Fieles Difuntos, la generosidad maya aún después de la muerte
Colocan su comida favorita en el altar y se sirve un plato extra, pues se cree que las almas vienen acompañadas de algún invitado más, el ánima sola, quien no tiene familiar vivo que lo recuerde.
Por Gregorio Vázquez Canché y Jorge Pérez Vázquez*
Mérida, Yucatán, 2 de noviembre de 2020.-La celebración a los Fieles Difuntos es el cierre de un ciclo entre la vida y la muerte. Coincide con el mes xuul (final) del calendario maya, y corresponde a la última etapa del ciclo agrícola con la cosecha de la yuca, jícama, calabaza, maíz, frijol y espelón, los cuales se comparten con los muertos durante la comida de las ánimas.
En el calendario maya, xuul es el mes en el que florecen el xpujuc o xtempola, flores de muerto de color amarillo y de olor muy fuerte, que crece de manera silvestre y sirve para atraer a las animas y engalanar los altares. También el balché de flores moradas viste de luto los montes y alfombra el camino de las animas; su corteza sirve de bebida sagrada en todas las ceremonias religiosas. Flores blancas, rojas, moradas y amarillas honran a los fieles difuntos.
Un ave canta durante estas fechas y es difícil verlo. Su nombre es pix, (rodillas del pie) o yáah (dolor o tristeza), ya que su canto simboliza la pena y el dolor de las personas al recordar a sus seres queridos ya fallecidos.
La comida de las ánimas, Janal Pixán, es una fiesta en la que participa toda la familia, desde los abuelos hasta los más pequeños. Las abuelitas expertas en elaborar las comidas favoritas de sus difuntos se encargan también de hacer el altar en donde se las ofrendarán. Los jóvenes y niños acarrean flores, limpian los patios, blanquean las albarradas, lavan los trastes y la ropa, y adornan los altares con flores.
Los panteones se pintan y las tumbas se engalanan con flores. Los hombres mayores traen leña, calabazas y maíz, y escarban el horno bajo tierra (pib) en donde enterrarán los mucbipollos para el biix de los finados.
La reciprocidad, solidaridad y hospitalidad, valores de la cultura maya, resaltan durante estas fechas, al igual que el ánimo de la gente, pues tienen un sentimiento de tristeza y felicidad. El vivo recibirá a su muerto con flores, panes, comida, chocolate, incienso, velas de colores para los pequeños, velas de cera de xunáan kab, y negras para los grandes.
El 31 de octubre es dedicado a las almas de los niños, los que llegan primero; el 1 de noviembre a los mayores; y el 2 a todos los difuntos. Su comida favorita se les ofrece en el altar y se sirve un plato extra, pues se cree que las almas vienen acompañadas de algún invitado más, el cual se le conoce como el ánima sola, quien no tiene familiar vivo que lo recuerde. Esto resalta la hospitalidad, generosidad y reciprocidad de los mayas aún después de la muerte.
El altar casi siempre se prepara en la cocina de la casa o en el patio de la misma. Es una enramada (Máakan) hecha de huano y plantas silvestres, adornadas con flores de la temporada, y está comunicada con una puerta o camino que se adorna de velas por donde se cree que caminarán las ánimas hacia el altar. Los trastes como jícaras y platos deben estar limpios, al igual que la ropa, y dejar la batea solo con agua y jabón para que las ánimas se laven las manos y cara. Si hay trastes o ropa sucia, se cree que los difuntos los lavarán.
Al venir las ánimas acompañadas de la muerte, Ah Puch, se tiene la creencia de que este personaje puede llevarse a los niños y a las niñas, es por eso que se les pone en la muñeca una cinta o hilo rojo y así la muerte no los confundirá con espíritus y no les hará nada.
La comida de la muerte se coloca detrás del máakan, en una jícara colgada de un ch’uyub y consiste en patitas, alas, costillas, cabeza, y demás huesos del guiso, esto con el fin de que tarde comiendo y le dé tiempo a las ánimas de disfrutar de sus banquetes y a sus familiares vivos. De ser carne su ofrenda, la muerte terminaría rápido y se iría a la siguiente casa y podría olvidar a las ánimas en la tierra.
La Biix u octava de los finados, se celebra como dice su nombre a los ocho días de la llegada de los difuntos, y consiste en preparar el chachak waj o tamales bajo tierra. De la misma manera se les ofrece en el altar, lo mismo para el ánima sola y para la muerte. Cuando una persona muere se le hace su “ochovario” o biix, o sea, una ceremonia de cuerpo presente simulando el cuerpo del difunto con su ropa sobre la mesa, se le ofrece comida y rezos con música y cánticos tristes como el perdón, para que él suba, despidiendo de esta manera su alma de la tierra.
Si alguien muere durante o poco antes de las fechas de Finados, se les llama kuch y será el cargador de las velas, flores, mucbipollo, y panes de los difuntos más antiguos. A ellos no se les puede hacer ofrenda porque se cree que su alma vaga en la tierra todavía y se tiene que esperar un año para darle ofrenda.
Su alma va al final de la fila de los difuntos y hasta que muera otra persona en vísperas de los Finados, será relevado en su cargo. Si se le celebra en el Día de los finados o en el biix, sus mismos familiares lo estarían condenando poniéndole carga y quemándoles las manos con las velas durante todo el año. Lo mejor es esperar un año para que en los finados próximos se le célebre con bombo y platillo.
Para finalizar la estancia de los muertos en el mundo de los vivos, el último día se les despide con comida, el chachak waj, condimentada de achiote, rellenos de frijoles y espelones tiernos, carne de gallina y cerdo cocidos en el horno bajo tierra, envueltos a manera de bastimento y son tomados por las ánimas para su camino eterno y les dure hasta el próximo año que retornen su visita.
La muerte para el maya no es final de la vida, es el cierre de un ciclo más dentro del universo, es como un recorrido dentro del viaje eterno, un cambio de lugar, pero los Difuntos siguen viviendo dentro de los corazones y recuerdos de los vivos.
*Promotor cultural y antropólogo social, respectivamente.