El peligro de romantizar el trabajo infantil
El ciclo de la pobreza no se rompe sólo “echándole ganas”. No es “una virtud” o “un obstáculo que hay que superar”.
Por Redacción.
Mérida, Yucatán, 14 de junio de 2019.- El pasado 12 de junio se conmemoró el Día Mundial contra el Trabajo Infantil, efeméride promovida por la Organización Internacional del Trabajo (OIT) para abolir dicho flagelo que azota a 168 millones de niñas y niños en el mundo, según datos de esa instancia. Paradójicamente, ese mismo miércoles Édgar se hizo viral en redes sociales, ya que con 10 años de edad labora como “viene viene” en un famoso restaurante de Mérida.
Un usuario de Facebook subió a su cuenta la imagen en la que se ve al menor de edad, protegido con una bolsa de plástico adaptada como impermeable, a causa de las fuertes lluvias que han azotado a la capital yucateca en las últimas fechas; es de noche y frente a él un automóvil blanco maniobra para salir del estacionamiento.
“Él es Edgar, lo conocí hoy en el estacionamiento de La Gio Circuito mientras esperaba que me despachen la cena, tiene 10 años, cursa el quinto año [de primaria]. Su papá tiene glaucoma y su mamá trabaja de ‘limpiar casas’, pero ahorita no tiene mucho trabajo por lo que él, desde febrero, va todos los días a las 8 pm, llueva o truene, a trabajar como ‘viene viene’”, describe Emmanuel A.
“De lo que saca diario en sus propinas ayuda a su familia y una parte la guarda para su disfraz de Piratas del Caribe con el que bailará en su fin de curso. Gracias a Dios tuve para ayudarlo con una lana y quede con él [en] llevarle unos tenis por que los de él están rotos, pero su necesidad y la de su familia es grande así que si van al restaurante o pasan por ahí no ignoren y ayuden al buen Edgar, porfa”, termina el post.
La fotografía del niño se compartió miles de veces, mientras que cientos de personas y decenas de medios de comunicación reprodujeron el mensaje original. Entre las diversas reacciones que generó, no faltaron aquellas que ofrecieron pagar por el disfraz de Édgar, o hacer donativos para él y sus familiares; no obstante, los comentarios que más llaman la atención son aquellos que romantizan la situación.
“Es un amor, él junto con su hermanito van, te ayudan a estacionar, luego como buen caballero, al bajar, te abre la puerta del auto y te responde educadamente; espera hasta el último auto a altas horas de la madrugada, puesto que yo me quite a la 1 am en jueves, y le preguntaba si no iría a la escuela, por lo que me contestó que sí, pero ya estaba acostumbrado a pasar mala noche junto con su hermanito, ya que llevaban yendo seis meses. Admiración a esos pequeños”, escribió una mujer.
“No puedo sentir pena o lástima, por el contrario qué valor, ¡qué ejemplo!, siento respeto y admiración”; “los yucatecos son un ejemplo social para México”; “no me da pena ese niño, más bien me da orgullo porque con esas ganas será algo importante en su vida, los grandes empresarios así empezaron, desde cero”, y “muchas personas así surgieron, de la nada a grandes personajes, ojalá siga con ese entusiasmo y si el papá contribuye a su educación y no lo mal encamina, será magnífico”, son algunas de las opiniones expresadas.
Gran parte de estas personas no ve con malos ojos que se exponga a los riesgos que implica permanecer fuera de su hogar hasta altas horas de la noche; por el contrario, la mayoría alaba sus “ganas de salir adelante” y pondera “su esfuerzo”, a pesar de que lleva a cabo una actividad no adecuada para sus escasos 10 años de edad.
Romantizar el trabajo infantil en un estado que ocupa el onceavo lugar nacional en dicho aspecto, según la última Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), efectuada en 2017, es vulnerar los derechos humanos de Édgar al desarrollo, al descanso y al esparcimiento, entre otros.
El que la sociedad yucateca normalice el hecho de que las niñas y los niños salgan a las calles para ganarse el sustento o contribuir al gasto de la casa, como en el caso de quienes venden artesanías en el Centro Histórico de esta ciudad o quienes hacen lo propio con cigarros sueltos, paletas y chicles a las afueras los bares del norte de Mérida, pone en peligro su integridad.
Porque trabajar desde pequeño no va a convertir a Édgar en empresario; por el contrario, muy probablemente y si no hay una intervención exterior que cambie sus condiciones de vida, repetirá el ciclo de pobreza de su familia. Con sus limitados recursos, Édgar está en desventaja con respecto a otras niñas y niños pues no cuenta con las mismas oportunidades para salir de esta situación.
La pobreza no es “una virtud” o “un obstáculo que hay que superar”, las historias de quienes la han dejado atrás no son “inspiradoras” o “motivacionales”; ser pobre tampoco es una “mentalidad”. Se trata de una realidad que enfrenta el 52.80 por ciento de la infancia y adolescencia en Yucatán, según el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef).
Y esta vulnerabilidad no va a cambiar con sólo “echarle ganas”, se necesita de un esfuerzo conjunto entre autoridades y sociedad para proteger a este sector de la población. Se requiere de políticas públicas que garanticen su crecimiento y desarrollo pleno, así como una ciudadanía que vigile y proteja sus derechos humanos.
Si todas las personas que alaban la voluntad de Édgar se comprometen a largo plazo con la niñez yucateca, más allá de donaciones o regalos, y si los tres niveles de gobierno invierten en la lucha contra la desigualdad, tal como recomienda la Unicef, Yucatán puede aspirar a que los “viene viene” infantiles sean cosa del pasado.