No necesitamos darnos golpes de pecho
Cada domingo van a misa pero el resto de la semana no son mi la mitad de misericordiosos.
Por Rafael Gómez Chi*
Mérida, Yucatán, 29 de agosto de 2019.—¡Buenaaaaas! –se escuchó detrás de la reja mientras en la televisión Tom Cruise repartía madrazos a diestra y siniestra en aquella escena de Misión Imposible: Nación Secreta, la cual he visto enenúmero de veces, de modo que no miré ni siquiera por el rabillo del ojo a la calle.
–¡Buuuueeeeennnaaaaaaass! –repitió la voz. Oquelach. Me asomé. Eran ellos. Bueno, dos de ellos. Un sujeto de unos 40 años y un joven, calculo de unos 14 años.
–¡Un momento! –grité y seguí mirando la película.
Acabó la escena y salí, descalzo.
–¿Se les ofrece algo?
–¿Tiene usted tiempo?
–¿Para qué?
–Para que hablemos.
–¿De qué vamos a hablar?
–De la Biblia.
–¿De cuál? –pregunté refiriéndome a las versiones que hay del texto. El sujeto mayor me dijo que iba a hablarme de la Biblia que usan los llamados Testigos de Jehová, pero le rebatí diciéndole que yo me había formado con la Reina-Valera, revisión de 1960, cuando tuve la oportunidad de ir al templo, además de que le subrayé que me había costado mucho trabajo entender que Dios no hizo al hombre, sino que el hombre fue el que, hábilmente, primero para explicarse lo desconocido y luego para someter al otro, creó el cuento de que hay un Dios.
Para ese momento las hormigas ya se habían apoderado de mis pies mordiéndome dolorosamente los dedos, en particular los gordos, así como uno de mis talones. Eso te pasa por negar a Dios.
–Eso es lo que usted cree o le han hecho creer –contestó el tipo.
Le dije que era una conclusión mía y que casi no la exponía ante nadie porque es difícil que otras personas la entiendan.
–Kierkegaard gastó toda su vida y buena parte de su filosofía, si no es que casi toda, explicando la existencia de Dios –asenté. ¿Has leído a Kierkegaard?
–No… Pero mire…
–No voy a mirar nada, amigo, no vas a convencerme de que hay un cielo y un infierno, porque Satán resulta otro magnífico invento de la humanidad. Sin uno no se sostiene el otro. Además, no necesitas creer ni achocarte en una iglesia para ser gente de bien. Conozco muchas personas que se la pasan arrodillados en la iglesia dándose golpes de pecho, pero son perfectos hijos de puta, estacionan el auto en las esquinas, tiran basura donde se les da la regalada gana y, acordándome de Solalinde, hay católicos que cometen los más horrendos feminicidios.
Tengo en la mente una larga lista de gente que cada domingo van a misa pero el resto de la semana no son mi la mitad de misericordiosos, algunos explotan a sus trabajadores pagándoles una miseria; sé de varios narcos locales que para el 12 de diciembre arman tremendo fiestononón en honor a la Virgen de Guadalupe, pero no se tientan el corazón para rellenar de plomo al que se les ponga al brinco.
Varios de esos muchachitos en diciembre exprimen su cuerpo todo lo que da, corriendo con una antorcha para ir a hacerle promesas a la Virgen en San Cristóbal, pero el resto del año se emborrachan, le pegan a sus novias, se sienten muy machos y todo eso, de modo que le pregunté cuál es la utilidad de su andar por la calle asustando a la gente con eso del infierno y demás lindezas.
Trató de enseñarme algo en su celular, pero lo paré en seco diciéndole que no tenía que recurrir a sus métodos para rebatirme, que si era un hombre de auténtica fe, eso no era necesario ni para él.
Recordé, de pronto, discusiones políticas por el matrimonio igualitario, la equidad de género, el aborto y la sexualidad y lo que ha sucedido en las últimas semanas y, en mis más profundos adentros, vi a Jesús echar violentamente a los mercaderes del Templo. (Ilustración de Alberto Montt)
*Lingüista, antropólogo, escritor y periodista con 26 años de experiencia.