Un plan pavoroso entre las tinieblas de Villa Blanca
Miriñaques: “Jamás lo lograremos solos, ni en cien años. Necesitamos muchos sirvientes para poder vivir como reyes, que a eso hemos venido. También necesitamos más siervos de Dios para construir más iglesias y conventos”.
Por Antonio Martínez*
Mérida, Yucatán, 15 de octubre de 2021.- El siguiente es un cuento triste, y por demás falso, o quién sabe, que ya cada día es más difícil distinguir. Aquella hermosa mañana en la recién creada Villa Blanca estaba fray Diego de Landa muy entretenido, torturando a un hombre maya que colgaba de una viga del oscuro calabozo, con una vela gorda de cera, cuando se abrió la puerta y entró doña Beatriz de Montejo ocultando por un instante la luz que se filtraba del exterior con su imponente presencia.
-Don Diego, que bueno que os encuentro, ¿estáis ocupado?
-No, para nada su Magnificencia, aquí nada más, obteniendo la confesión de este descarriado idólatra, quien fue sorprendido sacrificando aves a sus dioses.
-Era una gallina, y la estaba desplumando para comer-, se defendió el pobre preso-, os lo he dicho mil veces su Excelencia, mi familia se muere de hambre.
-Probad la misericordia con el infeliz, Padre, ya se ve bastante desnutrido de por sí- intervino Doña Beatriz.
-¿Me devolverán la gallina? – preguntó esperanzada la víctima.
Pero si la gallina era robada, ¿cómo osáis pedir que os la devuelvan? – contestó enojado don Diego.
-¿Robada? ¿Robada? – aulló Doña Beatriz dándole una salvaje patada al detenido-. ¿No sabéis que la Propiedad Privada es Sagrada? Don Diego, castigad a este malvado malandrín antes que lo haga yo misma.
Don Diego encargó el castigo del reo (consistente en setenta latigazos y una multa de tres gallinas y un cerdo, sambenito por un año y diez años de servicio gratis a la Iglesia), con el Padre Verdugo, quien se puso muy contento, y salió con la Adelantada afuera del convento a tomar el aire.
-¿Deseabais hablar conmigo?- peguntó el fraile.
-Si Padre, decidme, en confidencia, ¿Vos por qué hacéis maldad?
-No lo sé, me sale así de adentro, … Siempre he sido así. Lo disfruto horrible.
-Ya veo… Yo no. Yo era buena, pero el mundo me ha traicionado y ahora lo odio todo. Ved que triste destino el mío; de todos los donceles me tuve que casar con el becerro de mi marido, que hasta tiene las piernas torcidas.
-No es para tanto, doña Beatriz.
-Cómo no, ¿ser arrastrada a este lugar en los confines de la civilización? ¿Por qué no pude casarme con un marqués normal y corriente y guapo en vez de con este espantapájaros? Y ahora el escandalo éste del hijo con doña Beatriz de Herrera, … no Padre, no, yo era buena, pero ya no lo soy, y lo único que quiero es que tampoco nadie sea feliz
-¿No es un poco drástico?
-Nada. Cero felicidad para todos, y peor que mejor.
-¿Ni siquiera un pequeño alborozo?
-No. Ni el más pequeño alborozo ni el más mínimo arrebol.
-Pero su Merced, yo obtengo gran regocijo de la desgracia de los demás, y de contribuir a ella.
-Yo también, … hmmmm … – reflexionó la Adelantada, – en este caso nos reservaremos el derecho de disfrutarlo para nosotros. Pero para todo el resto la máxima felicidad tolerada será la aceptación a secas. Ni el contento consentiremos. Resignación y severidad sin fin.
-Suena terrible, luciferino, hagámoslo.
-Sabía que me comprenderíais Vuestra Santidad. Pero no de eso quería hablar, es algo más serio, he estado pensando en el sexo de los indios.
-¿El qué de los indios? – acertó a responder el fraile, mientras en su mente aparecían, sin volición propia, imágenes del sexo de los indios.
-De los indios y de las indias, – contribuyó doña Beatriz a la imaginación desbocada del prelado, dándole mayor variedad. – El sexo. Debemos tomarlo en nuestras manos de una vez por todas.
Don Diego se apretó el cilicio para despejar su mente de las imágenes que habían brotado en su magín, con un 60 por ciento de éxito.
-Explicaos, por el amor de Dios vuestra Excelencia, no entiendo nada, vuestras palabras turbarían a un santo.
-No seáis lascivo, don Diego, me refiero a que tienen sexo entre sí, y mucho y variado, que me consta por lo que chismorrean mis criadas nativas.
-Por eso los sermoneamos y castigamos a los lujuriosos, y a quienes hallamos en fornicio les avergonzamos públicamente y hacemos escarnio, y les ponemos una multa y sambenito, etc.
-Precisamente. A partir de hoy dejareis de hacerlo. Nada de castigos. Dejadlos que disfruten. Todo el himeneo que deseen.
-¿Queréis que promueva la comunicación venérea de nuestros encomendados?- preguntó.
-No, no, por supuesto que no. Seguiréis predicando que es pecado, para que les sea más apetecible, pero nada de castigos.
-Pero doña Beatriz, no os entiendo, ¿para qué?
-¿Para qué? ¿Para qué? ¿Habéis visto a vuestro alrededor? Esto es un desastre-, dijo mostrando a su alrededor las calles abiertas a través de las pirámides, las casas a medio hacer, establos, gallineros, charcos y estiércol de caballo. – Jamás lo lograremos solos, ni en cien años. Necesitamos muchos sirvientes para poder vivir como reyes, que a eso hemos venido.
-No os falta razón. Cuanto más sexo tengan tendrán más niños, y tendremos más sirvientes. Nosotros también necesitamos más siervos de Dios para construir más iglesias y conventos. Es un plan pavoroso, Yucatánico, enhorabuena doña Beatriz, rezuma maldad, doblez y disimulo por todos lados.
-Me halagáis padre. Pero habréis de ver celosamente que esté prohibido el aborto, por obvias razones, y el acto nefando entre personas del mismo sexo, que es otro desperdicio, y el onanismo, claro. Mientras tanto nosotros, los de Castilla, haremos todo lo contrario, tendremos muy poco sexo; estrictamente el necesario para tener un solo heredero, para que no haya que repartir la hacienda.
-Pero perderemos lo de las multas…
-Multadlos por otras cosas, por idolatrías o lo que sea, pero no por lujuria.
-Que agudeza de pensamiento, vuestra Excelencia. Sois una verdadera Adelantada.
-Las criaturas de mi sexo…, – comenzó a contestar doña Beatriz, y en la mente de don Diego, que jamás hubiese concebido la existencia de criaturas en el sexo de doña Beatriz, aparecieron visiones que le hicieron sentarse en una piedra, – no estamos acostumbradas a recibir halagos de este tipo, – concluyó su frase la magnate, pero el daño ya estaba hecho. Irreparable y de por vida.
-Pues hablando por mi sexo…, – empezó a decir el fraile por vengarse, y en la mente de la Adelantada se apareció una visión del sexo parlante del obispo que le dio una mezcla entre hipo y risa que tardó rato en calmarse, por lo que el fraile nunca terminó su oración y se quedó muy satisfecho.
Después de un rato de recreo se encaminaron hacia la Catedral a implementar sus sórdidos planes. Al pasar por la portada de la Casa de Montejo ambos se echaron a reír, acordándose de antiguas fechorías. Eran tal para cual, y a su paso se extendía la tiniebla.
*Escritor de provincias.