El Caballero de Fuego que acabó con la viruela
Una enfermedad extranjera mató a cientos de pobladores en Nunkiní, hasta que quemaron un muñeco de gran tamaño en honor a su santo. La estruendosa tradición sigue vigente hasta nuestros días.
Por Herbeth Escalante.
Fotografías de Lorenzo Hernández.
[Modula id=’20’]
Nunkiní, Campeche, 29 de abril de 2019.- La viruela negra mató a cientos de pobladores de Nunkiní sin que las oraciones ni los remedios tradicionales pudieran deternelo. El pueblo sufrió, los cementerios se llenaron y la enfermedad amenazó con propagarse a otras comunidades mayas cercanas en Campeche.
Se respiraba impotencia, los j´menes de esa época no sabía cómo acabar con la epidemia que azotó al pueblo, las hierbas medicinales y los ritos ancestrales no fueron suficientes para frenar a su nuevo y terrible enemigo.
Dicen que quizás se trató de un castigo porque la comunidad abandonó el cultivo de la milpa y prefirieron trabajar en las haciendas henequeneras de los hombres blancos y adinerados.
De acuerdo con alguna de las antiguas versiones de la tradición oral de Nunkiní, después de varias plegrarias el patrono San Diego de Alcalá se le apareció a un j´men en sus sueños para darle una solución: crear un muñeco con la apariencia de un español a tamaño real, para posteriormente quemarlo en la plaza.
Fue así que las y los pobladores se organizaron para armar el muñeco al que bautizaron como Dzul li’k’áak, el Caballero de Fuego, para rendirle tributo al santo, quien finalmente acabó con la viruela negra.
Según los relatos de la comunidad, el hecho ocurrió hace más de 200 años y se convirtió en tradición, en uno de sus elementos de identidad más importante. Tanto en Semana Santa como en Noviembre, las población de Nunkiní recuerda cómo sus antepasados lucharon contra una enfermedad extranjera.
En la actualidad, las y los habitantes explotan al Caballero de Fuego al cual previamente rellenaron de pólvora y petardos. Mide cerca de dos metros de altura y lo construyen con palos de árboles y bejuco de la zona.
El artista de la comunidad es el encargado de dibujar a mano el rostro que le ponen una vez que ya está listo para recorrer las calles de la localidad. La gente se le acerca para colocarle paliacates y sombreros, entre otras prendas, que significan sus peticiones.
Finalmente instalan al Dzul li’k’áak en el centro del pueblo, frente a la iglesia y lo amarran a una larga mecha con petardos al que prenden fuego. Tras varios minutos de espera, finalmente estalla, provocando un ruido estruendoso que retumba por todo Nunkiní.
Y cuando el humo se va disipando, hombres y mujeres corren hacia lo que queda del Caballero para conseguir un pedazo de tela, se «jalonean» los restos del muñeco, pues es su prueba para participar el año que viene.
La tradición no pierde vigencia, con el paso del tiempo se va actualizando y adquiere nuevos significados, pero sobre todo, sigue influyendo en la vida de las y los pobladores de Nunkiní, es una herencia arraigada en todas las generaciones.