar físico y emocional de las personas, según las investigadoras María Ángeles Sallé y Laura Molpeceres. Desde bañar a un recién nacido hasta preguntarle a la pareja cómo estuvo su día, pasando por planchar el uniforme escolar, preparar la cena, hacer la lista del súper y gestionar ante las autoridades una pipa de agua, los cuidados son el eje de la vida.
Durante la pandemia se nos ha dicho que quedarnos en casa es una forma de resguardar nuestra salud y la de quienes nos rodean. El confinamiento se ha convertido en una política pública y gran parte de nuestro tiempo ahora transcurre en el espacio doméstico, ese que históricamente se ha desvalorizado por su relación con lo femenino.
Esta debe ser una oportunidad para reflexionar y cambiar las condiciones en las que se lleva a cabo el trabajo de cuidados. Por ejemplo, pensar en que si los Semáforos Epidemiológicos mantienen sus tendencias actuales, será imposible que las niñas, niños y adolescentes regresen a las aulas a finales de agosto, lo cual agregaría una carga a madres y cuidadoras.
Además, activistas y organizaciones de todo el mundo han advertido que el aislamiento en el hogar representa un riesgo para las niñas y mujeres, no sólo porque la mayor parte de las agresiones en su contra ocurren ahí, sino debido a que la carga de trabajo doméstico y de cuidados impide su acceso pleno a la educación, a un ingreso propio, a la seguridad social y a la participación en la vida pública.
Incluso, cuestionar lo que creemos del trabajo de cuidados implicaría que éste se considerara dentro del artículo 123 de la Constitución Mexicana, ese que consagra condiciones como las jornadas de ocho horas, la seguridad social y el derecho a una pensión digna.
Y es que mientras las yucatecas que realizan alguna actividad económica tengan una jornada 7.9 horas más prolongada que los hombres, según la Encuesta Nacional sobre Uso del Tiempo (ENUT), no habremos aprendido nada sobre cuidar.