El boliche y el cine que se levantaron en la selva maya
En medio de la nada se construyó Colonia Yucatán, con casas al estilo Viejo Oeste. La prosperidad se acabó luego de 40 años de talar cedro y caoba
Por Herbeth Escalante
Tizimín, Yucatán, 23 de diciembre de 2018.- Tras extenuantes jornadas de trabajo, ya sea cortando árboles de cedro y caoba, o en la fabricación de productos madereros, las y los pobladores de Colonia Yucatán aprovechaban las noches de miércoles para disfrutar películas de estreno en los años 40, 50 y 60 del siglo pasado. En medio de la selva maya, lejos de todo, quizás en el punto más apartado de la entidad en ese entonces, no perdían tiempo en el aburrimiento.
En esa pequeña comunidad yucateca, que actualmente es una comisaría de Tizimín, siguen de pie algunas casas al estilo del Viejo Oeste norteamericano, en las que vivían los obreros con sus familias. Al centro del lugar, se erige un tanque de agua de varios metros de altura, muy similar a los de las ciudades “gringas” que aparecen en las series de televisión, que despierta el asombro de quienes tienen que pasar por allí para ir a la playa El Cuyo.
No se trataba de un pueblo cualquiera, no al menos para esa época. Todas las viviendas y calles tenían luz eléctrica, e incluso contaban con un sistema para que sus habitantes llenaran garrafones del vital líquido ya purificado.
Colonia Yucatán fue fundada en 1941 por el ingeniero Alfredo Medina Vidiella, descendiente de la clase hacendada, quien buscó explotar las maderas preciosas de la selva maya del oriente de la entidad. Por eso, estableció una fábrica cuyas mercancías exportaba a Estados Unidos, así como una ciudad para sus trabajadores.
Pero no toda la jornada se consumía en faenas, en Colonia Yucatán se construyó un centro de entretenimiento que era conocido en un principio como “El casino”, donde además del cine, había un boliche. Sí, con sus pistas, bolas y pinos para practicar ese deporte que estaba en auge en el vecino país del norte.
“No sé si en otras partes de Yucatán había boliche en ese tiempo, pero para nosotros era de lo más normal venir a jugar por la tardes”, recordó el señor Lucio Tejero, quien en su infancia echaba andar la pequeña máquina que levantaba los pinos tras cada partida.
Ahora, junto con su esposa Clara, vende cochinita pibil los fines de semana afuera del viejo edificio al que los empleados acudían a divertirse. Las puertas del local están abiertas, explicó, para cualquiera que quiera conocerlo, y también se ofrece el baño a cinco pesos por persona.
Han pasado más de 40 años desde que la empresa quebró, al acabar con la materia prima, y la mano de obra empezó a emigrar; sin embargo, el antiguo recinto no se ha caído, porque para su construcción se utilizaron las fuertes maderas de la región. Hoy día, una familia utiliza ese salón para vender ropa, sandalias y zapatos de mujer.
El lugar es una mezcla de bodega y museo: sillas de plástico de Coca-Cola apiladas y una cartulina fluorescente que prohíbe pisar la duela, su principal atractivo, para que no se hunda. Al final de las dos pistas, de casi 20 metros de largo, están tirados los bolos envueltos en polvo, mientras que algunos pinos parecen atrapados en la oxidada máquina acomodadora, que seguramente ya no funciona, pero que en su momento fue de las más modernas.
Orgulloso del pasado de su pueblo, don Lucio explicó que todo era sana diversión en ese espacio, en donde también se dispusieron al menos cuatro mesas de billar. Nunca se enteró de pleitos entre los jugadores, pues todos se conocían del trabajo, iban ahí a distraerse, no a discutir.
Asimismo, contó que el ingeniero Medina Vidiella trajo a un señor del puerto de Progreso para hacerse cargo del boliche, su tarea consistía en que los obreros se entretuvieran hasta las 10 de la noche, hora en la que cerraba. El hombre, además, fungía como entrenador del equipo de futbol.
“El nuevo edificio del Casino cuenta con varias modernas mesas de billar, así como dos mesas de Boliches. En el mismo local se instalará una fuente de sodas y una nevería”, se lee en un artículo de la revista Frente a la Selva, publicada y distribuida en diciembre de 1951 por la compañía, y de la que Tejero guarda una copia.
El investigador y profesor de la Facultad de Antropología de la Universidad Autónoma de Yucatán, Manuel Martín Castillo, quien es originario de Colonia Yucatán, reconoció que la calidad de vida en esa comunidad era mucho más alta que en el resto de los municipios de la entidad.
La empresa no sólo ofrecía sueldos decorosos, de igual manera le daba importancia a los servicios de salud y educación. Y en medio de la selva, a más de dos horas de Tizimín y a cinco de Mérida (en esa época), era necesario brindarles esparcimiento a las más de mil personas que abandonaron sus lugares de origen para laborar en la factoría.
“Teníamos ese centro de entretenimiento, pero no había cantinas. Claro que se vendía cerveza, pero sólo los sábados en la tarde y era un cartón por familia, por eso no había problemas de alcoholismo en Colonia, todo estaba regulado”, indicó el académico.
Dijo que la perspectiva del pueblo era capitalista, así fue concebido desde su fundación, por eso, era común ir al cine los domingos, día en que las matinés eran gratuitas para las niñas y niños. De la misma manera, los miércoles y sábados se proyectaban filmes para mayores, como los de El Santo, el “enmascarado de plata”, y otros que ni siquiera se estrenaron en Mérida.
“Recuerdo que cuando era adolescente vi ahí Los siete samuráis, de Akira Kurosawa… no le entendí nada, hasta 30 años después que compré la película y la volví a ver, pero eso te habla de que pasaban películas nuevas”, ejemplificó el antropólogo.
Martín Castillo relató que esa sala se convertía en pista de baile por las noches, ya que la empresa también tenía a su propia orquesta musical, que tocaba danzón, tropical y jazz, entre otros ritmos. Eran empleados, como los carpinteros de la fábrica, pero su chamba era hacer bailar.
Explicó que aunque el complejo de entretenimiento no era de uso generalizado, pues la juventud era la que mayormente acudía al billar, al boliche o la nevería, la realidad es que no iban a encontrar ningún otro lugar así en Yucatán. Claro, de eso se enteraron tiempo después, cuando quienes nacieron ahí empezaron a emigrar, a finales de la década de 1960, para continuar con sus estudios.
Hasta que acabaron con la riqueza
El doctor Martín Castillo expuso que, desde su creación, Colonia Yucatán fue pensada como un polo de desarrollo de tipo capitalista, en el que la empresa era dueña de todo y los servicios que se ofrecían estaban perfectamente organizados: desde la limpieza del parque principal hasta la clínica de salud, que hoy día sigue funcionando.
La compañía pagaba buenos sueldos y dotaba de raciones de carne, leche y maíz, entre otros insumos. Incluso existía transporte urbano, un autobús llegaba a las 5:30 de la mañana a La Sierra, comunidad que sirvió de primer campamento de explotación maderera, ubicada a un kilometro de la fábrica, para recoger a los obreros, así como a sus hijas e hijos que asistían a la escuela.
“Sin duda era una excepción en el estado, y lo pude comprobar cuando tuve que mudarme a Ticul para estudiar la secundaria. Me enfrenté a un choque intercultural muy fuerte, pues de pronto vivía en una comunidad campesina que nunca había visto, me encontré con la cultura indígena, ya que todos mis compañeros de clase hablaban maya y yo sólo sabía español, además de que en Colonia lo que más oía era inglés”, recordó.
Y es que el fundador de esa comunidad, Medina Vidiella, se formó académicamente en Estados Unidos, por eso, al regresar a Yucatán para explotar las maderas preciosas del oriente, decidió invitar a sus amigos profesionistas norteamericanos para levantar la nueva ciudad al estilo de esa nación, adoptando su sistema organizativo.
En los años 40, rápidamente corrió el rumor en demarcaciones cercanas, como Cenotillo y Panabá, de que en una nueva comunidad, Colonia Yucatán, había chamba y un techo dónde vivir, por eso la gente no dudó en internarse en la selva para ser parte del ambicioso proyecto.
Ahí se cuidó cada detalle para que la población tuviera calidad de vida, pues la firma construyó un plantel escolar para que las niñas y los niños acudieran obligatoriamente, y contaban con una ambulancia para traslados de emergencia a Tizimín o Mérida.
Es más, Colonia Yucatán tenía una pista de aterrizaje para avionetas, cerca de El Cuyo, lo que en esos años era impensable en alguna otra localidad del territorio. Una vez, descendió en ese sitio el presidente Miguel Alemán Valdés, quien según los rumores era socio de la empresa.
Durante más de 30 años, la fábrica explotó la riqueza del cedro y la caoba, y aunque la intención era apostarle a reforestar la zona, el problema principal fue que no se hizo correctamente, ya que en esa época no existía la idea de sustentabilidad que conocemos ahora, sostuvo el investigador.
“El proyecto quebró por diversos factores económicos y políticos, no sólo porque acabaron con la materia prima. En la década de los 70, el Banco Agrario empezó a promover el desarrollo de los ranchos en los ejidos en el oriente, además de que los campesinos de comunidades cercanas comenzaron a sembrar maíz en las tierras en donde se había ‘tirado’ la selva”, abundó.
Es decir, se conjugó el ciclo de extracción maderera con el cultivo de maíz y zacate para ganado, hasta que mataron el ecosistema, subrayó.
El académico insistió en que Colonia Yucatán, en términos de administración, fue una estrategia interesante, pues no sólo buscó ganancias, sino que se pensó para que la clase obrera tuviera “un nivel de vida decente en medio de la nada”, procurando que contara con vivienda gratuita y, sobre todo, salud.
Se podía decir que fue un negocio rentable, pero sólo durante un tiempo, hasta que empezó a escasear el recurso natural. Ya no había nada que exportar, nada que producir, por lo que los cientos de trabajadores fueron liquidados.
La mayoría emigró a Cancún o Mérida para buscar nuevas oportunidades, pero hubo quienes, motivados por la nostalgia, regresaron tiempo después a pasar los últimos días de su vida entre recuerdos de una comunidad que fue prospera, que fue una excepción en la selva maya de Yucatán.