Los nuevos indígenas del mañana
“Es un asunto de tierras, no las nuestras, que eran casi todas y ya las hemos vendido, sino las tierras comunales de los indios indígenas, que las han tenido escondidas del progreso. Pero aquí entra la política, para apoderarnos de las tierras debemos inscribirnos a las candidaturas indígenas para las próximas elecciones. Suena horrible, hagámoslo”
Por Antonio Martínez *
Mérida, Yucatán, 26 de febrero de 2024.- La presente crónica está construida apresuradamente de una serie de chismes de pasillo, rumores, dimes y diretes, así que puede ser que no sea cierta del todo o en parte.
Sucedió en aquel entonces que todos aquellos que eran alguien en la Villa Blanca habían sido convocados al Cabildo por un asunto de tierras, por lo cual estaba la sala llena y el mesero personal permanente del Alcalde apenas daba abasto repartiendo bebidas y botanas.
– ¿Que no se cansan sus mercedes de hacer negocios? – resopló don Primitivo, escribano del Cabildo, sacando papel, tintero y una pluma de ganso para llevar memoria de los acuerdos. – Es un sinvivir llegar estos días hasta aquí, con tanto tráfico y las obras y las macetas y las bicicletas y los turistas…
– Es asunto de máxima importancia para nuestros bolsillos, disculpen sus mercedes la molestia – intervino el Alcalde tomando control de la reunión y de su tequila, que despachó de un trago – proceda don Emiliano, si es su merced tan amable.
– Con mucho gusto. Nos hemos reunido aquí la crema y nata para tramitar nuestra credencial de indígenas.
– ¿Qué indígenas? – preguntó doña Beatriz de Montejo desde su venerable sillón castellano.
– Nosotros – contestó impasible don Emiliano Díaz y a doña Beatriz le dio la risa. – ¿Cómo va a ser? – dijo entre carcajadas.
– Es un asunto de tierras, repito, no las nuestras, que eran casi todas y ya las hemos vendido, sino las tierras comunales de los indios indígenas, que las han tenido escondidas del progreso. Pero aquí entra la política, explíqueles señor Alcalde…
– Así es. Para apoderarnos de las tierras debemos inscribirnos a las candidaturas indígenas para las próximas elecciones y para eso tenemos que pretender serlo. Una vez que seamos sus líderes, nos venderemos las tierras a nosotros mismos por una risa y luego a otros a un precio mayor, o mayúsculo.
– Suena horrible, hagámoslo – se entusiasmó doña Beatriz.
– Bien. El procedimiento es sencillo – intervino don Ulises el secretario del Alcalde – primero, elegir un apellido indígena, luego asistir a una clase de lengua indígena y al final tomarnos la foto y listo. Comencemos por los nombres.
– Yo seré doña Beatriz Tutulxiú de Montejo – dijo doña Beatriz.
– Y yo don Emiliano Dzis Diaz.
– Yo don Juan Pat Patrón.
– Yo don Justo Canul Ponce y Ponce.
Y así fueron todos apuntándose a la lista entre risas y brindis y aceitunas.
– Pasemos al siguiente tema. Hemos contratado a un asesor para que nos dé un rápido curso de cómo hablar indígena, don Lorenzo Córdoba, por favor don Lorenzo – presentó don Ulises.
– Díganme Don Lol. Es más indigenoso. Y yo a su merced le diré don Uli. Bueno, hablar indígeno es fácil, con el método patentado por mí. En cinco minutos estamos listos, o menos, como en ocho. A ver, repitan conmigo “Yo Gran Jefe Toro Sentado (insértese nombre) líder Gran Nación Chichimeca (insértese nación). Yo decir a ti, o diputados para nosotros o yo no permitir tus elecciones. Yo jefe Gran Nación Chichimeca, vengo Guanajuato (insértese lugar)”. Muy bien eso es todo.
– ¿Así no más?
– Si, con eso es más que suficiente. Y que vean unos capítulos del Llanero Solitario, eso siempre ayuda mucho – concluyó el experto. – Y con permiso les dejo en sus asuntos que tengo que ir a rescatar a la democracia en peligro.
– Pasemos a las fotos ahora – sugirió don Ulises.
– Pero en las fotos nos veremos todos blancos y paliduchos, se van a dar cuenta – aportó don Orondo con perspicacia – a no ser que nos maquillemos… – sugirió esperanzado.
– Ni loca me maquillo yo de indígena, faltaría más – graznó doña Beatriz salpicando la mesa con su quinto Bloody Mary, y pidió otro, mas cargadito.
– No se preocupen sus mercedes ni un instante, intervino prestamente don Emiliano. – Lo tenemos todo pensado. No es necesario maquillarse, ni pelucas, ni atavíos. Nos tomaremos la pócima del profesor Laviada, el Indigenificador Temporal ©. Nos volveremos indígenas por unos minutos, lo suficiente para tomarnos las fotos y recuperaremos luego nuestra blanquitud.
– ¿Pero qué tiene esa pócima? – preguntó doña Angustias Bracamontes.
– La pócima de mi creación contiene diversos aceites esenciales de chile habanero, recado negro, flor de vainilla, polvo de Chechem (una pizca), pétalos de flor de mayo, piel de muda de serpiente cascabel, corteza de Balché, canela, cebolla morada y un diente de ajo para dar sabor. Y el ingrediente secreto, naturalmente – explicó pacientemente el profesor don Bacterio Laviada.
– ¿Cuál es el ingrediente secreto? – preguntó un indiscreto. – Naranja agria, por supuesto.
Así, el mesero les sirvió a cada quien un caballito con el preparado del famoso genio yucatánico y todos lo tomaron de un trago, excepto don Primitivo y el poeta Carlos Castillo, quienes vaciaron sus dosis en el jaibol de don Orondo sin que el incauto se diese cuenta. Instantáneamente todos los que bebieron de la pócima se volvieron indígenas, gracias al milagroso brebaje.
Sus faces rubicundas tornándose morenas, sus blondos cabellos ondulados volviéndose negro azabache, y todos comenzaron a hablar más aporreado. Notaron con sorpresa que hasta su vestimenta había cambiado y ahora vestían a la usanza indígena, tanto de mestizo, catrín, tradicional de hacienda y siglo XIX, excepto don Orondo, al que le había tocado un atavío de cholo de Kanasín y se veía, por decirlo leve, peculiar.
Los nuevos indígenas se rieron mucho y se tomaron las fotos y luego más bebidas, satisfechos de haber completado el proceso de certificación. Progresivamente, todos fueron recuperando su color y fisonomía original, así como sus propias ropas. Todos, menos don Orondo, quien pasada una hora seguía igual.
– Ya no debe de tardar, su merced no se preocupe – le tranquilizó el profesor Laviada.
– ¿Cómo no me voy a preocupar, viejo chiflado? si por su culpa me veo en esta situación. Don Primitivo, ¿no sabe alguna palabra mágica que me saque de este trance?
– No sé si funcione, por aquello del Chechem de la pócima, pero podemos intentarlo – respondió don Primitivo, que comenzaba a divertirse.
– Por san Onofre, os lo suplico, ¿cuál es la palabra mágica?
– Palidece – inventó don Primi, pero nada sucedió. - Blancanieves – intentó de nuevo con el mismo resultado.
– Güero cagalero – dijo, porque ya no se le ocurría nada. Pero nada.
– Lo siento, amigo mío, mejor piense que quizás le tome un rato – le atormentó con gesto compungido.
– Si es que no se queda así… Pero considere su merced que la belleza es morena, por si es que se queda así…- apuntilló don Carlos por el placer de mortificarle.
– NOOOOOOOOOOOOOOOO – gritó don Orondo, y su propio chillido le despertó. Todo había sido un mal sueño, confirmó mirándose en el espejo cuarteado del baño, donde se vio tan blanco y horrible como siempre, lo cual, por una vez, le llenó de alivio.
Don Orondo regresó a dormir. Afuera amanecía, y los ganapanes salían a pagar las consecuencias. (Ilustración de iStock)
* Escritor de provincias.