Para quienes no toleran ni entienden el lenguaje, inclusive
Don Orondo cerró con estrépito el periódico de derechas que había estado ojeando y se terminó su pichel de cerveza antes de exclamar: ¡Maravilloso! ¡Por fin un estadista de talla! el nuevo presidente de Argentina, Milei, acaba de prohibir el lenguaje incluyente ese y ya no se podrá usar la letra E.
Por Antonio Martínez *
Mérida, Yucatán, 11 de marzo de 2024.- Esta es una fábula que trata del pernicio que provoca la lectura de las noticias del mundo sin precaución. Aquel hermoso día, la monacal paz de la Copa de Oro, fino y exclusivo establecimiento situado estratégicamente en el Metaverso de la Colonia Petronila, fue interrumpida de manera inesperada cuando don Orondo cerró con estrépito el periódico de derechas que había estado ojeando y se terminó su pichel de cerveza antes de exclamar:
– ¡Maravilloso! ¡Por fin un estadista de talla, listo para enfrentar los retos modernos!
– ¿A quién se refiere su merced? – preguntó un distraído Don Primitivo.
– Al nuevo presidente de Argentina, Milei, que acaba de prohibir el lenguaje incluyente ese y ya no se podrá usar la letra E en toda la Pampa.
– Pero Milei tiene una E…
– Ya no, a partir de ahora será Miloi.
– ¿Y el gran Messi? También lleva E – inquirió el cantinero.
– Se llamará Maradona.
– ¿Y el gran Borges? – preguntó el poeta don Carlos Castillo.
– También se llamará Maradona. ¡Es maravilloso! ¡Maldito lenguaje intrusivo!
– Se dice lenguaje inclusivo – corrigió don Leperiades, el mendigo de la esquina.
– Pero si es totalmente exclusivo, no se entiende nada.
– Clere que se entende, den Erende, mere se merced este ejemple: ¡Per fever den Seternene, etre rende de cerveces! – respondió don Carlos Castillo, ilustre poeta de la Villa Blanca, solo para molestar al cronista. Don Saturnino solícitamente les sirvió sus cervezas confirmando el caso de don Carlos.
– Nah. Además, ¿que tienen con la letra E? ¡Es la vocal más fea del universo! – resopló don Orondo.
– No es para tanto su merced, aunque es cierto que sirve para escribir pez, mequetrefe y esperpento, pero creo que se excede su señoría – contestó don Carlos.
– Que exceder ni que exceder, es la peor de las vocales. La A es franca, como en Carlos; la I es diminuta, pero lista, como en Primitivo; la O es oronda, rotunda, rotonda y ortodoxa, como en mi hidalgo nombre y la U es extraña, pero cumple su función, como en Saturnino; pero la E es fea letra, con perdón de don Lepe.
– Ninguna ofensa en lo personal – contestó don Lepe – pero permita su merced que le corrija. La E también es letra chistosa y sirve para decir pelele y pelené.
– Pero pelené no existe – protestó don Orondo.
– Ahora sí, gracias al lenguaje inclusivo. Además, la partícula más transformativa es sin duda, -ete, que hace que todo lo que termina en –ete sea mágico y simpático.
– ¡Que tonterías!
– Se equivoca, mi estimado, la partícula minúscula –ete tiene proverbiales propiedades mutacionales. Escuchen sus mercedes– y apoyando la muleta en la espalda de don Orondo para tener las manos libres comenzó a declamar con voz de tenorio.
“ELOGIO DEL ETE
¿Quién de la copa te lleva al copete,
del vil banco al banquete,
de Paco al paquete,
del pico al piquete
y de ponerte el casco a echar un casquete?
Por el embrujo del -ete,
del miembro emerge el membrete,
de la flor surge el florete
y transporta, a quien lo escucha,
desde el retrato al retrete,
del colchón al revolquete,
del cojín al cojinete
y del sorbo hasta el sorbete”.
Era evidente que la musa de la elocuencia se había apoderado de don Lepe, quien de un ágil salto se trepó sobre la barra y continúo recitando:
“Del corcho viene el corchete
y de la boca el boquete,
transmuta al ojo en …… ojal
y al perico en periquete.
¿Qué es un niño sin juguete,
qué es un bar sin taburete,
qué es un gringo sin billete,
un cardenal sin birrete
o una tortilla sin sal?
Del soplo sopla el soplete,
del chupo chupa el chupete,
y del doblo al redoblete
y como el que promete mete, ahí les queda, de pilón,
de este cojo, mi cohete” – finalizó con una profunda reverencia.
La audiencia del bar quedó estupefacta, que es la reacción normal ante una obra de arte de tal calibre, pero pronto se recompusieron con un par de cubas y comenzaron a aplaudir rabiosamente; menos don Orondo, que era de natural envidioso.
– Ha nacido el nuevo príncipe de Dinamarca – sentenció don Carlos, que ya estaba jarra y se entendía el sólo.
– Excelente, preferente, de repente efervescente, qué mente más eminente… – aprobó don Primitivo, que era también crítico de arte, por molestar al cronista.
– Ya no sigan pronunciando la maldita letra E, me va a dar un soponcio – graznó el mismo.
– Extremadamente impenitente, rebelde y pelín indecente – elaboró don Primi.
– Os lo suplico…
– Detergente – remachó don Carlos. Y así bebieron y rieron y fastidiaron a don Orondo, a quien hubo que aplacarle el soponcio con un puchero de tres carnes.
Mientras tanto afuera, le tragedie.
* Escritor de provincias.
** Un total de 2378 letras E fueron sacrificadas en la realización de esta valerosa columna en contra de la discriminación de diche letre.