La peor protesta del año en la mejor ciudad del mundo
Crónica de una marcha criminalizada por las autoridades, la sociedad y los medios de comunicación.
Por Lilia Balam*
Mérida, Yucatán, 26 de noviembre de 2019.- Les voy a contar un cuento.Los mil nombramientos, premios y condecoraciones otorgados por diez mil organismos y asociaciones todavía pendían frescos de la redonda cabeza de la bella capital yucateca mientras caminaba hacia el Remate de Paseo de Montejo.
Y es que es casi imposible olvidar que el terreno que piso es mucho mejor que el de Québec y Florencia, según empresarios anónimos o según el discurso de encantadores funcionarios (léase municipales, estatales, federales, y por lo visto, ya hasta internacionales).
Sin embargo, la sonrisa se me congelaba a medida que llegaba al punto de reunión de la marcha por el #25N, esa que conmemora el Día Internacional para Erradicar las Violencias Contra las Mujeres.
Mi “sentido arácnido” percibió el ambiente hostil: desde la camioneta del equipo promocional de una empresa de bebidas energéticas que descaradamente se estacionó frente a una veintena de mujeres que se organizaba para marchar, con el único objetivo de subirle el volumen a Franz Ferdinand, hasta las jóvenes que a través de sus pasamontañas me fulminaban con la mirada, tal vez percibiendo un resto del currículum Telesureño en mí.
Nerviosa, por eso de no ser de aquí ni ser de allá, preparé mi cámara, mi celular. Todo estaba listo: estaba motivada a hacer una gran cobertura periodística, una que dignificara las manifestaciones feministas y que sirviera de contrapeso a las sandeces que seguramente leería horas después en ciertos periódicos de amplio tiraje cuya plantilla laboral está obviamente conformada por puros hombres en los puestos importantes.
Y entonces la primera señal: “No puedes grabar ni tomar fotos”. Ni siquiera recuerdo si pregunté por qué o si mi cara de tristeza y decepción fue la interrogante. “Por la seguridad de las compañeras”, respondió, ante todo. “No voy a escribir para criminalizarlas, al contrario”, le respondí.
“En ‘Haz Ruido’ volvieron a subir imágenes nuestras, en las que salen nuestros rostros y pueden hacer mal uso de esas imágenes. Si quieres tomar fotos, voy a tener que taparte”, contestó, mientras colocaba su cartel frente a mi lente.
Me desconcertó. Yo sabía que el portal para el que colaboro no ha criminalizado al movimiento en lo absoluto. Nos miramos incómodas. Seguramente ninguna lo hizo pensando en que lo que seguiría sería todavía más incómodo. De ser así, probablemente ninguna de las dos hubiera gastado energías en ese episodio.
Como sea, poco a poco llegaron más colegas, incluido reporteros hombres. Ahí mi enésima piedra biliar comenzó a contonearse. “¿Por qué chingados siguen sin contratar mujeres en los medios de comunicación, caray?”, murmuré para mis adentros, mientras, con tal de llevar la fiesta en paz, sonreía ante los insoportables chistes machistas de mis compañeros y una que otra compañera.
Y entonces, la segunda trompeta del apocalipsis. Probablemente la peor. Una docena de mujeres llegó al Remate gritando: una patrulla se llevó a un par de ellas, sin motivo ni razón aparente. “No estaban haciendo nada”, dijeron con la voz quebrada. La conmoción.
Junto con otras seis colegas (cuyos nombres no requiero mencionar porque con ellas me la pasé casi toda la noche), que sí fueron a trabajar y no a tirar mierda al movimiento, intenté poner orden: ¿Patrullas estatales? ¿Municipales? ¿Solo eran dos chicas? ¿Las lastimaron? ¿Qué estaban haciendo? ¿Cuál era el número de patrulla y placas?.
Sin embargo, en este punto, el hermetismo y la desconfianza bullían. Nadie quería contestar, nadie hacía nada. La confusión y el miedo le habían quitado la corona de Condé Nast al Paseo de Montejo: todo era nervios, estrés, molestia, irritación, incertidumbre.
Siguieron 30 minutos en los que sospechamos que se iba a cancelar la marcha, que las mujeres se quedarían ahí hasta que les llevaran a las detenidas. “¿Y si no es cierto? No tenemos pruebas de nada”, susurró una colega y no pude hacer menos que darle la razón.
Creo que el murmullo fue más alto de lo planeado, porque entonces una chica nos enseñó un video de la detención como prueba. Y eso bastó para que las miradas de desconfianza aumentaran.
Tras notificar el hecho a una de las visitadoras de la CODHEY, el contingente por fin partió hacia la Plaza Grande. Eso sí, súper vigilado. Vi más patrullas y policías ayer en un rango de tres calles que en todo mi fraccionamiento de Vergel a lo largo de mi vida.
Las manifestantes avanzaban lento: sacaban a los hombres que al pasar, aterrados por no ser los protagonistas, se tomaban la molestia de cuestionar el movimiento separatista. Se organizaban para “lamparear” a quienes tomaban fotos o grababan vídeos.
Justo a mitad del camino, una joven tuvo un ataque de ansiedad y solicitaron apoyo psicológico para ayudarla. Aquí entre nos, yo también pensé en pedirlo: la tensión era tanta que ni siquiera se habría podido cortar con una de esas peligrosas tijeras barrilito de punta redonda que (según nos enteramos después), decomisaron a las mujeres detenidas.
En fin, avanzamos. Conforme pasaban los minutos los comentarios de algunos colegas de prensa se hacían más insoportables y mi paciencia, menos infinita. Sobre todo porque seguíamos sin información certera sobre los arrestos y la observadora de la Comisión Estatal de Derechos Humanos (CODHEY), se había evaporado después de recibir la queja de las detenciones.
Estaba a punto de sacar mi tabla de Ouija para invocarla cuando “¡boom!”, se materializó. Nos dijo que ya estaban haciendo las diligencias correspondientes. No dio más detalles, pero al menos confirmó los hechos. Vientos.
Seguimos caminando, persiguiendo cigarros, viendo los vídeos sobre los arrestos que ya circulaban sin pudor en las redes y contando a los «orejas» que se aglutinaron para observar la marcha.
Ah, y también burlándonos de las autoridades, que horas antes anunciaban con ceremonia y protocolo sus acciones para combatir la violencia de género, sin asegurarse de que el cuerpo policiaco estatal no criminalizara mujeres en medio de una conmemoración internacional contra la violencia machista. Fue un momento feliz, un oasis entre tanto mal humor.
Llegamos a la Plaza Grande y lo primero destacable fueron los granaderos apostados en el Palacio de Gobierno. Sí, granaderos. GRA-NA-DE-ROS. Y entonces mi enésima segunda piedra biliar me preguntó, curiosa: «¿Cómo llegan granaderos al Palacio por una protesta de 200 mujeres pero nunca hay elementos para atender cuando una denuncia que el ex esposo golpeador la amenazó de muerte? ¿Cómo? Alguien machista en el poder está distribuyendo mal los recursos y las energías, ¿no crees, Lilia?»
Sí, me lo dijo gritando mientras yo seguía sonriendo ante los comentarios misóginos que seguía escuchando. Por supuesto, no le hice caso, quería sacar fotos bonitas. Ah, porque claro, la advertencia que me dieron minutos antes de que iniciara la marcha valió madres porque la gente que pasaba, grababa, los demás colegas, grababan. Vamos, hasta vi a un par de chicas que, contra las propias recomendaciones de seguridad del contingente, tomaban fotos desde el interior de la manifestación.
Tras la lectura del comunicado del #25N, se denunció públicamente que habían sido dos mujeres las detenidas, al parecer una de ellas menor de edad, que estaban acompañadas por gente de la CODHEY y de los dos colectivos sagrados del estado: la Unidad de Atención Sicológica, Sexológica y Educativa para el Crecimiento Personal (UNASSE A.C.) e Indignación (a cuyas integrantes, por cierto, estoy segura que les pondrán un monumento en un progre futuro lejano).
Pronto se reactivó la circulación de rumores sobre los arrestos, pero justo la Secretaría de Seguridad Pública (SSP) también se activó y mandó un comunicado que pensó que la salvaría: detuvieron a seis peligrosísimas mujeres (que no siete o diez, como el pánico hizo creer a algunas personas), por tener en su poder palos, objetos punzocortantes (las dichosas tijeras barrilito de punta redonda, esas que piden en el kínder) y pintura en aerosol.
En ninguna parte del texto especificaron qué delito cometieron para ameritar la detención. Solamente hicieron énfasis en que cinco de las ellas eran “fuereñas”, una era menor de edad y en que todas ya habían sido liberadas. Sin duda son la reencarnación del anticristo. Vamos, porque yo conozco dos (o tres) casos de personas cachadas infraganti que nunca pisaron la cárcel ni para hacer trámites administrativos.
Y entonces comenzaron a llegar más vídeos de las detenciones: fueron violentas y no se realizaron en la calle, sino en conocido negocio de impresión digital localizado frente al Parque de Santa Ana. Y no, en ningún momento se escucha a algún poli explicando el motivo de los arrestos, al menos no en las grabaciones que vi. Como sea, qué desafortunado día para todos.
Desafortunado para las mujeres que, en el ejercicio de sus derechos, fueron criminalizadas y violentadas por la Fuerza Pública. Desafortunado para las manifestantes, que cada vez son más herméticas por el temor de sufrir represalias y que ahora tienen otra razón para cerrarse más.
Desafortunado para las autoridades estatales, porque cada vez evidencian más su misoginia, machismo, conservadurismo, ignorancia y su postura antiderechos. Desafortunado para la prensa que se conduce con ética, porque no puede laborar libremente por culpa de aquellos medios de comunicación retrógradas y mercenarios, que olvidaron, entre otras cosas, que el periodismo no es un negocio.
Desafortunado para cada habitante del estado. Qué vergüenza, ostentar títulos de nobleza citadina cuando no se garantizan los derechos humanos de la mitad de la población. Cuando la mayoría de las personas siguen pensando que más vale proteger a las piedras que a las mujeres. Cuando se da por sentado que todo está bien, aunque en realidad el mugrero está súper tapado por nuestro conservadurismo, por usos y costumbres.
Qué asco convivir con personas que, sin empatía, sin memoria, se atreven a deslegitimar el movimiento feminista yucateco, tan necesario en la entidad que permitió el asesinato de infinita cantidad de mujeres porque no hizo caso a sus denuncias de acoso, de abuso o de violencia. En la entidad que no escucha a mujeres indígenas, sino que las criminaliza, las encarcela sin darles acceso a un proceso justo y en su idioma.
En la entidad que permite, encubre y a veces pienso que hasta motiva, que niñas de entre 2 meses y 17 años sean violadas y abusadas sexualmente por sus propios padres, abuelos, tíos. En la entidad pro parto (que no pro vida), que castiga la pérdida del embarazo, sin ponerse a averiguar causas. Ni consecuencias.
Y con esa sensación de infortunio me quedo gracias a la peor protesta del año en la mejor ciudad del mundo. Recuerden que es un cuento… y que la realidad siempre superará a la ficción.
*Licenciada en Comunicación Social, periodista desde hace cinco años. Ganadora del Premio Estatal de Periodismo 2016 y del Premio Cuauhtémoc Moctezuma al Periodismo 2016.