En asunto de drogas, demasiada simulación
No importan campañas de prevención ni llamados a la cordura, la gente lleva siglos, alterando sus estados psicofísicos con toda clase de sustancias que la madre naturaleza ha proveído y que el hombre ha transformado.
Por Rafael Gómez Chi*
Mérida, Yucatán, 27 de marzo de 2019.- Un día de mi niñez vi a uno de Los Tilicos liarse a puñetazos con otro sujeto en la esquina de mi casa en la colonia Mulsay y luego de que ese maleante salió victorioso, mis padres apostillaron: “Es que ganó porque está bien mariguano, así no siente los putazos”. Y yo me quedé pensando qué era un mariguano, ¿acaso alguien con un superpoder para resistir una pelea tan feroz como la que habíamos presenciado?
Pasaron los años, crecí, me hice adulto y una noche acudí a una fiesta. En la bacanal, había alcohol hasta para bañarse. Y un sujeto que había bebido como Gargantúa, entró al sanitario. Tardó algunos minutos y cuando salió iba limpiándose las narices. Uno de mis amigos lanzó a bocajarro: “¿Ves? La coca te baja enseguida la peda”.
Tuvieron que pasar algunos años más para comprobar que ambos dichos no eran más que mitos arraigados en la vox populi, tanto de la prístina Mérida huertana de finales de los años 70, como en la capital cosmopolita del arranque del siglo XXI, aunque seguía rebotando en mi cabeza por qué la gente consume drogas tanto legales como ilegales.
No importan campañas de prevención ni llamados a la cordura, la gente lleva siglos, muchos más de los que usted puede imaginar, alterando sus estados psicofísicos con toda clase de sustancias que la madre naturaleza ha proveído y que el hombre ha transformado. Y no sólo las personas, también los animales. National Geographic tiene documentales de elefantes borrachos y yo he visto a los chivos masticar las hojas de henequén porque los embriagan.
Entonces, ¿por qué prohibir? ¿Por qué no legalizar algo que de todos modos se seguirá consumiendo mientras la humanidad camine por la faz del planeta? ¿Por miedo? ¿Por control político? ¿Por cuidarnos?
Ahora se habla mucho de los derechos de las personas. En los últimos tiempos salen a relucir posturas que defienden a los unos de los otros y viceversa. ¿Pero, hasta donde tengo derecho de alterar mis estados psicofísicos? ¿Tengo derecho a eso? ¿Por qué tengo amigos que fuman tabaco con todo el descaro del mundo en público y otros que no pueden pegarse un pericazo en frente de los demás? ¿Por qué tengo amigos y amigas que beben alcohol a morir y otros que se guardan a fumar el porro? ¿Cuál es la diferencia? ¿Una ley? ¿Una ley que contempla los pormenores del daño que se causan unos y otros? ¿O es una ley que ignora el daño de una sustancia pero permite el de la otra, aunque su impacto sea abrumador a nivel personal como familiar y social?
¿Por qué los gobiernos de todos los países del mundo sólo persiguen judicialmente a los distribuidores de drogas ilegales pero jamás les tocan sus finanzas? Sentenciaron al Chapo Guzmán y está en una penitenciaría de los Estados Unidos, ¿pero leyeron ustedes en algún periódico o sitio web que le hayan tocado sus finanzas? ¿De verdad desmantelaron el Cártel de Sinaloa? ¿De verdad?
De encima, un periodista de la Ciudad de México vino a decir una tontería en Mérida, que la capital yucateca es asiento de familiares de grandes capos. ¿Aportó pruebas? ¿Alguien le preguntó si eso le consta? ¿Cuál es su fuente? ¿Lo investigó? ¿Hizo trabajo de campo?
A mí que me perdonen pero en ese asunto de las drogas hay demasiada simulación. Siempre la ha habido. Así que no veo el caso de seguir con esto de prohibir algo que ha estado en el homo sapiens sapiens desde que hace casi cien mil años camina en el planeta.
Escena de la realidad
–¿Bueno? Ya llegué, ¿dónde estás?
–Auto azul.
–Ah, ya.
Una patrulla antimotín cruza despacio por los pasillos del estacionamiento de aquel supermercado. Se detiene en uno de los cajones. Es viernes cerca de las ocho de la noche y el negocio se encuentra repleto porque el fin de semana ha coincidido con la quincena. Los dos sujetos de la llamada telefónica entran al cajero, uno saca dinero. Nadie se ha percatado pero hubo un roce de manos y un extraño intercambio.
*Lingüista, antropólogo, escritor y periodista con 26 años de experiencia.