2018, un año de finales
Disputas esperadas con pobres desenlaces, también hubo infinidad de bostezos
Por Miguel Cocom Mayén*
“Tanto ruido y al final / por fin el fin.”
Joaquín Sabina
Mérida, Yucatán, 14 de enero de 2019.- Llegó a su fin el 2018, un año lleno de finales. Tuvimos, por ejemplo, el desenlace de la Copa Libertadores, un encuentro al que los argentinos se refirieron –hiperbólicamente– como la “Final de todos los Tiempos”, título digno de una obra de Rodolfo Walsh y que, al final, duró mucho tiempo y tuvo poco de final de futbol del torneo de clubes más importante a nivel continental. El silbatazo inicial estaba programado para las cinco de la tarde del 10 de noviembre y concluyó a la medianoche del 9 de diciembre, en el estadio Santiago Bernabéu de Madrid.
Eso sí, en unos años podremos encontrar la narrativa de la gesta en las páginas de los libros deportivos por varios factores ajenos a lo que ocurrió dentro de la cancha: el aguacero que cayó en Buenos Aires y obligó a posponer el primer partido, la agresión que sufrieron los jugadores de Boca Juniors durante su trayecto al estadio de River Plate, los 30 días transcurridos entre un encuentro y otro y la decisión inédita por parte de la Conmebol de que el torneo se definiera en continente europeo. En pocas palabras: un íncipit memorable, varias vueltas de tuerca a lo largo del desarrollo y una pobre conclusión.
Otra final que vale la pena destacar es el del Campeonato Mundial de Ajedrez, en el que se vieron las caras Magnus Carlsen y Fabiano Caruana. La trama se desarrolló en paralelo a la definición de la Copa Libertadores, ya que la cita entre estos dos grandes maestros se dio del 9 al 28 de noviembre del año pasado. Cabe destacar que, en un hecho inédito en la historia de este deporte, se registraron tablas en las primeras 12 partidas, lo que obligó a un desempate de partidas rápidas en el que, finalmente, el noruego pudo retener el título.
Eduardo Galeano, en su libro El futbol a sol y sombra, señaló que los empates a cero son “dos bocas abiertas, dos bostezos”. Bien, pues en esta final de ajedrez hubo infinidad de bostezos y millones de bocas abiertas. No podía ser de otra forma en el deporte ciencia, ya que en el tablero de juego se elevan a la décima potencia las posibilidades de defensa y ataque. Las piezas blancas y negras pareciera que se multiplican y se bifurcan. En consecuencia, las tramas y posibles desenlaces son también infinitos. Ya lo escribió Borges: “Dios mueve al jugador, y éste, la pieza. / ¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza?”
Por último, a manera de catarsis y de terapia, debo escribir sobre la final entre el Cruz Azul y el América (coloco en primer lugar al equipo celeste ya que mis escritos son el único lugar en el que los puedo ver en esa posición de privilegio). Después de 180 minutos de juego, triunfó nuevamente el equipo de Coapa. No diré más al respecto, hay segundos lugares que merecen menos palabras que una humilde pero digna posición en la mitad de la tabla. Digo, para qué ilusionar con un final de alarido, cuando todo se va a resumir en cero goles, un travesaño, dos errores y 11 tibios. Ser promedio es mejor que ser comparsa.
Así, 2018, un año de finales tediosos, desenlaces infinitos y conclusiones naturales, llegó a su fin. Inicia un nuevo ciclo. Las primeras páginas ya se están escribiendo, veremos cuál será el epílogo.
*Licenciado en Ciencias de la Comunicación por el Tec de Monterrey. Escribe de temas educativos y deportivos, Ah, y también palíndromos. Ha publicado los libros De Mérida roto (Conaculta, 2011) y Atar de ser Maya (Cepsa, 2017).