Las hijas no son propiedad de los padres
Hay quienes la condenan a ser una extensión de mí cuando debe ser, primero una niña, luego una adolescente y finalmente una mujer plena, con personalidad propia, libre, atada solo a sus ideas u obsesiones producto de su propio devenir, consciente de su yo y nada más que de su yo, inserto en la sociedad y el momento histórico de su vida.
Por Rafael Gómez Chi*
Mérida, Yucatán, 28 de noviembre de 2019.-Hay algo serio, imperioso de contarles. Iré al grano. Cualquier clase de persona, amigos, amigas, conocidos, conocidas parientes, familiares, compañeros, compañeras, colegas y demás me dicen una sandez del tamaño del mundo. “Con ella pagarás tus pecados”.
Se refieren a mi hija Itzayana. No suelo contar ni abordar asuntos de mi vida privada en público. Aprecio mucho la privacidad y por eso mantengo lejos de las candilejas de la profesión de periodista a mi familia. Como no tengo redes sociales no me exhibo. Ni siquiera la pongo en el perfil del WhatsApp. Pero cuando me preguntan, vivaracho hablo de ella. Y luego de escucharme entusiasmado sólo atinan a decir tamaña tontería.
Lo preocupante son las personas defensoras de los derechos humanos y con posiciones contra la violencia hacia la mujer. No diré nombres. Ellos y ellas de inmediato se identificarán.
¿No se dan cuenta de la violencia hacia mi hija? “Con ella pagarás tus pecados” lastima el ser de mi hija, pues la despoja de su identidad, de su desarrollo. La condena a ser una extensión de mí cuando debe ser, primero una niña, luego una adolescente y finalmente una mujer plena, con personalidad propia, libre, atada solo a sus ideas o obsesiones producto de su propio devenir, consciente de su yo y nada más que de su yo, inserto en la sociedad y el momento histórico de su vida.
¿Qué tiene que ver con ella mi vida? Soy su padre y como tal procuro ejercer ese papel. Pero los hijos e hijas no son propiedad de los padres. Mi papel se centra en la educación. Tratar de hacerle ver el mundo como es y hacerle entender las consecuencias de sus acciones. Nada más. Los valores universales de ponerse en los zapatos del otro, no robar, no mentir, no hacer nada en contra de sus pensamientos. No poner en la mesa el maniqueísmo, sino la pluralidad y hacerle saber sobre la moral, ese maravilloso árbol de moras.
Mi papel es hacerle saber sobre el destino de sus decisiones. Y enseñarle a elegir basada en la reflexión crítica. “Duda incluso cuando tu papá o tu mamá te dicen te amo”. Es cierto, el camino es difícil, no somos ermitaños. Estamos dentro de una sociedad llena de miedos, recovecos, ansiedades, creencias, traiciones, luchas, emociones, acciones, actitudes, decisiones y demás, pero no por eso obligados a seguir la misma línea.
Soy como soy producto de mi propio devenir. Las personas de mi alrededor, mis amigos y amigas, conocen mis batallas. Mayormente he perdido. Pero me he divertido. ¿Una vida disoluta? Puede ser, pero de acuerdo con qué.
Y ese asunto de los pecados. “Con ella pagarás tus pecados”. Siempre me he preguntado cuáles. Los pecados son para los creyentes y ocurren de acuerdo a un código moral y religioso, algo ausente en mi vida. Pero como ya dije anteriormente, no necesitas creer en un Dios ni acudir a una religión para ser una persona de bien, honesta, consciente consigo mismo y con los demás. No es necesario ir a misa los domingos para ponerse en los zapatos del otro. Hay quienes creen en el perdón de Dios cada domingo, ah, pero el lunes…
Tengo varias amigas y amigos cuya lucha en contra de la violencia hacia la mujer es ejemplar. Admirable. Sin tregua. Duro. Pero me he sentido triste cuando ellos y ellas me dicen esa frasecita chocante. “Con ella pagarás tus pecados”.
No atentan en contra de mí, sino de mi hija. Cortan su libertad, en el fondo eso sólo sugiere una putrefacción de la lucha. Y por eso, cuando viene a darme sus discursos sobre la violencia en contra de la mujer, sólo pienso en la inmensa pérdida de tiempo de sus acciones. (Ilustración de Snezhana Soosh)
*Lingüista, antropólogo, escritor y periodista con 26 años de experiencia.