Cuando los neoaztecas vinieron a endeudar al pueblo
“Los sacrificios humanos ya no son necesarios. Para eso tenemos el Buró de Crédito, donde les ensartamos. Es como un tzompantli”, señaló el licenciado.
Por Antonio Martínez*
Mérida, Yucatán, 3 de noviembre de 2021.- Aquella hermosa mañana de primavera en la Villa Blanca nadie sabía lo que iba a suceder.
- Buenos días, – dijo el licenciado Salivas Riego quitándose la mascarilla al entrar a la Sala de Juntas del Cabildo. – Somos los Aztecas y venimos a invadir desde la todopoderosa capital del Altiplano, la ciudad de México, otrora Distrito Federal.
- Vaya contrariedad, – respondió el Alcalde mientras señalaba al mesero para que le trajera el primer tequilita del día. – Pero ¿no llegan sus mercedes quinientos años tarde?
- No, esos eran otros, nosotros somos neo-aztecas.
- Aaah, los guaches, ni modo, y ¿en qué podemos ayudarles?
- Venimos a quitarles todo lo que tengan, a apoderarnos, vamos.
- Ya, – dijo el munícipe tragando de golpe su tequila, – o sea que quieren tributo, o impuestos…
- No, no por Dios, nada de eso. No somos del gobierno, somos la iniciativa privada, la IPé. Venimos sencillamente a endeudarles.
- Ah, bueno, – dijo aliviado don Ulises, el secretario privado del Alcalde, – y supongo que traen consigo un montón de cosas civilizatorios y modernas…
- No, para nada. Nosotros vendemos puros electrodomésticos baratos, Marca Edipo, cosas que se rompen rápido, en eternos e incomodos pagos. Pondremos tiendas por doquier.
- Si eso es todo… – dijo don Ulises con puntos suspensivos, mientras hacía como que tomaba notas en su libreta.
- Casi. La novedad es que todo tendrá que llamarse Azteca. Es parte del Marketing. El banco será Banca Azteca; la tele, Tele Azteca y la selección de fútbol, la Selección Azteca.
- ¿Y la de béisbol? – preguntó el mesero, que era muy igualado.
- Igual. Azteca. Tendremos el Estadio Azteca, el Teatro Azteca y el Diario Azteca. La cerveza, azteca, y el pan francés, pan azteca.
- ¿Y el tequila? – se dirigió el Alcalde al mesero, al ver su vaso vacío.
- Tequila Azteca, – contestó pacientemente el licenciado Salivas.
- Y limón, – añadió el Alcalde al mesero, haciendo el gesto universal de exprimir el limón.
- Limón Azteca. Por Dios, que es muy sencillo. Contaremos con el Parque de los Aztecas, la Avenida Azteca y el Monumento a los Aztecas. Yo seré el Tlatoani. Azteca.
- Mientras no hagan sacrificios humanos…
- No, por supuesto que no, ya no son necesarios. Para eso tenemos el Buró de Crédito, donde les ensartamos. Es como un tzompantli.
- Lo que sea de cada quien. Es su destino venir y el nuestro quedarnos a ver qué pasa. El destino dirá quién amanece, quién permanece y quién se adormece, – dijo el Alcalde ya animado por el segundo trago.
- Un detalle más. Necesitaré que construyan un fraccionamiento para mis empleados aztecas, que se llamará la Colonia Azteca.
- La cosa es que ya no quedaron terrenos en el centro, después de la Invasión de los Gringos, que llegaron antes que ustedes. Va a quedar un poco apartado.
- No importa, son míos, son empleados y son aztecas, el estoicismo les hace bien.
- Pues si ya no queda nada más… – aventuró el Alcalde, que ya le andaba ir al baño.
- Es todo, es todo, señor Alcalde, agradezco infinito su buena disposición a ser invadidos. Nos habían dicho que los mayas yucatecos eran muy fieros e independientes.
- Ah, que Licenciado, nosotros no somos mayas, – exclamo el Alcalde, – descendemos directamente de los primeros conquistadores de la Extremadura. Casi podríamos decir que somos los mismos. Y nos llamamos igual.
- Vaya, vaya, que idiosincrasias tan peculiares, pero no importa, lo que importa es que vendamos cacharros a plazos y endroguemos a la plebe con tarjetas de crédito. Diviso una colaboración muy promisoria, van a ver ustedes, puro progreso del bueno.
- Vaya biem, – se despidió el Alcalde con cierta sorna.
Al retirarse el Azteca, una figura encorvada emergió de las sombras.
- Están locos estos aztecas, – dijo don Primitivo Pérez, escribano del Cabildo, – pero no pasa nada, estos negocios chilangos luego no duran mucho.
- Para empezar, les subiremos las rentas de sus sucursales, así todos ellos trabajarán para nosotros, será como subcontratar la tienda de raya, – agregó don Patrón de Peón, que venía detrás de don Primitivo.
- Lo del fraccionamiento también podría ser un bonito business para nosotros, – dijo don Emiliano Díaz que también había escuchado todo tras un cortinaje. – Les podemos vender los terrenos semi-inundables ahí pasado Xcumpich…
- Buena idea, – concluyó doña Beatriz de Montejo que había estado oculta en un armario, quitándose el armario. – Pero se llamará Colonia Francisco de Montejo, para que sepan quién manda aquí.
- ¡Nosotros!, – gritaron todos alborozados, y el alcalde aprovechó para salir disparado al baño.
*Escritor de provincias.