¿Indignados por la indignación?
La forma en la que se llevaron a cabo las protestas para exigir combate a la violencia contra la mujer, se generó por el silencio, la complicidad, la indiferencia, la impunidad y la cotidianidad en la que dolosamente viven.
Por René Ramírez Benítez*
Mérida, Yucatán, 19 de agosto de 2019.- Las redes sociales se convierten nuevamente en la arena de la discusión pública del país, en ese lugar donde se indignan con los indignados, ya sea por su forma de indignarse o por no indignarse lo suficiente. En esta ocasión, el debate nacional está centrado en la violencia que vive la mujer en México.
El génesis de esta ola de exigencias se produce después de diversas denuncias contra la policía de la Ciudad de México, ya que de acuerdo con diversos colectivos feministas, el 10 de julio una mujer de 27 años fue violada por agentes de dicha institución de seguridad en el Centro Histórico de la capital del país, también una adolescente de 17 años que fue agredida el pasado 3 de agosto y el 8 del mismo mes, un policía abusó de una menor en el Museo Archivo de la Fotografía.
Ello desembocó el odio nacional, lo que provocó la protesta, la indignación, la rabia, el enojo justificado y el grito necesitado de seguridad.
A principios del siglo XX, Simone de Beauvoir escribió que “el problema de la mujer siempre ha sido un problema de hombres”, y no podía estar tan vigente. Ellas salieron a las calles a dibujar la verdad; salieron al tenor de las 114 menores de edad asesinadas en México. Gritaron y corearon al tono de las mil 119 mujeres que perdieron la vida a manos de la violencia machista, según datos del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad y Protección Ciudadana.
Salieron en honor a las que ya no están, y por las que quieren que estén, que no se lleven. Salieron, porque en los últimos cuatro años el feminicidio aumentó en un 97 por ciento. Gritaron y consignaron porque en nuestro país, el simple hecho de ser mujer, es mortífero. Salieron por la impunidad que las acalla, que las ata, que las victimiza una y otra vez. Salieron para denunciar que no tienen miedo, y decir ya basta. Salieron porque Rubí no pudo, porque el 7 de septiembre del 2012, Fernanda Rubí no llegó a casa en Orizaba, Veracruz y, como dolosamente mencionó la autoridad, “se la llevaron por bonita”.
En todo el país tuvieron que salir no por gusto sino por necesidad; tuvieron que marchar y exigir porque las autoridades no lo harán por ellas. Y lamentablemente, el debate se ha centrado no en la violencia generalizada y sistemática que viven las mujeres en México, sino en la manera en que se hicieron escuchar.
La forma en la que se llevaron a cabo las protestas para exigir respeto y combate a la violencia contra la mujer se generó por el silencio, la complicidad, la indiferencia, la impunidad, y la cotidianidad en la que dolosamente viven. En este país, asesinan, torturan, violan, discriminan, y desprestigian a la mujer por el simple hecho de ser mujer. ¿Nos parece violenta su forma de protestar? Es consecuencia de la realidad en la que viven día con día. No comparto ciertas formas, pero los extremos de los que fuimos testigos tampoco representan todo el movimiento, pero en ningún sentido lo condeno. ¿Por qué? Porque es mucho más condenable el contexto de violencia que vive la mujer.
Yo escribo y vivo desde el horrible privilegio de ser hombre en México, pero hablo desde la necesidad de reformar a nuestra sociedad y sobre todo, a mí mismo. Ojalá y estemos viviendo un nuevo capítulo en nuestra vida pública, pero debemos entender que educar es lo más importante y lo que durará a largo plazo. La empatía y el diálogo serán fundamentales en los próximos días y debates. ¡Se va a caer! ¡Sí se va caer! pero también tenemos que construir algo nuevo.
*Analista político y columnista en diversos medios de comunicación.
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