Las llamadas del dealer
La normalidad de la vida lo atrapó justo cuando se disponía a reclamar por qué y lo zarandeó.
Por Rafael Gómez Chi*
Mérida, Yucatán, 2 de mayo de 2019.- El dealer llamó para informar que había material nuevo.
–Alas de mosca –dijo.
Escuchó la descripción de los efectos y, bastante incrédulo, pidió 500 pesos, para probar.
Podía escuchar todos y cada uno de los sonidos. El volumen del televisor estaba en el nueve pero parecía el treinta. El chasquido del ventilador era una matraca en un estadio de futbol y los ruidos de la calle se intensificaban a tal magnitud que suponía una marcha de cucarachas en el dintel de la ventana del cuarto. No mames. Los oídos chillaban. La boca, reseca, reclamaba más whisky.
Un vientecillo se coló por la ventana. Una moto cruzó por el periférico a toda velocidad. De pronto vio, a poca distancia, luces azules y rojas. Una patrulla había detenido al motociclista.
Volvió a la bolsita. La segunda bolsita. Jaló uno. Jaló otro. En su garganta caía una brasa de carbón. En su garganta caía otra brasa de carbón. No mames. No mames. Alas de mosca.
Amaneció. Abrió las cortinas de su cuarto y el sol lo quemó igual que a Nosferatu. Se bañó se vistió, desayunó huevos con jamón, se lavó los dientes y salió a trabajar. La normalidad de la vida lo atrapó justo cuando se disponía a reclamar por qué y lo zarandeó.
–Oye, ayer te di alas de mosca pero hoy me llegó una que le dicen la Toyota.
–No seas mamón.
–Neta, coño.
–Quien sabe qué mierda vas a darme, no es posible que se cambie tan rápido eso.
–No sabes nada. ¿Qué tal anoche?
–Puta madre, no mames.
El poniente derrotó al sol como cada tarde y él pidió quinientos pesos de nuevo.
—Toyota. Mis huevos.
Abrió una botella de whisky pensando en el dolor de morir en medio de las tribulaciones del cáncer a causa del alcohol y la droga, pero al cabo de dos segundos eso y todo los demás le valió dos kilos de ustedes ya saben.
Alas de mosca solo fueron un zumbido. Toyota era la gloria. El suave beso del amor en espera de la respuesta de la muerte. La cursilería del primer beso o de la eyaculación de las manecillas del tiempo. No mames. Reclámale a tu madre por haberte parido pero no culpes a tu padre, porque ninguno tendrá la culpa. Toyota. El sueño dorado de todo sueño dorado.
Despertó a las siete de la mañana. Tenía en la boca un sabor corrupto de fresas inmaduras y ciruelas rojas. No sabía si soñó o caminó despierto. Se bañó. Se vistió. Bebió café y salió. En el mercado desayunó un sándwich de asado rojo con frijoles colados. No le cayeron nada bien.
En el periódico estaba la nota de la sentencia de El Chapo. Nada nuevo. Tomó las llaves de su auto y de su casa y salió a la calle. El sol le pegó en el rostro y su teléfono sonó. Recibió sus órdenes de trabajo y ahí se dirigió. Por la tarde recibió, de nuevo, aquella llamada. El destino le deparaba exactamente lo mismo. (Ilustración de Montt)
*Lingüista, antropólogo, escritor y periodista con 26 años de experiencia.