Ojalá nunca sepas cuál es tu último deseo
La quinceañera no dejó de sonreír, a pesar de que el velo de la muerte siempre estuvo afuera del salón
Por Luis Pérez Guarneros.
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Mérida, Yucatán, 15 de noviembre de 2018.- No soy fotodocumentalista, nunca he considerado serlo, lo que sí sé es que me gusta contar historias y siempre traigo una cámara conmigo. Digo esto porque el presente texto y fotografías no tienen ningún fin periodístico ni nada por el estilo, únicamente quise retratar algo que me hizo reflexionar sobre un tema que difícilmente habría pasado por mi cabeza antes, ¿has pensando en un último deseo si supieras que vas morir?
Me impresiona la idea de que en algunas cárceles del mundo, cuando van a ser ejecutadas, a las personas se les permite elegir su última cena. El platillo más pedido es hamburguesa con queso y papas fritas, hay quienes eligen langosta o filete, otros simplemente, cigarros, un litro de helado de menta o una aceituna sin deshuesar, pero no dejo de imaginar lo difícil que sería tomar una decisión como esa en dichas circunstancias.
Hace aproximadamente tres años, recibí una llamada telefónica de una amiga reportera para invitarme a una sesión fotográfica para una niña que cumpliría 15 años. Peticiones como esa las tienes diariamente cuando cargas una cámara a todos lados y más cuando saben que no las rechazarás, lo que nunca me imaginé es que retratar esas imágenes cambiaría toda mi perspectiva.
Se me explicó que sería una sesión muy especial, pues la festejada padecía cáncer terminal, la enfermedad estaba muy avanzada y le habían pronosticado entre tres o cuatros meses de vida. La fiesta se celebraría en un par de días y querían saber si podían contar conmigo; y bueno, aquí estoy escribiendo esto.
La cita fue en un parque de Mérida, el plan, tomarle las fotos previo al festejo. Al llegar, me encontré a aquella joven con su vestido morado y gigantesco, de pronto, una sensación rara se apoderó de mí y, seguramente, pasó lo mismo con ella.
Todo el tiempo traté de que mi cabeza y mi corazón actuaran de la manera más normal posible, pero estaba nervioso y muy temeroso. A pesar de que tenía la cámara como escudo, me era imposible dejar de hacerme mil preguntas, hoy algunas me parecen estúpidas, otras no cesan de estar aquí adentro.
Durante la sesión, no podía dejar de actuar torpemente con la cámara en mano, mientras ella dibujaba en su mirada la sonrisa más linda del mundo.
Me encanta platicar cuando tomo fotos de este tipo para conocer un poco a sus protagonistas, pero en esa ocasión no tenía ni idea de cómo empezar a conversar con una niña que va morir pronto. El nerviosismo nunca se fue de mi cuerpo, a pesar de que ella en ningún momento dejó de sonreír… entonces intenté guardar silencio en mi cabeza.
Ahí también estaban su mamá y hermana menor, de unos nueve años, quien sin saber en su totalidad de la gravedad de la enfermedad, en su rostro reflejaba lo que toda su familia estaba sufriendo. Todo transcurrió entre sonrisas de la quinceañera, así como el esfuerzo doloroso y hermoso a la vez de las dos mujeres que la acompañaban, para hacerle pasar un día inolvidable y feliz.
He estado en muchos XV años de diferentes religiones, países, clases sociales y estilos, en todos el común denominador es la felicidad y el orgullo de la familia porque su hija “ya es una mujer”, así como el ánimo y las risas de las personas invitadas.
En esta celebración no faltó nada de eso, pero siempre hubo el terrible velo de la muerte afuera del salón: un mariachi que calló, un pastel sin miles de fotos de recuerdo y las sonrisas que no se decidían a quedarse… iban y venían.
Ella bailó el vals con el novio de su mamá, quien todo el tiempo se comportó como un padre. Sin duda, fue una fiesta linda durante el poco tiempo que estuve ahí, no sé cuánto fue, pero hoy me lamento de no haberme quedado hasta el final.
Aún no puedo olvidar sus ojos cuando estaba cumpliendo su deseo, festejar sus XV años, porque no importa el tamaño de éste cuando te están enseñando que lo importante es la actitud y las ganas de vivir. Porque bailar un vals con tus amistades antes de morir debería de estar registrado como un acto de heroísmo y amor por la vida.
Porque en esos momentos se mide el valor “real” del tiempo y te hacen pensar que deberíamos despertar todos los días queriendo cumplir nuestro último deseo, que no tendríamos que esperar a sentirnos cerca de la muerte para querer vivir, que pasamos mucho tiempo imaginando ser felices mañana cuando podríamos serlo hoy.
Que todos los días deberíamos de peinarnos y arreglarnos para nuestra última fiesta, que un día toda esa vida que ha pasado por mi cámara se vuelve muerte y se repite el ciclo, que con cada uno de esos ciclos trato de aprender algo de cómo disfrutar.
Que quiero agradecer a esa chica del vestido morado, porque me dejó los ojos y el corazón muy sensibles, me hizo reflexionar que debo compartir el amor por la vida. Me siento afortunado porque me permitió vivir esos momentos con ella, porque toda la tarde me regaló una sonrisa, porque de ella aprendí que mi último deseo es que todos los días tengamos un último deseo.