El tiempo en Yucatán gira en sentido contrario a las agujas del reloj
Miriñaques: Cualquiera puede notar la diferente velocidad del tiempo yucateco en aspectos tan triviales, como las gotas del lavabo que caen tan lentas que parece que se detienen por un instante en el aire, o la lentitud con que la chancleta se despega del piso haciendo un sonido de cansancio
Por Antonio Martínez*
Mérida, Yucatán, 17 de septiembre de 2024.-Aquel bello día de invierno, Don Primitivo se encontraba libando en soledad en la mítica cantina de la Copa de Oro, ubicado en el Metaverso de la Villa Blanca. Don Carlos Castillo, el afamado poeta, se había retrasado por asuntos de viudas, y don Orondo, el cronista de la Villa, también, en su caso por puritita pereza e indigestión. En el incómodo silencio que provoca la presencia de un sólo parroquiano por sí mismo, don Saturnino, el cantinero, se atrevió a hacer una pregunta que le rondaba el magín hacía tiempo.
– Disculpe su merced si la cuestión le causa ofensa, pero hay algo que no entiendo, ¿Cómo es que Usted, siendo inmensamente rico, prefiere quedarse a vivir aquí en la Villa Blanca y no se va a disfrutar sus dineros en otro lugar, como los otros millonarios?
Don Primitivo se tomó su tiempo para responder, el cual invirtió sabiamente en masticar unas chivitas y darle unos someros pero certeros tragos a su cerveza.
– No se trata del dinero, mi querido cantinero – respondió finalmente, haciendo un verso sin esfuerzo – Es un asunto del tiempo.
– ¡Hay heladez! – intervino don Leperiades, el mendigo de la esquina, materializándose súbitamente en la esquina de la barra con chamarra y bufanda y llevándose a los labios su pichel de cerveza que don Saturnino le sirvió en un abrir y cerrar de ojos.
– No a ese tiempo me refiero, don Lepe, hablaba del tiempo temporal, de cómo pasa el tiempo, o no pasa, y si es medible, o inconmensurable – respondió don Primitivo entre sorbo y sorbito.
– Ah. Y ¿qué le pasa al tiempo?
– Pasa que, en Yucatán, el tiempo pasa más despacio aún que en otros lugares, – respondió don Primi, haciendo gala de su paciencia infinitesimal yucateca – incluso en aquellos parajes donde el tiempo pasa muy lento, como en el desierto del Gobi o en las cumbres heladas del Himalaya, para que se hagan una idea sus mercedes, aunque aquí es peor. Aquí el tiempo pasa con una pereza cósmica.
Como para darle la razón, don Saturnino tardó un buen rato en responder. – Ah – dijo lentamente.
– ¿Lo ven sus mercedes? Cualquiera puede notar la diferente velocidad del tiempo yucateco en aspectos tan triviales como la gotera del lavabo, cuyas gotas caen tan lentas que parece que se detienen por un instante en el aire, o la lentitud con que la chancleta se despega del piso haciendo un sonido de cansancio. Hay momentos en que hasta los colibrís se detienen en el aire y dejan de batir sus alas mientras beben el néctar de la Parsimonia, que es una flor nativa. Es un tiempo indeciso, de una longitud impredecible, que se transmite a todo impulso humano desde el pensamiento hasta el parpadeo.
– Así me pasa – se lamentó don Saturnino, – un día te levantas todo feliz con una nueva idea para un negocio y antes de incorporarte de la hamaca la ves calcificarse frente a tus ojos, hacerse polvo, como en cámara lenta, y dispersarse al compás del abanico del techo, y para cuando tus pies encuentran su chancleta correspondiente, ya ni te acuerdas de la idea y es otra vez como ayer, o como mañana, pero el caso es que no se puede.
– En efecto, – asintió don Primitivo, pidiendo otra cervecita. – El tiempo yucatánico gira en sentido contrario a las agujas del reloj. Si los minutos se adelantan, las horas se demoran; si los días corren hacia adelante las noches giran hacia atrás y si los años se atreven a cumplirse, pronto se arrepienten; las décadas avanzan a traspiés y los siglos son tan iguales que ya no sabe uno si avanza o retrocede. Por eso parece que estamos en el siglo XVI, porque en verdad estamos.
– Cierto que aquí las cosas llevan tiempo, -intervino don Lepe, que se estaba entonando al calor de los alcoholes -, y algunas cosas llevan mucho tiempo, pero yo les pregunto a sus mercedes, ¿cómo es que se lleva el tiempo? ¿A dónde se lleva el tiempo? ¿Va y viene, o va y se queda? ¿Quién demonios se lleva el tiempo?
– Yucatán es el único lugar donde hoy no es hoy, es aún ayer – continuó don Primitivo ignorando las sandeces de don Lepe. – Más que un lugar geográfico, es una ensenada, un remanso geo-temporal donde un segundo dura dos segundos, o, si te descuidas, tres. Diez minutos en Yucatán equivalen a varios años luz en otros metaversos.
– Bueno, ¿pero que tiene todo esto que ver con que siendo millonario sigáis aquí en vez de estar surcando en un yate las Islas del Egeo? – preguntó don Saturnino.
– Pues está muy claro, mi apreciado Barman: a consecuencia de todo lo dicho acerca del tiempo, el efecto resultante es que aquí la vida se alarga. En suma, que los yucatecos vivimos el doble de tiempo que el resto del mundo.
– ¿De veras? - Ciertamente, aunque muchos no se dan cuenta.
– De que hablaban sus mercedes? Preguntó don Carlos Castillo ingresando al minúsculo tabernáculo y sentándose en su silla con patricia elegancia, a la par que ordenaba, con una mirada cargada de nobleza, una cerveza al cantinero.
– Del tiempo – contestaron todos al unísono.
– Tremenda heladez – confirmó don Carlos llevándose la cerveza a la boca con un escalofrío cervecero. – Habrá que graduarse raudamente a los jaiboles – pensó en voz alta.
– No de ese tiempo atmosférico, – contestó don Lepe, – hablamos del tiempo temporal e inmaterial e inatmosférico. Del tiempo yucateco, para ser más precisos. Que dice don Primitivo que es más lento que en otros lares.
– Así es, sin lugar a dudas – respondió el poeta – Pero como todo, tiene sus ventajas y sus inconvenientes. Entre los inconvenientes está el que todo avance sucede con un incierto retroceso, como si la realidad tuviera dudas de manifestarse. Es un tiempo lánguido e indolente, hecho más para medir el paso de las nubes que los asuntos terrenales. Los relojes aquí dudan de su existencia, de donde se derivan numerosas otras dudas existenciales. La vida transcurre entre un espejismo solar que te ciega de día y el fresco resplandor de la luna, que se ríe del tiempo mientras teje el suyo propio – peroró el poeta y se bebió su cuba de un trago, para aplacar el friyo.
– Entre las ventajas, – continuó, – está que, por esta peculiar calidad del tiempo, la sonrisa de las muchachas permanece un segundo más en sus labios y el aroma de las flores flota por más tiempo en el aire.
Y así, todos continuaron libando sin prisa y comiendo ricas botanas sin pausa y viceversa. Mientras tanto, afuera, Yucatán flotaba en el tiempo, y decían algunos que era el año 2024, pero no todos lo creían.
* Escritor de provincias.