La ciudad de la lujuria: Historias de un reportero
Por Rafael Gómez Chi*
No recuerdo la fecha, pero sí el día. Dulce María Sauri estaba a punto de subirse al autobús luego de una extensa gira de trabajo por el sur del estado cuando se le acercó una mujer maya. Algo le susurró al oído a la gobernadora y, acto seguido, la jefa del Ejecutivo se despojó de sus aretes y se los entregó.
–Son de oro, empéñalos, te darán bastante.
Era yo un novato de 20 años, de modo que ese hecho lo puse al final de la nota que hice de la gira. Al día siguiente, cuando vi el periódico, mi nota había sido revolcada. Lo del arete no había sido sólo una anécdota de una gira de trabajo.
* * *
El teléfono de la Redacción no dejaba de repiquetear. Era sábado por la tarde y la secretaria no estaba en su sitio. La Redacción estaba casi vacía. Sólo estábamos en ella uno de los correctores, un reportero de Deportes, el chavo que atendía Sistemas y yo. Y el teléfono no dejaba de sonar.
–Lupita, atiende, no han dejado de llamar.
–¡Rápido, vete a San Sebastián! ¡Dicen que algo pasó con el tablado!
Cogí la libreta y llamé a gritos al fotógrafo José Pallotta Farfán. “Lon, vamos a San Sebastián, ¡que se cayó el ruedo!”.
Era desgarrador. Apenas salté la bardita del campo de futbol vi la escena. Dantesca. Es un lugar común, pero no queda de otra. Era dantesca. Una señora venía corriendo hacia mí con su pequeño hijo muerto en los brazos, gritando, desfalleciendo al pedir auxilio. El coso taurino de madera había caído como fichas de dominó y todo era un caos.
Los asistentes a la corrida de toros habían sido invitados por el candidato del PRI a la alcaldía de Mérida, Orlando Paredes Lara, para un mitin de campaña, pero antes de que llegara el político la estructura se vino abajo. Hubo varios muertos.
* * *
Llegué todo acelerado al lugar de los hechos. Justo a la entrada del Fraccionamiento Itzincab había quedado aquel tráiler y a su alrededor numerosas patrullas y un sinfín de curiosos.
Un policía de tránsito me franqueó el paso. Crucé por entre bomberos y policías.
–¿Dónde está el muerto?
–Allá.
–¿Dónde?
–Asómate por las llantas.
Me asomé. No vi nada. Di la vuelta hacia el otro lado. Nada.
–¡Aquí no hay na… –no pude completar la frase. Un ojo cayó del piso de la caja del camión y alcé la vista. Había un cuerpo totalmente machacado.
* * *
–Ya te mandé cuatro notas. Creo que es todo –dije a la secretaria de la Redacción y colgué.
La noche caía y la Feria Yucatán en Xmatkuil invitaba a la diversión total. Por aquellos días, en noviembre, mi única comisión era cubrir las actividades en el recinto, de modo que me la pasaba allá todo el día, pues la fuente de información era muy rica.
Me dirigí a la entrada a esperar a una de mis amigas para dar un paseo, pero me detuve a medio camino a comprar un par de cervezas. Ella llegó acompañada de otra amiga y de inmediato sugirió que los tres fuéramos a la zona de juegos mecánicos.
–¿No quieren dar una vuelta antes?
–No, dale, no seas así, vamos a los juegos mecánicos.
–Okey. Ustedes mandan esta noche.
La música, el bullicio, las voces de los señores de las rifas, los olores de los restaurantes de tacos, el polvo de los pasillos, la frescura de la noche. Mi amiga se detuvo a comprar boletos.
–No compres nada, aquí traigo esto –y presumí un rollo de tickets de cortesía. Subimos al Trabant, porque el Hurricane estaba lleno, llenísimo. Cuando bajamos del Trabant una de mis amigas dijo, vamos por tres chevas más y ahí nos dirigimos.
A medio camino escuché la gritería y cuando volteé hacia mi costado vi caer aquel bulto. El seguro de uno de los carritos del Hurricane se zafó y la persona salió volando por los aires. La muerte fue instantánea y tuve que dejar a mis amigas para escribir la nota. No me pregunten cómo ni por qué pero la publicación del periódico de ese hecho creo no tiene mi nombre, no lo recuerdo. Pero así son las cosas que le pasan a un reportero.
*Lingüista, antropólogo, escritor y periodista con 26 años de experiencia.