Tesoco, el pueblo que expulsó a los volquetes del Tren Maya
Además de que conducían imprudentemente, empezaron a generar conflictos en la comisaría, ya que bebían alcohol en la vía pública todas las noches, protagonizaban escándalos y pleitos, orinaban en la calle frente a todos, algunos consumían drogas y acosaban a las mujeres. El pueblo maya se organizó y los sacó.
Por Herbeth Escalante
Fotos de Lorenzo Hernández
Mérida, Yucatán, 8 de julio de 2024.- En la entrada de la comisaría maya de Tesoco, Valladolid, un pequeño letrero en español advierte que está prohibida la entrada a los volquetes que se utilizaban en la megaobra del Tren Maya. Los pobladores tomaron esta decisión para que no ocurra una tragedia y porque estaban hartos de las groserías, los escándalos y el acoso de los choferes.
Desde 2020 y conforme avanzaban los trabajos de construcción, los volqueteros originarios de otros estados del país -como San Luis Potosí, Tabasco, Guanajuato y Tlaxcala- llegaron a esta comunidad en busca de casas para rentar, por su cercanía con la obra del Tramo 4.
Los primeros obreros en instalarse dejaban sus volquetes afuera de las viviendas que alquilaban. Eran apenas tres vehículos pesados, pero con el paso del tiempo el pueblo se llenó de éstos, como si fuera un estacionamiento público: En frente de la iglesia, a un costado de la escuela, en los alrededores del parque y hasta obstaculizaban la calle principal.
El entonces comisario municipal de Tesoco, Rodolfo Batún Hau, llegó a contar hasta 60 volquetes, lo que generó preocupación entre los habitantes, ya que los choferes conducían a exceso de velocidad en las angostas y tranquilas calles del pueblo. Crecía el temor de que atropellaran a un niño o a la gente que se mueve en bicicleta.
Explicó que aumentó drásticamente la llegada de estos camiones de volteo a Tesoco luego de que fueron expulsados de la cabecera de Valladolid por provocar un fatal accidente en octubre del 2021: Un chofer atropelló a una pareja que transitaba en motocicleta en la colonia San Francisco y una mujer de 21 años falleció de manera instantánea. El culpable huyó y nadie se hizo responsable.
“Y entonces vinieron aquí porque encontraron casas a 2 mil 500 o 3 mil pesos, además de que la gente del pueblo vende comida y lava la ropa. Aquí la gente es muy tranquila, pacífica y todos son bienvenidos, pero los volqueteros dejaron de respetarnos”, sostuvo.
Cuando los pobladores de la comisaría salían rumbo a su trabajo en bicicleta o en triciclo a las 6 de la mañana, prácticamente tenían que aventarse al monte a un lado del camino para evitar ser arrollados, ya que los choferes de los volquetes no bajaban la velocidad y no detenían el paso cuando se aproximaban.
Además de que conducían imprudentemente, empezaron a generar conflictos en la comisaría, ya que bebían alcohol en la vía pública todas las noches, protagonizaban escándalos y pleitos, orinaban en la calle frente a todos, algunos consumían drogas y acosaban a las mujeres.
“El pueblo empezó a quejarse, me exigía que hiciera algo, que les llamara la atención. Fue entonces que tuve una primera reunión con los volqueteros para advertirles que el pueblo estaba molesto, pero no obedecieron, nos mandaron a la chingada y siguieron portándose mal. No pensaron que fuera cierto que los sacaríamos de aquí”, señaló.
Para tratar de llegar a un acuerdo, Rodolfo organizó una asamblea a la que asistieron los habitantes de Tesoco, los volqueteros y sus dirigentes sindicales de la Confederación Autónoma de Trabajadores y Empleados de México (CATEM), así como representantes de la empresa ICA. La oferta para “calmar al pueblo” fue pagarle al comisariado 300 pesos de renta mensuales por cada volquete, pero la gente no aceptó.
En el encuentro, una pobladora manifestó su preocupación de que los camiones atropellaran a sus hijos cuando salieran de la escuela al reactivarse las clases presenciales (tras la pandemia), pero un volquetero la interrumpió abruptamente para fanfarronear que las unidades estaban aseguradas y que podían pagarle hasta 200 mil pesos de indemnización a la familia afectada. “Se resuelve con dinero y el muertito se queda 3 metros bajo tierra y no pasa nada”, exclamó.
“No había terminado de decir esas palabras y el pueblo se levantó. Lo tuvimos que meter preso día y medio en el calabozo de la comisaría. Estaba asustado, pidió perdón por lo que dijo y pagó su multa de 3 mil pesos, pero esa noche el pueblo tomó la decisión de expulsar a los volquetes. Nos dimos cuenta de que no se puede negociar con esa gente que vino de afuera, nos cantaron que pueden matar y pagar. Por eso los sacamos, cuando el pueblo maya se levanta, siempre gana”, exclamó.
Ya pasaron más de dos años desde que se fueron los camiones de volteo y la tranquilidad regresó a Tesoco. Mientras contaba lo sucedido, el comisario supervisaba en el parque principal los preparativos del “mega bailazo” de la agrupación tropical Cleyver y la Nueva Imagen, que esa noche ofrecería un anhelado concierto tras casi dos años de restricción por la pandemia.
“Muy pocas personas de aquí trabajaron en el Tren Maya, porque no nos beneficia en nada, sólo nos trae problemas y pagan poco”, aseveró Rodolfo Batún, al tiempo de que revelaba que el policía municipal del pueblo, Ismael Ciua Ucán, trabajó en esa obra y nunca le pagaron su aguinaldo.
El uniformado contó que aguantó siete meses trabajando como ayudante de topógrafo y su labor consistía en abrir brechas en el monte con coas y motosierras. Por quejarse con los jefes de las pésimas condiciones laborales, lo corrieron y no lo liquidaron conforme a derecho. Ahora se dedica a vigilar el orden en el pueblo de mil 872 habitantes y evitar que los volqueteros regresen a perturbar la paz.
Este reportaje se publicó originalmente en Pie de Página. Para leerlo completo entra este link