Cinco horas en el infierno de clase mundial
El calor impedía incluso pensar, aquello era terrible, pensaba si no estaba pagando algún pecado.
Por Rafael Gómez Chi*
Mérida, Yucatán, 17 de junio de 2019.- Hay un cómico regional que curiosamente no es yucateco que suele contar entre sus chistes que en Yucatán sólo hay dos estaciones del año, la del calor y la de un chingo de calor. Creo que esa noche era la de un chingo de calor, porque aquello fue, recurriendo a tropos gastados, un verdadero infierno.
Eran alrededor de las nueve de la noche. Mirábamos la televisión en familia cuando Lennys le dijo a Itzayana que ya era hora de ir a la cama. Antes de seguir, debo aclarar que aun en el verano estamos acostumbrados a dormir en la cama, de modo que la hamaca para nosotros es para siestas ocasionales los sábados o los domingos. Sigamos.
La niña protestó, pero no opuso resistencia a eso de ir a dormir. Era entre semana y había que despertarse temprano, a las seis, al día siguiente. Les pedí que no apaguen la televisión y procedimos a acompañar a la niña a dormir cuando de pronto, bum, todo se apagó.
–Puta madre, se fue la luz.
Enseguida salí a la calle a constatar si sólo era en mi casa o en la calle y más aún en el fraccionamiento. Todo estaba a oscuras. Entré rápidamente a la casa y tomé el teléfono. Llamé al 071. Sonó y sonó y sonó. Colgué. Esperé un ratito. Volví a marcar. Sonó y sonó y sonó. “Chingada madre”. Volví a llamar. Sonaba el tono de ocupado. Colgué. Volví a mentar de madres.
Un buen reportero tiene contactos y en mi teléfono celular tengo los del personal de la Comisión Federal de Electricidad (CFE). Mandé un mensaje. Lennys y la niña ya se habían instalado en la sala con las puertas abiertas porque ya se sentía una especie de bochorno a pesar de la noche y del vientecillo que se colaba por el frente de la casa.
Volví a marcar el 071. ¡Milagro! Contestaron. Pero era la maldita máquina. “Todos nuestros operadores están ocupados, por favor espere en la línea, en un momento será atendido”. Chequé mi teléfono celular. No había respuesta al mensaje de WhatsApp.
Esperé en el teléfono convencional. Como es de esos aparatos digitales, tiene un contador del tiempo. Y corría. De pronto me percaté que sudaba tanto que ya tenía la bocina del teléfono empapada. Miré el contador del tiempo. Nueve minutos y corriendo. Se oía una musiquita y esos mensajes de usted es nuestra prioridad, “en un momento le atendemos”. Pero ese momento no llegaba. Encabronado, aporreé la bocina al colgar.
Lennys decidió colgar una hamaca para intentar adormecer a la niña, pero el calor impedía incluso pensar. Aquello era terrible. Yo pensaba si no estaba pagando algún pecado, pero como no soy creyente también cavilaba si no era alguna falta que alguien me estaba haciendo devolver.
La luz se fue alrededor de las nueve de la noche y ya eran las once y no refrescaba. Aquel vientecillo había cesado y todo era una calma desesperante. Vivía, literal, un círculo del infierno. Ni Lennys ni la niña en la hamaca podían conciliar el sueño. Yo insistía con el teléfono a la CFE, pero ni una respuesta.
Pensaba en cómo era posible que no te atendiera una “empresa de clase mundial” ni nadie pudiera dar una respuesta de lo que pasaba porque por más que preguntaba nadie atendía.
El calor se hacía abrasador. Me abanicaba con un cartón pero era insuficiente. Mecíamos la hamaca pero tampoco era tanto como para calmar la ansiedad que ya se apoderaba de mí. Pasaban las horas y seguíamos a oscuras. Yo sentía que me derretía y que perdía la noción de todo.
Cerca de la medianoche, cuando ya había perdido toda esperanza de que la luz vuelva pronto, se me ocurrió mandarle un mensaje al Gobernador y contarle lo que estábamos pasando. Me respondió casi de inmediato y a los pocos minutos se puso en contacto uno de sus asistentes. Me dijo ahora lo vemos, pero ya el calor me vencía. Lennys e Itzayana dormían, no sé cómo, pero dormían. Me acurruqué en el suelo, sobre un foami, mirando a la ventana que daba a la calle y perdí la noción.
Las luces, que encendieron de golpe, me despertaron. Lo primero que hice fue mirar el reloj. Las dos de la mañana. Cinco horas sin energía eléctrica con un calor de la chingada no se le desea ni al peor enemigo. (Caricatura de Nerilicon)
*Lingüista, antropólogo, escritor y periodista con 26 años de experiencia.