El tren de los sabios
MIRIÑAQUES: Un día aciago, reunidos en las nuevamente renovadas oficinas de la administración en el último vagón, los sabios fueron informados de que ya no había dinero para el combustible. Por el momento habrían de estacionar el tren en una vía abandonada.
Por Antonio Martínez*
Mérida, Yucatán, 10 de junio de 2021.-Esta es una fábula triste. Érase una vez un rey que amaba mucho a su país. Había heredado la corona de su padre, al terminar la Gran Guerra que provocó la Gran Amnesia. Deseoso de recuperar el hilo del pasado que con tanta destrucción se había perdido, el joven rey convocó a los más grandes de los sabios del reino y les encomendó una ambiciosa misión. Partirían con premura en un tren a recorrer todo el reino, colectando toda la sabiduría ancestral que existiera: los antiguos libros y escritos, las olvidadas inscripciones, las historias antiguas, los relatos de los ancianos, muestras y registros de los animales y las plantas, y las rocas. En suma, todo.
El resultado fue brillante y provocó una nueva edad de oro en el conocimiento, la ciencia y las artes. Los sabios, a medida que recorrían el territorio enviaban a la metrópoli muestras y ejemplares, reportes, dibujos y fotografías que comenzaron a llenar bodegas y archivos, mientras nuevos museos aparecían en provincias. Se escribían libros, se publicaban revistas y se realizaban reportajes. El pueblo estaba encantado de poder recuperar su pasado, y el rey no escatimó recursos para el que acabó llamándose el Tren de los Sabios.
Los años pasaron y el rey se hizo más viejo. Envejecieron también los sabios, pero las nuevas Universidades produjeron una nueva generación de sabios y el tren continuó su feliz curso. Al morir el rey fue sucedido por su hijo, quien continuó financiando el Tren, pero ya con otros propósitos. El conocimiento generado por los sabios abría grandes posibilidades para la explotación de minas, bosques y ríos, y el nuevo rey se dio a la labor de vender al extranjero todos los recursos y a darse la gran vida.
Por unos años, la Corte estaba contenta, pero dinero que se gana fácil, se gasta fácil, y con la primera crisis financiera internacional el país se fue a la bancarrota. Esto, y el abuso de estupefacientes, provocó la temprana muerte del rey. Su joven hijo, un junior insufrible que había estudiado en una Universidad del vecino país del norte, traía nuevas ideas.
-La verdad no le veo sentido a eso del Tren de los Sabios. Hay que ahorrar y cuesta una fortuna. Ved que lo liquiden y lo desaparezcan.
-Con perdón, Su Majestad, pero si lo hacemos nos podría salir el tiro por la culata. La plebe lo tiene en muy alta consideración. Habremos de deshacernos de él con más sutileza- dijo el joven Virrey De Garay, que había estudiado con el rey en el extranjero y era un poco más listo.
-Y ¿cómo le haremos?
-Los mataremos de Administración.
-Perdona Luis, no te entiendo.
-Por Administración. Es la peor de las muertes, os lo aseguro. Primero comenzaremos con cortarles el presupuesto con la excusa de la crisis. Después otro poco más, y así repetidamente.
-¿Pero no se rebelarán?
-Ahí está el chiste. Al contrario. En vez de enojarse con Vos empezarán a pelearse entre sí por el dinero. Y se volverán más dóciles. Entonces les aplicaremos la segunda fase. Esta consiste en hacer la administración mil veces más complicada y en fiscalizarles hasta el último centavo.
-Pero si los sabios son sumamente honestos…
-No importa. Lo que importa es que perderán su tiempo en tareas administrativas sin sentido, y cambiaremos las reglas todos los años para que sea más complicado y se desesperen.
-Cuanta maldad. Se van a enojar…
-Cierto, pero entonces pedirán nuestra ayuda para aliviarles la carga administrativa, y entraremos en la tercera etapa: la Edad de los Administradores. Y ese será su fin.
-Suena terrorífico. Hagámoslo.
Y, en efecto, el presupuesto se hizo cada vez más escaso y los sabios comenzaron a odiarse y canibalizarse entre sí. Después llegaron las nuevas reglas administrativas, y los sabios se sintieron ofendidos por poner en duda su honestidad. No obstante, para que les financiaran los proyectos debían pasar por el aro, y por el aro pasaron. Comenzaron a elaborar presupuestos, pedir cotizaciones y calcular impuestos. Lo más difícil era conseguir facturas cuando uno estaba en San Martín de los Nopales. Los sabios se volvieron irritables y gruñones. La cosa fue a peor y les pidieron inventarios, nóminas, estados de cuenta y comprobaciones por triplicado.
Derrotados, los sabios aceptaron la llegada de los administradores, y al día siguiente se añadió un nuevo vagón al tren para sus oficinas. En principio éstas eran modestas, apenas unos escritorios y mesas, y un montón de archiveros metálicos, todo de color gris burócrata. Los sabios estaban de plácemes: por fin se habían desembarazado de la agonía administrativa y podían dedicarse a hacer ciencia. Había nada más un problema: el vagón de los administradores habría de financiarse con los recursos de la investigación, apenas un poquito.
Pronto el papeleo ocupó por completo el nuevo vagón y hubo que añadir otro para pasar el archivo, con lo que se aprovechó para remodelar las oficinas, con mesas más grandes y sillas giratorias. Los administradores debieron además contratar ayudantes, pues estaban sobrepasados de trabajo, añadiendo más vagones y reduciendo aún más los fondos de los sabios. Un día aciago, reunidos en las nuevamente renovadas oficinas de la administración en el último vagón, los sabios fueron informados de que ya no había dinero para el combustible. Por el momento habrían de estacionar el tren en una vía abandonada.
Así lo vi, tristemente varado, la última vez que me aventuré fuera de la Villa Blanca. A su alrededor, los sabios cazaban mariposas.
*Escritor de provincias.