Almas descarriadas en la era digital
Miriñaques: ¿Para qué competir con el internet del diablo? Todo esto de la tecnología es ofuscación de jóvenes imberbes.
Por Antonio Martínez*
Mérida, Yucatán, 15 de noviembre de 2021- Corren malos tiempos para la Iglesia, don Primi- dijo el arzobispo Diego de Landa al terminar los postres en el lujoso restaurante Fifí, mientras un mesero impecablemente vestido le prendía un flamante y aromático habano.
– Son malos porque son nuevos, su Santidad, que es lo malo de los tiempos. Cualquier tiempo pasado fue mejor, sin duda, – asintió don Primitivo, un tanto aletargado después de degustar tantos manjares.
– No divaguéis, hablo totalmente en serio, mi estimado amigo. Desde que la Hoja Parroquial tuvo que hacerse digital por cuestiones de costo, hemos perdido la narrativa, el control y la brújula.
– No os preocupéis don Diego, algo podrá hacerse, o mejor, no hacerse.
– No, no, me temo que esta vez estamos perdidos sin remedio. Por ejemplo, mirad, hace dos meses, la noticia que debía llegar a los feligreses era el sermón de la misa papal de Pentecostés. El editor exaltó el mensaje central en el encabezado: ¡ES EL TIEMPO DEL PARÁCLITO! NUESTRO CONSOLADOR Y ABOGADO, ES EL TIEMPO DE LA CONSOLACION, DEL GOZOSO ANUNCIO.
– No le veo nada de malo, su Eminencia.
– Lo malo es que el encargado de marketing quiso viralizarlo, y los algoritmos dichosos lo acabaron poniendo en una página de objetos sexuales. Un escándalo. Vamos, si hasta un listo sacó una marca de Consoladores Paráclito. Todavía no nos hemos recuperado del escándalo. Y para acabarla de amolar, en el último retiro espiritual descubrieron a Sor Liviana con uno que compró en Mercado Libre. ¿Os imagináis?- se quejó el arzobispo.
Don Primitivo, que conocía de vista a Sor Liviana, se lo imaginó perfecto, y acertó a contestar lo primero que se le pasó por la cabeza: – Qué horror, como está el mundo, padre. Y eso es porque ya nadie sabe latín.
– Por eso quería pediros vuestro consejo. Estoy desesperado. Vos, como escribano del Cabildo, ¿qué experiencia habéis tenido con eso de lo digital?
– Eso de lo digital es una vil patraña, – sentenció con ahínco don Primitivo. – Desde el año pasado que ya ni escribo yo el Bando del Cabildo.
– ¿Por qué?
– Se escribe solo, un programa que hizo Primitivo Junior con unos comandos muy sencillos, a decir verdad, pues al fin y al cabo aquí nunca pasa nada y siempre es todo lo mismo. Solo se le cambia la fecha, y listo.
– ¿Y vos qué hacéis?
– Nada de provecho. Supongo que estoy jubilado, aunque sigo cobrando… Por puro aburrimiento estoy escribiendo la reseña cultural del Clarín de Yucatán. Ahí me explayo y aireo todas mis frustraciones contra el arte moderno, lo que compensa por lo poco que pagan.
– Cuidad vuestros pasos, la cultura es mala-, sermoneó don Diego llevándose la copa de Napoleón a los labios.
– Sin duda, pero no habéis de preocuparos. La cultura de la Villa y extrarradios está como siempre, una calamidad, por los suelos. Una lástima de ver, tanto en calidad como en cantidad. Claro que no se invierte un centavo, tampoco: se puede elegir de una amplia panoplia de oportunidades como Jaranas y Bailes Regionales, Costura y Punto de Cruz, Postres yucatecos y cocina regional. A veces hay alguna cosa rara de los artistas, pero van pocos, mayormente gringos y tampoco nos cuesta. Y en mi columna se enfrentan a mi rabiosa ira.
– Excelente, excelente, pero volviendo al tema, ¿qué hacemos con la Hoja Parroquial? Es que no la lee ni Dios, con perdón, a juzgar por los likes, o su ausencia más bien.
– Eso de las redes digitales es un vil argüende, puras patrañas mi querido Obispo. Lo mejor, como siempre y de nueva cuenta, es no hacer nada. Todo esto de la tecnología es ofuscación de jóvenes imberbes, de brincacharcos y zampacuartillos. Al final del día, igual que sus papás y sus abuelos antes de ellos, vienen con su Ilustrísima y se bautizan y se casan y se entierran, que es lo que lustra el cepillo.
– Lleváis toda la razón, ¿para qué competir con el internet del diablo? Muy sabio consejo, como siempre, amigo mío. Dejad que yo pague la cuenta.
– Que generosidad la vuestra, Padre. Como siempre me alegro de prestar mi servicio a su santa Iglesia y a su Eminencia.
Don Primitivo cerró los ojos y sonrió. No podía esperar para ir a contarle a don Orondo, que no había sido invitado a la ocasión, de la opípara cena que acababan de terminar. Y de los postres, y el vino. Y el habano. Y el coñac.
Se iba a morir de envidia.
*Escritor de provincia.