Cuando sólo los pobres escuchaban cumbias
Si ibas a la Montejo eras marginado, inculto, asalariado. Si ibas a un baile popular en un pueblo eras de la masa, algo de lo que no se comprende.
Por Rafael Gómez Chi*
Fotografía de Markolino Chárrez.
Mérida, Yucatán, 23 de mayo de 2019.- La radiograbadora Riviera siempre sonaba con un volumen razonable. Ya sea que se escuche la radio o un casete, nunca la oí estentórea. Desde la cocina dominaba toda la casa y aún la calle, la chop calle sin pavimento donde vivíamos en la Mulsay.
Empezaban los ochenta y en el resto del mundo la música disco comenzaba a abrirse al hi energy europeo y dentro de los Estados Unidos, algunos negros daban un giro rotundo a los ritmos.
Grandmaster Flash y África Bambata proponían el rap, una extraña música llena de rimas que salía de los guettos estadounidenses e iniciaban su camino, pero aquí nada de eso sucedía.
Las masas aún adoraban la cumbia y la música mexicana. Y si bien se escuchaban algunos artistas de “esos nuevos”, lo que predominaba el ambiente era lo tropical.
Se escuchaba a Chico Che, a Rigo Tovar y su Costa Azul, a la Sonora Santanera, Super Combo Los Tropicales, Los Zenvers, Los Gatos Negros de Tiberio, Fito Olivares y su Grupo, entre otros. Los bailes de los carnavales y aún de fechas no tan significativas, estaban marcados por esos grupos y todo formaba parte de algo que no era considerado ni siquiera cultura, aunque lo fuera.
Si ibas a la Montejo eras pobre, marginado, inculto, asalariado. Si ibas a un baile popular en un pueblo eras de la masa, algo de lo que no se comprende, alejado de toda posibilidad del desarrollo. Pertenecías a esa clase suburbana que empezaba a “contaminar” las ciudades, la carne del cañón. Inevitablemente formabas parte de los oprimidos, de aquellos que eran representados en las películas del momento por Alfonso Zayas, sin aspiraciones, condenado, apartado, apestado.
Y, al menos para mí, así fue durante muchos años. Escuchar ese tipo de música automáticamente te alejaba de toda posibilidad de salir adelante. Y yo pensaba por qué, pero no lograba explicármelo, darle al clavo, atinar a las razones del por qué incluso tus gustos musicales te soslayan de los que sí son pudientes.
Pero llegaron los ochentas. En la escena musical urbana comenzó a escucharse a Madonna, a Michael Jackson, Tears For Fears. La radio local difundía otras cosas y las estaciones “juveniles” como Radio Lobo promocionaban “esas cosas gringas” de quién sabe dónde. Flash Gordon y Androide daban luz y sonidos por todas partes. El patio se abrió.
Y luego vino la crisis, pero también el desarrollo, los tratados de libre comercio y hasta hace unos parpadeos, la Internet y, ¡bum!, se acabó. Vertiginosamente accedimos a la información, a lo que había allá afuera y supimos que no estábamos solos, descubrimos, a veces sin darnos cuenta, que allende los mares estaba el mundo.
¿A qué viene todo esto? Hace unos días mi cabezota me hizo una de sus jugadas magistrales. Sin qué ni para qué me trajo de vuelta toda la música de cumbia que oí de niño y parecía que estaba parado frente a Chico Che en los bajos del Palacio Municipal de Umán esperando a que inicie el baile y le dije a un compañero de la prensa que esa música “en mis tiempos era de los pobres, pero ahora hasta orquestas sinfónicas la acompañan”.
Me rebotó toda una clase de grupos musicales que de inmediato me sumergí en una búsqueda musical y conformé una “playlist” de miedo, con algo de lo más selecto e incluso con joyas como “Cascarita de cacao”, un tema instrumental de Chico Che divino, excelso, inspirador.
Hoy en día escuchar esa música no es de pobres. Y qué bueno. Los marginados ya no lo son por sus exigencias musicales y aunque lo siguen siendo por otras razones, al menos en estos rubros pertenecen a una generación que supo lo que era sufrir sin doblegarse.
Siempre lo he dicho, uno es lo que es gracias a su devenir histórico y a las decisiones que tome de la vida, algunas de las cuales ocurren de sopetón, porque el maldito destino así se presenta. Y dentro de ese devenir están los libros, la escuela, tus padres, tus amigos, las experiencias y la música.
Al menos para mí así ha sido. La música ha estado presente toda mi vida y ha contribuido en gran manera a ser lo que soy y espero que así haya sido con ustedes.
*Lingüista, antropólogo, escritor y periodista con 26 años de experiencia.