Los mejores y más reconfortantes sonidos del mundo
La brisa, las monedas en el bolsillo, el aplastar la primera lata de cerveza del día, la risa de las señoras, el cajero despachando el dinero, las burbujitas del frijol con puerco y, claro, los poéticos gemidos.
Por Antonio Martínez *
Mérida, Yucatán, 19 de febrero de 2024.-Los martes se habían convertido en el Día de las Listas en el afamado local La Copa de Oro del metaverso de la Villa Blanca. Así pues, dadas las doce y después de escuchar el Ángelus en la vieja radio del cantinero, don Primitivo se aclaró la garganta con el resto del jaibol, pidió otra ronda que llegó y fue consumida instantáneamente y procedió a iniciar el juego. – Hoy le toca a don Satur proponer el tema.
– La lista de los mejores sonidos del mundo-, estableció don Saturnino el cantinero y procedió a servir una ronda que nadie había pedido, pues una cosa era jugar y otra el negocio. Mientras los parroquianos pensaban, don Saturnino comenzó, pues ya se lo tenía pensado. – Yo empiezo, el sonido más hermoso es el de la brisa pasando ligera a través del miriñaque, que suena así como sisifrís.
– Sin duda. Pero habrán de convenir sus mercedes que también es sonido bello el de la pura y cristalina risa que se te sale cuando ves a alguien tropezar y caerse de bruces en el pavimento-, dijo don Primitivo, quien andaba de un humor volátil – cataplom y jajaja.
– Hermoso, hermoso, lo que se dice hermoso, es el sonido amortiguado de un puñado de monedas de diez pesos al caer en tu bolsillo, así como plonkoplom, – intervino sorpresivamente don Leperiades, el mendigo del semáforo de la esquina, que se había escurrido en la cantina para tomar una caguama de emergencia. –Es un sonido que más que oírse, se siente, – añadió más para sí mismo que para los otros.
– El mejor sonido del mundo es el reconfortante crujido de aplastar con la mano la primera lata de cerveza del día, suena cronch – opinó con autoridad el poeta don Carlos Castillo y remató haciendo el gesto universal de aplastar lata de cerveza. Todos hicieron universales gestos de aprobación a la propuesta.
– Yo elijo el melodioso sonido de la voz untuosa del mesero del restaurante fino cuando te trae tu platillo carísimo y te lo explica con detalle y es otro el que paga – soltó un pensativo don Orondo en un inesperado arranque poético que le sorprendió a sí mismo y le hizo enrojecer. Como era tan voluminoso, el enrojecimiento llevó tiempo, pero una vez iniciado era imparable.
– Un sonido digno de los dioses es el de la risa de las mujeres cuando están solas entre ellas, que es como el canto de los pájaros, porque cuando te acercas se acaba – apuntó el ilustre cantinero al regresarle el turno, muy satisfecho por el ángulo espiritual de su aportación.
– ¿Y qué me dicen, mis letrados colegas, del ronroneante murmullo del cajero automático cuando se pone en marcha para despacharte tus billetes? Así como tikitikishshshs – propuso don Primitivo, con un pragmatismo no exento de lirismo.
Llegó el turno otra vez a don Carlos. – El sonido tumultuoso y envolvente de la cerveza al escanciarse en el vaso o tarro, wuuuuushh – recitó con una sonrisa y pidiendo una Carta Clara procedió a darles un ejemplo práctico. Por educación muy peninsular, todos asistieron seriamente a la demostración, como si no lo hubiesen oído en su vida.
– Sin lugar a dudas, maravilloso es el sonido de las burbujitas del frijol con puerco cuando hierve, así como plip plip blop – dijo don Orondo y a todos se les apareció la imagen y el sonido en sus mentes, dejándolos convencidos. Don Carlos había estado pensando en el rumor de las pícaras burbujitas del champagne, pero las burbujitas de frijol le quitaron la idea.
– ¡Ya sé! El mejor sonido del mundo es el que hacen los hielitos del jaibol al chocar entre sí con alegría, klishklishklish- dijo don Carlos súbitamente inspirado, aunque no era su turno y con patricio gesto les dio una explicación práctica con su cuba, que acercó a los oídos de los comensales.
– Esperen sus mercedes, – recapituló don Primi, – llevamos hasta ahora nueve sonidos, a saber: la brisa, la risa jocosa, las monedas, la lata, el mesero, la risa de las señoras, el cajero, la cerveza, el frijol y el hielito del jaibol. Falta uno para la decena.
Pidieron nuevas bebidas y se quedaron pensando, pero no se les ocurría nada, así que pidieron otras iguales y otras más. Ya casi se le había olvidado la lista cuando don Carlos dijo con semblante ensoñador: – Hermosos, los gemidos de doña Elvira, cuando… – pero se interrumpió, al ver las taimadas miradas de los comensales, componiendo rápidamente – … cuando lee poesía.
– ¿Gemidos, don Carlos? – preguntó don Primitivo con sonrisa cadavérica.
– Bueno, son como suspiros hondos, – se defendió el poeta.
– Las burbujitas del frijol, y el humito que sube… – insistió don Orondo e instintivamente todos inhalaron y pudieron haber jurado que olieron los frijolitos, excepto don Primitivo, que estaba más cerca del mingitorio.
Mientras tanto, afuera, el ruido vulgar y la existencia. (Ilustración de iStock)
* Escritor de provincias.