Le declaro la guerra al amor romántico
Los hombres hemos sido socializados histórica y culturalmente para relacionarnos desde el poder, la dominación y la fuerza. Por ello, tenemos un acceso más amplio y directo hacia las violencias patriarcales y esto permea en nuestras relaciones de pareja, incluso desde que nos fijamos en alguien.
Por Roberto Bruno
Mérida, Yucatán, 14 de febrero de 2021.-Cada 14 de febrero es igual. La fecha supone una ocasión especial para que las y los enamorados expresen su amor con rosas, chocolates, peluches gigantes, cenas a la luz de las velas y otros gestos. Y está perfecto. Pocas cosas producen tanta dicha como dar y recibir amor.
Mi problema con este día es lo que puede haber detrás de ciertos rituales, comportamientos y acciones que pueden contribuir al amor romántico, un concepto que, desde la teoría de género, podemos entender como un sentimiento basado en mandatos patriarcales que nos hacen creer que el afecto es exclusivo, que los celos son una prueba fehaciente de él y que aquella persona que los genera es de nuestra propiedad, entre otras expectativas irreales.
Es, principalmente, un esquema relacional que promueve la violencia y la desigualdad entre las parejas.
El patriarcado se ha encargado de que el amor romántico sobreviva por siglos, alimentándolo con mitos, películas, novelas, libros, y un largo etcétera en el que también está el día de San Valentín (que también tiene relación con su primo, el capitalismo).
Los batos hemos sido socializados histórica y culturalmente para relacionarnos desde el poder, la dominación y la fuerza. Por ello, tenemos un acceso más amplio y directo hacia las violencias patriarcales. Y esto obviamente permea en nuestras relaciones de pareja, incluso desde que nos fijamos en alguien.
Pensemos, por ejemplo, en un bato que piensa que la caballerosidad es exclusiva para aquellas mujeres que le resultan sexualmente atractivas, y que ellas, al aceptar estos gestos, adquieren una suerte de «deuda» con él, o sea, tiene que “aflojar” porque ya participó de este ritual de apareamiento.
Así, empieza a subir de tono, y de pronto se siente con el derecho de tocar su cuerpo «inocentemente», de robar besos, que lejos de ser un gesto atrevido y conquistador, es agresión sexual, y presionar para que cojan lo más pronto posible porque » ya invirtió» tiempo, dinero y esfuerzo en esta empresa. O sea, es un violador en potencia. Para ellos, la mujer, antes que nada, es un objeto.
Una versión más cursi (vomitiva) es aquel que regala rosas, hace cartitas, dedica canciones, y hace de todo para demostrar que «él es diferente» porque se fijó en lo que hay dentro de ella, en sus ojos, sus sentimientos y quiere demostrar que él y sólo él puede darle el amor que se merece.
A él «le interesa que estés bien», y por eso está cada momento al pendiente de lo que ella hace, con quién está, a qué hora come, se aparece sin avisar en el bar al que fue ella o en su casa (con un regalito, obvio) porque la extrañaba y la quería ver. Este bato puede ser un psicópata manipulador que se basa en el manual patriarcal para aproximarse a las mujeres, que al rechazarlo, pasan de ser “seres divinas a put*s que prefieren los patanes”.
Y mi favorito del momento, el “aliade” que ya está deconstruido y por tanto, ya no ejerce violencia (explícita). Él forma parte de los nuevos hombres que las quieren libres, por eso proponen esquemas de relación lo suficientemente abiertos para mantener sus privilegios de género.
Además, le arde si las mujeres no lo pelan, y deja de hablarles por preferir al patán de siempre sobre esta maravillosa alternativa en la que las violencias son más disimuladas y más trabajadas para poder ejercerlas en contextos en los que son, o deberían ser, más identificables. Es un mentiroso peligrosísimo y puede estar presente en las listas del #MeToo.
Le dediqué unas líneas a estas personas porque son los que más me enojan y nunca está demás poder ubicarlos. Estos son apenas la punta del iceberg o el primer escalón que termina en una horrible cúspide feminicida.
Ahora, ¿regalar flores, pagar la cena, u otros gestos similares están mal y son machistas?, depende mucho del contexto y, sobre todo, de la intención que tengamos. Si con esto buscamos ganar, marcar territorio, tantear, conquistar y otros derivados, sí es machista, porque estas razones tienen connotaciones que hacen que percibamos a las mujeres como objetos, que son de nuestra propiedad, o que nos deben algo.
Si pensamos así, algo estamos haciendo mal. Además, siempre hay que tener presente que no es no.
Mi recomendación es: cuando quieras tener un gesto o hacer algo por una chica que te guste, piensa desde dónde lo estás haciendo, cuestiona cuál es la intención detrás y qué esperas lograr con ello. Porque aún teniendo las mejores intenciones, podemos contribuir a un sistema que ha oprimido mujeres a partir de mandatos de género.
Es posible ser romántico sin ser patriarcal, definitivamente. Los hombres tenemos esa asignatura pendiente y la única forma de dar con estas nuevas formas es repensar la manera en la que nos relacionamos con ellas, con nuestro entorno y con nosotros mismos. Es importantísimo entender que esto no sólo se refiere a los vínculos sexo afectivos, también es aplicable con familiares y amistades.
No es una tarea sencilla y está llena de ensayos-errores, se los digo por experiencia. Pero es necesario porque ya no podemos comer y darle de comer al patriarcado.
El amor es personal, y por tanto es político, hay que fijar una postura sólida contra el sistema machista que lo limita y no sólo con las partes que nos convienen. De lo contrario, somos cómplices del mismo y de todo lo que representa.
¿Ellas abonan a este sistema?, puede ser, pero ese es su rollo. A nosotros lo que nos toca.