La peregrinación al baño sagrado
Como cada 12 años, los sadhus se sumergieron en las aguas del Ganges para purificar sus pecados
Fotografías y texto de Luis Pérez Guarneros.
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India, 22 de enero de 2019.- El Kumbh Mela o festival de la Jarra Sagrada es considerada la mayor peregrinación del planeta, un evento de la India que reúne a más de 100 millones de personas que se acercan para sumergirse en los vados de los ríos, zonas de escasa profundidad que sirven como puentes entre la Tierra y el Mundo de los Dioses. La intención es purificar sus pecados.
Cada 12 años, los sadhus –monjes hindús- salen de las cuevas y los bosques rumbo al baño, en donde convergen los tres ríos sagrados: es una fiesta, una locura, y yo quise ser testigo con mi cámara.
Llegué una noche antes a Allahabab, ciudad ubicada al norte de dicho país; de ahí tuve que caminar cinco horas hacia el lugar de la milenaria ceremonia. En esos momentos mis expectativas estaban por los suelos, no había más de 50 personas, por lo que supuse que me equivoqué de fecha. Me fui a dormir un poco desanimado, cansado por el trayecto y la nula experiencia.
A la mañana siguiente me desperté como loco al escuchar el ruido de la multitud. Al principio no encontré a nadie en kilómetros, pero de pronto, de la nada, apareció muchísima gente, eran los sadhus que peregrinaban desde todos los rincones de la India, estaban listos para limpiar sus faltas y las de sus 88 generaciones anteriores.
Fui avanzando a su lado hasta que poco a poco se fue haciendo más estrecho el camino y en un momento dado el sol empezó a salir, con esa maldita suerte que necesitan los fotógrafos. Por si fuera poco, el ejército me permitió pasar a un área restringida donde quedé ante los monjes. Fue en ese mismo instante que me invadió la sensación de suerte y agradecimiento.
Eran unos seres increíbles, una mezcla de borrados y brujos, con una energía fuertísima, hasta cierto punto, agresiva. Estaban a punto de zambullirse en las aguas sagradas del Ganges, ¡se trataba de la imagen que llevaba meses en mi cabeza!
De pronto, no sé en qué momento, Cristina García, una de las personas que más admiro en este oficio, me tomó del brazo. “Por favor no me dejes caer al río”, exclamó. Y yo le pedí lo mismo.
Pensé que no soportaríamos el empuje de la multitud, estaba pálido, sufriendo por no caer con mis cámaras. Nos sujetamos de un policía justo cuando inició el caos, pero no dejamos de fotografiar, de tratar de construir imágenes bajo presión, de atestiguar ese ritual sagrado.