El violador eres tú… sí, tú
La cuenta @metoomerida expuso que la misoginia en nuestra “muy noble y muy leal” Mérida se da hasta en las mejores familias, que ahí también pasa. Y no es que no lo supiéramos, sino que el raciclasismo imperante nos ha querido convencer que es un problema que se localiza en el sur de la ciudad.
Los sujetos expuestos no son monstruos ni psicópatas, son los hombres con los que convivimos todos los días, futuros médicos y abogados, es el tipo que te presentan en una fiesta y que probablemente se aprovechará de ti si tiene la oportunidad.
Por una de las miles de administradoras de @metoomerida, porque #fuimostodas
Mérida, Yucatán, 17 de enero de 2020.- Las mujeres que en algún momento de nuestra vida hemos sido víctimas de violencia tenemos que lidiar con sentimientos como el miedo, la vergüenza y el asco que provocan dichos actos. ¿Pude haber hecho algo para evitarlo?, ¿debí haberme vestido de otra forma?, ¿fue porque bebí de más, porque no me cuide lo suficiente? No, no y mil veces no, las agresiones nunca son nuestra culpa.
Las campañas emprendidas por todos los niveles de gobierno van dirigidas a nosotras, a que identifiquemos los diferentes tipos de agresiones, a empoderarnos para alzar la voz y denunciar. Pero, ¿y si en lugar de eso le empezamos a decir a los hombres que no nos ataquen, que no nos violen, que no nos maten?
Digo, porque son ellos los únicos responsables de acosar en la calle, de abusar en escuelas y oficinas, de difundir fotografías y videos íntimos sin consentimiento, de violar y de cometer feminicidios. Son los hombres.
Y no se trata de monstruos, como se les ha llamado últimamente, o de individuos que llevan a cabo actos excepcionales de violencia, mismos que en un país como México se cuentan por millones. Son tíos, hermanos, padres, hijos y amigos, individuos completamente funcionales, con trabajos y relaciones ejemplares, reconocidos miembros de la sociedad.
La aparición de la cuenta @metoomerida expuso que la misoginia en nuestra “muy noble y muy leal” Mérida se da hasta en las mejores familias, que ahí también pasa. Y no es que no lo supiéramos, sino que el raciclasismo imperante nos ha querido convencer que es un problema que se localiza en el sur de la ciudad, lo cual no es del todo cierto.
Las denuncias mencionan a alumnos de la Anáhuac-Mayab, la Marista y el Piaget; a profesores y consejeros de la Universidad Autónoma de Yucatán (UADY); dj’s y cantantes reconocidos; artistas protegidos por varias administraciones; los abusos se cometieron en sitios de moda como Tequila e, incluso, se señaló a hijos de dinastías políticas.
Varios de los sujetos fueron expuestos por más de una mujer y uno de ellos acumula una decena de acusaciones. No, no son monstruos ni psicópatas, son los hombres con los que convivimos todos los días, futuros médicos y abogados, es el tipo que te presentan en una fiesta y que probablemente se aprovechará de ti si tiene la oportunidad.
El movimiento me too busca, además de generar empatía y sororidad entre las víctimas, denunciar la cultura de la violación, ese entorno que normaliza la violencia sexual contra las mujeres y que justifica esta clase de ataques culpando y avergonzando a la víctima cuando se atreve a alzar la voz para exigir justicia.
Pero la cultura de la violación vas más allá de ello, se trata de ese contexto que permite la comercialización de muñecas sexuales que emulan niñas de menos de 10 años; aquella que celebra que las jóvenes mantengan su “virginidad” mientras que festeja cuando un muchacho tiene relaciones por primera vez; son esas condiciones que permiten que funcionarios públicos utilicen calificativos como “nalguitas” para referirse a las mujeres o que puedan utilizar expresiones como “se las metimos doblada, camarada”, sin que ello implique que pierdan sus cargos.
Es también que, ante las denuncias del me too, que es prácticamente el único recurso que nos queda para defendernos y cuidar a nuestras amigas, hermanas e hijas, la opinión pública esté más preocupada por qué va a pasar con las reputaciones de los agresores que fueron expuestos, que por las vidas destrozadas de cientos de mujeres.
Cultura de la violación es que la cuenta @metoomerida haya sido objeto de múltiples intentos de hackeo y que Twitter la haya suspendido, mientras perfiles en esa misma red social y páginas web que ofrecen contenido íntimo de mujeres obtenido sin su consentimiento siguen operando con impunidad.
Y ya sé que me van a decir que no, que not all men, que somos unas exageradas. Pero sí, sí son todos. Si alguna vez te has reído de un chiste sobre violación, el violador eres tú; si has aplaudido a tu amigo que se aprovechó de una niña borracha en el antro, el violador eres tú; si has dicho “legalicen a las de 16”, el violador eres tú; si tienes un grupo en WhatsApp para nudes, el violador eres tú; si has mandado dick pics no solicitadas, el violador eres tú; si “separas el arte del artista”, el violador eres tú; si culpas a la víctima porque “no se dio a respetar”, el violador eres tú; si crees que te mandaron a la friend zone, el violador eres tú; si crees que las denuncias deben hacerse ante las “instancias correspondientes”, el violador eres tú; si defiendes a los exhibidos en @metoomerida, el violador eres tú.