Mujeres, ante la violencia y la consciencia
No basta haber salido de una situación de violencia si no hay consciencia, porque ésta se sigue perpetuando. Hacer consciencia tampoco garantiza salir de la violencia, pues la mayoría de las veces el costo y el desamparo es muy alto.
Por Alicia Ayora Talavera*
Mérida, Yucatán, 25 de marzo de 2021.-No importa si se es esposa, hija, hermana, madre; lo que demanda el cumplimiento de obediencia de la mujer hacia el hombre, lo que marca la supuesta inferioridad de lo femenino sobre lo masculino, la desigualdad del poder en las relaciones, es un entendimiento introyectado, naturalizado, que se perpetúa en la educación, en la cultura. La profundidad de sus raíces afianza ideas traducidas a supuestos derechos, obligaciones y valores, que ponen en desventaja en cuanto a voluntad y libertad se refiere, a todo lo que representa lo femenino, en este caso a las mujeres.
Vivimos en la continua transformación de significados, por lo tanto, de valores. El camino es hacia la desalienación, desmarginalización, hacia la reivindicación de la mujer cuyas cualidades asignadas a su género, significadas como características que la dignifican, han hecho todo lo contrario. No puede considerarse digno algo que despoja a un individuo de sus deseos e intereses, algo que somete, oprime, desvaloriza, invisibiliza, que arrebata libertad, voluntad y poder. Asimismo, no hay reivindicación sino se da a la par la desalienación de los valores que superponen lo masculino sobre lo femenino.
La tarea no es fácil, implica adentrarse en las consciencias a las que solo podemos acceder a través del discurso, porque somos construidos en el lenguaje, a través de éste significamos, explicamos la percepción del mundo que nos rodea, definimos quiénes somos a partir de los otros; a través del lenguaje construimos conocimiento, cultura.
También somos seres emocionales, y nuestras conductas están precedidas por éstas, ligadas a un sistema de creencias con algún grado de consciencia, con el que siempre estamos tratando de justificar nuestra emocionalidad. La consciencia es resultado de un proceso cotidiano, sutil, simbólico, que se va dando en la experiencia; es el lugar en el que aterrizamos la explicación de lo que consideramos como cierto, con el cúmulo de información que se va adquiriendo en el camino de la vida.
Es la conclusión reflexionada o no, la explicación amplia o limitada que justifica el pensamiento individual o colectivo, más no siempre la conducta. Los cambios de consciencia radicales no existen, son paulatinos, aquello que se ha logrado en pro de nuestra emancipación, no ha sido precisamente por un cambio drástico. A pesar de estar fuera de la consciencia y agrado de unos, se han reconocido y hecho valer derechos de los que hoy las nuevas generaciones disfrutan y viven dentro de la normalidad.
Es tarea adentrarse un poco en cómo las mujeres hemos ampliado la consciencia sobre nosotras mismas y nuestra condición impuesta, comprendido la razón de nuestras incomodidades, el por qué de nuestro miedo a decir no, las implicaciones de rechazar el rol adjudicado al género que hemos jugado como un designio que nos ha puesto en absoluta desventaja. Parte de la naturaleza humana es la libertad y la búsqueda de bienestar, la opresión en sus múltiples representaciones atenta contra ello, obliga al oprimido a cuestionar su estado. Sin embargo, responderse el¿por qué?,no es tarea fácil, llevamos impregnada en la piel la cultura del miedo a levantar la voz, a cuestionar, a dudar, a exigir y, sobre todo a infringir las normas morales que cuestionan nuestra reputación de individuos decentes, dóciles, bondadosos, abnegados, compasivos, respetables.
El espacio público es el lugar donde el mensaje reafirma estereotipos, nuestro alrededor está impregnado de símbolos que validan lo que queremos quitarnos de encima, mujer-belleza, mujer-delicadeza, mujer-ama de casa, mujer-hogareña, mujer-madre, mujer-objeto. Sin embargo, el espacio público también es el lugar donde se gestan cambios, donde los intereses comunes ponen en entre dicho los intereses en la esfera privada, cuna de la violencia que se acrecienta a medida que las mujeres se van reconociendo como individuos con igualdad de derechos. Cuando la información manifiesta por las voces levantadas conecta con nuestra experiencia, un destello de consciencia sobreviene; así sabemos que existen otras opciones de vida.
A pesar de que todas y cada una de las violencias que vivimos tienen un hilo en común –el dominio– son particularmente diferentes, están atravesadas por múltiples construcciones que contribuyen a la jerarquización del poder, ampliando la brecha de discriminación y desigualdad.
Generar consciencia es a largo plazo, implica respuestas explícitas a los porqués y paraqués. No basta haber salido de una situación de violencia si no hay consciencia, porque ésta se sigue perpetuando. Hacer consciencia tampoco garantiza salir de ésta, la mayoría de las veces el costo es alto, el desamparo económico y todo lo que implica parece ser una circunstancia con alto peso, el desamparo judicial también. La posición de desventaja está en todos los ámbitos, comenzando por el legal.
Parte del gigantesco dilema de violencia es precisamente la imposibilidad de hablar, el tener que ocultar aquello que los demás no desean ver ni escuchar por miedo a reconocerse responsables.
¿Será más fácil hacer consciencia sobre la causa de nuestro sufrimiento cuando se vive en la opresión y sumisión, que hacer consciencia cuando se vive en el privilegio?
Solo se puede reconocer como necesario y propio aquello que se conoce. Antes, el sufrimiento se asume como destino. El privilegio es invisible hasta que es arrancado.
La batalla campal en la que estamos sumergidos no sólo es cuestionar la existencia de la opresión y violencia sobre las mujeres, sino el tener que asumir la responsabilidad individual en ellas.
Actuamos más por conveniencia, que no es precisamente lo que creemos, sino que se asienta en lo que suponemos que da seguridad y certeza, porque los valores no siempre son aplicables. Vivimos en dilemas éticos de los que no estamos conscientes, dilemas vistos no desde el punto de la naturaleza ser humano, sino de su ser mujer y de su ser hombre.
Lo común en todas estas historias no es la violencia, es el miedo, la imposibilidad de hablar, encontrarse sola, callar por vergüenza; vivir con la duda de no saber si es amor, enfermedad u otra cosa desconocida; vivir con la duda de si amar a alguien que te lastima es correcto. La búsqueda del bienestar está ligada a nuestra naturaleza, biología, emocionalidad; dirige todas y cada una de nuestras acciones, a veces arrastrándonos a circunstancias extremas. Ésta es la complejidad de las situaciones de violencia, esa lucha constante entre la emoción humana y la razón que imposibilita o dificulta, encontrar una salida.
*Psicoterapeuta, escritora y articulista.