Trucos de Magia junto a la laguna de colores
Miriñaques: El estudioso de la arquitectura vernácula distingue sin dificultad los conceptos de la vivienda demencial, del patio extraterrestre y de la banqueta orgánica de masa madre.
Por Antonio Martínez *
Mérida, Yucatán, 9 de julio de 2024.- En estos últimos tiempos hemos asistido al nombramiento de Villas Mágicas por doquier. Ya ni importa tanto que la villa en cuestión sea atractiva; con que esté cerca de una belleza natural o que tenga una iglesia es bastante. Esto le sucede a esta villa que visité recientemente, situada allá en el Territorio, junto a una bella laguna de varios colores.
El triste asunto con la magia es que no existe, sino que siempre tiene truco, el cual puede verse diáfanamente desde atrás. Y en efecto la parte trasera de esta villa revela la trampa. Uno deja atrás las calles sinuosas que bordean la laguna, con sus hoteles, restaurantes y mansiones, pasa el centro con sus casas y comercios, cruza la carretera infernal y, si sobrevive a las embestidas de los tráileres, camiones, pipas, remolques de maquinaria, camionetas y demás desquiciados en moto, se encuentra súbitamente en otro mundo. No es exactamente como Narnia, pero algo de magia también tiene.
Es aquí donde el ingenio de la arquitectura vernácula se manifiesta en toda su gloria, generando estilos y sub-estilos difíciles de nombrar. Los ingredientes utilizados son de una diversidad que espanta, incluyendo construcciones mixtas de block y tablones, de bejuco y celosía, de mampostería y partes de barco, de malla ciclónica con vitrocerámica, bambú con tablaroca o de piedra a junta seca con troncos, utilizándose para las cubiertas desde tejas con vigas de concreto, fibra de vidrio, cartones, lamina corrugada, bovedilla, guano y mantas publicitarias de elecciones antiguas y recientes.
Cuando el resultado es endeble, se recurre a reforzar la vivienda con perfiles de acero, palitos, alambre, alambrón, varilla, flejes, tensores, cajas de fruta, amarres, apaños, claveteados, negociantes y tornillos.
Para puertas y portones hay que añadir, a los convencionales, el astuto uso de puertas de refrigeradores, plafones de lo que sea y carcasas de lavadora convenientemente extendidas.
Las ventanas son al gusto del inquilino, incluyendo las de madera tradicional, de metal con cristales y sin ellos, ventanas con cortinas de tela, visillos o el simple hueco tapado con una bolsa de basura. Al frente de la casa, para añadir confort y colorido, se instalan toldos, sombrillas, porches improvisados y formales, espacio para remolques de lancha y motos de agua y para que deambulen gatos, gallinas y pavos.
No falta una vieja barriendo su portal, tres borrachos en la esquina, un abuelo tomando el fresco en una silla, un niño en pelota picada, pollos, guajolotes, dos borregos, una cabra y un iguano sabio subido en la albarrada.
Se crean así construcciones a medias, a tercias y abandonadas, terminadas y a medio terminar, que se utilizan para todo tipo de propósitos. Así encuentra uno la casa habitación, novedades Deisy, changarros de garnachas, una estética, un puesto de hamburguesas, cuartos en renta, terrenos que no se venden, una pescadería que vende mojarra, un taller de camiones. una señora que lava ropa por kilo y por pieza, un carrito de heladero.
Banquetas no hay muchas, y el espacio que les está destinado se llena rápidamente de toda clase de desechos, bártulos y vida animal y vegetal.
Sin esfuerzo, el afortunado viajero puede disfrutar de las magníficas vistas de basura común, mesas y sillas desechadas, un six vacío de Barrilitos, un peine, guijarros, gravilla, una batea rota a la mitad, una obsoleta pantalla de tele, una carretilla destrozada, muelles, una cajonera con tres patas, bolsas de gansitos, un colchón sucio, dos cartones de Indio, basura, más basura mezclada con desechos y desperdicios entre árboles frutales y plantas de ornato, flores y macetas, tazas de baño, trozos de espejo, tierra, un saco petrificado de cemento, llantas, rines, partes de desguace, botellas de Coca, un columpio y, por supuesto, el envoltorio grasiento de la cochinita con su bolsita de habanero.
Intercalados en este zoco de cosas inservibles se estacionan coches, motos, bicicletas, una silla de ruedas sin ellas. Perros por todos lados, perros que te ladran, perros que te ignoran, perros que te quieren morder.
No sería justo olvidar la aportación de manubrios, defensas, asientos, botes de pintura, latas, latones, cajas de fruta, tapas de bacín, empaques de nieve seca, restos de un pantalón, una cucaracha aplastada, frutos, ramas, hojas de banano, malas hierbas, un camión de juguete, un brassier, una muñeca sin ojos, un filo de segueta, tres focos, un fluorescente roto, restos de un chaleco del tren maya, huacales, tambos, tapitas, tierra, polvo, un café del Oxxo, una tijera infantil, un marco con comején, tubo de PVC de varios calibres y una cebolla morada.
También hay carbón, una quijada de res, pedazos de concreto, un poste tumbado de la luz, una montaña de cáscaras de coco, hierbas, hierbajos, rastrojo, un garrafón aplastado, tarimas, adornos navideños, la cubeta, un gato muerto, el cono de una piñata, un atado de leña, una boya, pilas de sascab y de piedra, la bolsa ecológica del Dunosusa, colillas de cigarro, una chancleta viuda, charcos, baches, un socavón en proceso.
Lo que al ojo poco entrenado parecería un verdadero bazar de porquerías, el estudioso de la arquitectura vernácula distingue sin dificultad los conceptos de la vivienda demencial, del patio extraterrestre y de la banqueta orgánica de masa madre. Pero no todos somos expertos. Tras la Villa Mágica, la Villa Pelágica.
Y en una buganvilia, un capullo en flor.
* Escritor de provincias.